CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas 2019

Crítica: Óliver Díaz, Jorge de León y Rocío Ignacio en el Concierto de Navidad del Teatro de la Zarzuela

29 de diciembre de 2019

Protagonismos compartidos

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 28-XII-2019. Teatro de la Zarzuela. Concierto de Navidad. Obras de Pablo Luna (1879-1942), Amadeo Vives (1871-1831), Manuel Fernández Caballero (1835-1906), Jacinto Guerrero (1895-1951), Manuel Penella (1880-1939), George Gershwin (1898-1937), Andrew Lloyd Webber (1948), Franz Lehár (1870-1948), Leonard Bernstein (1918-1990), Claude-Michel Schönberg (1944). Rocío Ignacio (soprano), Jorge de León (tenor). Coro Titular del Teatro de la Zarzuela (Antonio Fauró, director). Orquesta de la Comunidad de Madrid. Oliver Díaz (director).

   Al final de la velada de este Concierto de Navidad, un muy emocionado Óliver Díaz, felicitaba las Fiestas y deseaba todo lo mejor para el próximo año al público asistente. Para él, este concierto marcaba -de forma explícita-, la puesta en escena de su despedida como director musical del Teatro de la Zarzuela. Queremos reseñar que Óliver Díaz ha ido dejando un magnífico poso en estos cuatro años, en los cuáles se ha puesto al frente de la Orquesta de la Comunidad de Madrid, logrando a nuestro juicio que la orquesta ahora luzca con propiedad en todas sus secciones, tanto si se encuentra en el foso como si protagoniza el escenario, asegurando que siempre se pone al servicio del teatro lírico, la escena y los cantantes.


   Recordemos que Díaz fue el primer músico español seleccionado, admitido y premiado con la beca de dirección de orquesta del famoso director y compositor alemán Bruno Walter (1876-1962), para estudiar en la Juilliard Schoolof Music, con Otto Werner Mueller. Mucho tiempo ha pasado ya desde que debutara en el Teatro de la Zarzuela en 2011, con Luisa Fernanda -repitiendo en 2012 con El Gato Montés-, y aunque seguimos preguntándonos por los «porqués» de su destitución, queremos confiar en que el maestro pueda seguir colaborando con este Teatro, ya que consideramos que el tratamiento -que de su mano hace sobre nuestro género lírico- es el adecuado para que La Zarzuela conserve su esencia musical y siga maravillando por su majestuosidad artística.

   La gala que nos ocupa, la más importante del año para el Teatro, la que da paso al descanso de representaciones durante la navidad, contó con el concurso de dos figuras con carreras ya asentadas en la ópera (fue en Katiuska la última vez que pudimos escucharlos juntos en el Teatro de la Zarzuela): La soprano sevillana Rocío Ignacio, que canta más a menudo fuera de nuestras fronteras, sobre todo en Italia, y el tenor canario Jorge de León, que puede considerarse ya una figura estabilizada en el circuito operístico con sus roles fetiche en Aida, Tosca y Turandot, pero siempre a la búsqueda de nuevos retos (algunos ansían que se convierta en un muy creíble Otello en poco tiempo, aunque él no tiene prisa). Contando, además, con la participación del Coro de la Zarzuela, asistimos a un concierto cuya primera parte estuvo dedicada completamente a la zarzuela, siendo la segunda parte una suerte de pastiche de números entre el teatro musical anglosajón (Lloyd Webber, Gershwin, Bernstein) y la opereta (Lehár).

   Somos conscientes de que este tipo de programas, basados en el «apoyo» de nuestro género por parte demúsicas de carácter más «global» o «universal» -compuesta por músicos de innegable talla- tienen adeptos y detractores entre el público habitual del Teatro de la Zarzuela, ya que se puede argumentar a favor y en contra de lo que significa que La Zarzuela comparta su protagonismo con otros géneros -cercanos a ella, es verdad- evitando, por lo que parece, que sea protagonista absoluta, y yendo en contra de la idea -que es la que realmente nosotros apoyamos- de que la zarzuela sí dispone de efectivos suficientes -repertorio, temáticas, ambientaciones, colores, sabores,…, incluso existen zarzuelas no españolas- para poder redondear -con una mayor dosis de creatividad y mayores dotes para programar- una velada basada sólo en ella misma. Eso mismo llevan haciendo desde 1939, a base de un mismo repertorio, en el Concierto de Año Nuevo desde la Sala Dorada (Große Saal o Goldener Saal) de la Musikverein de Viena. Ahí dejamos el reto a quien corresponda para el año que viene…


   Ver dirigir a Óliver Díaz puede considerarse como un espectáculo en sí mismo. Lo hace ya con un gesto recogido, muy efectivo, siempre muy pendiente de los cantantes -de hecho, también hace bromas pactadas con ellos en determinados momentos, donde abandona por unos instantes su rol de director y se integra en el espectáculo como el antagonista de la otra figura masculina-. Equilibrada y de altos vuelos fue su versión del preludio de El niño judío; con evocadora esencia pastoril y con pleno acierto rítmico -de los ambientes asturianos- fue interpretado el intermedio de La pícara molinera. Menos trepidantes que lo que realmente nos hubiera gustado fueron las versiones de la obertura de Girl Crazy, de George Gershwin y la del «Mambo» de West side story ya que -a nuestro parecer- y observando a cada uno de los músicos, la orquesta todavía adolece -aunque no siempre- de una actitud «poco empática», algo que definiríamos como de «I musici sofferenti», con respecto a ciertos repertorios o a determinadas situaciones, algo que realmente no llegamos a comprender.

   El Coro del Teatro de la Zarzuela alberga la fama, como nos gusta comentar, de que es el mejor coro en escena del mundo. Cuando actúa como coro estático, se refuerzan todavía más sus virtudes, y siempre son capaces de conseguir las mejores prestaciones -aun encontrándose penalizados porque en el fondo de la caja del escenario hay una zona de sombra en la acústica del teatro-. Así lo demostraron con su mayestática y elegante interpretación del Coro de románticos, de Doña Francisquita, así como altas dotes de agilidad y dinamismo en el pocas veces frecuentado «Brindis» de La pícara molinera. Masquerade!, del musical El fantasma de la ópera, y «Do you hear the people sing», de Los miserables, fueron los coros interpretados en la segunda parte, y que el «camaleónico» Coro de la Zarzuela supo imprimir de gran fuerzadramático-interpretativa, con una magnífica dicción y proyección de los textos en inglés.


   La soprano Rocío Ignacio comenzó un tanto destemplada con la romanza «Yo quiero a un hombre con toda el alma», de El cabo primero, que le queda un tanto grave para sus facultades, pero enseguida remontó en la interpretación con una voz franca y siempre arrojada, descuidando en algunos momentos el registro de pecho, pero con buenas dotes para el colorido y las sfumature en el registro agudo. Nos gustó aún más en sus solos de la segunda parte, esto es, La introducción, bailable y canción de Vilia, de La viuda alegre -textos en español-, conjuntamente con el coro, -y apareciendo desde el pasillo de la platea- con destreza en los agudos, bellas «notas colgadas» y meritorias dinámicas en piano. También lució en la canción «I feel pretty», de West side story, con una muy trabajada dicción en inglés y una ágil y coqueta interpretación.

   El tenor Jorge de león, en correspondencia a su máxima de que «si no me hubiera arriesgado, no estaría donde estoy», hizo lo propio con la romanza «Fiel espada triunfadora», de El huésped del sevillano, que defendió con un canto un tanto a empellones, aunque de forma arrojada y con voz franca, -como pide el personaje, Juan Luis-, eso sí, con facultades vocales impresionantes, eligiendo un final conservador con un agudo medio. En la segunda parte, dio vida al Danilo de La viuda alegre, cuyos textos en español, en la endiablada versión de Roger Junoy, dificultaron sobremanera una versión cantada -a nuestro entender- con un tempo demasiado rápido. Nos gustó mucho más su ensoñadora y amorosa encarnación de Tony en «Maria», de West side story, si bien no tenemos por más que reseñar que la interpretación hubiera ganado muchísimo más ajustando y refinando más la parte fonética de ese idioma.

   Los dúos fueron, a nuestro entender, los platos fuertes de este concierto ya que ambas voces se compenetraron perfectamente, tanto por temperamento como por concepción musical a la hora de abordarlos. Es por ello por lo que brillaron  en el dramático-amoroso y bien expuesto Insolente, presumido, fanfarrón y pendenciero, de El huésped del sevillano. Con mayor apasionamiento retrataron el dúo de Soleá y Rafael, de El Gato Montés, rememorando la melodía del pasodoble y con las voces de poder a poder, en una versión francamente de referencia. En la segunda parte, ejecutaron muy apropiadamente el dúo-vals de Ana y Danilo, así como elTonight, de Maria y Tony, transmitiendo muy a las claras la magia, la felicidad y el amor de ese momento de las dos historias. El final del concierto fue rematado con la potente escena de solistas y coro de Los miserables -«Do you hear the people sing»-, de Claude-Michel Schönberg, obra estrenada en 1980 y basada en la homónima de Víctor Hugo.


   El concierto creemos que fue -en general- del gusto del público, aunque sí escuchamos comentarios en el sentido que apuntábamos al comienzo de querer haber escuchado más zarzuela. Para terminar, como propina, alguien del público pidió «¡un villancico!», algo que fue inmediatamente concedido por Rocío Ignacio que interpretó White Christmas, arropada por el Coro de la Zarzuela, del bielorruso -afincado luego en Broadway- Irvin Berling (1888-1989). Como última propina, se sumó a Rocío Ignacio Jorge de León para interpretar Jingle Bells, del estadounidense James Pierpont (1822-1893).

   Desde aquí, deseamos a nuestros lectores Feliz Salida y Entrada de Año Nuevo, esperando poder seguir compartiendo análisis y comentarios críticos agradeciendo, como siempre, su atención.

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