«Es una lástima que, en su propio país que es el nuestro, ni se la conozca. Sin duda es una deuda histórica poner a Lucrezia Bori en el lugar que se merece».
Por Nuria Blanco Álvarez | @miladomusical
El mundo de la música no es ajeno a estos dificilísimos momentos que nos están tocando vivir, en los que el mundo entero está sumido en una crisis sin precedentes, tanto sanitaria como económica y social. Esta misma semana CODALARIO informaba en sus páginas de que el Covent Garden no durará más allá del otoño con las reservas actuales y que el Metropolitan cancela su temporada de otoño ante una de las mayores crisis de su historia. No podemos evitar acordarnos de que, ya por dos veces, el templo neoyorkino tuvo que hacer frente a situaciones similares y que en ambas ocasiones pudo salir a flote, volviendo en todo su esplendor, por lo que ahora mantenemos la esperanza de que el milagro vuelva a suceder. No se lo van a creer, pero las dos veces, fue una española la que salvó al Metropolitan.
La primera gran crisis que afectó al Metropolitan Opera House se debió al famoso crack de 1929 y la consecuente depresión económica; las cuentas de la compañía de ópera hacían aguas. Entre 1929 y 1931 se seguían vendiendo muchísimas entradas para asistir a la ópera, pero las ayudas privadas, fuente esencial para su financiación, decayeron drásticamente. En 1931 y con Paul Cravah como nuevo Presidente de la Junta de la Metropolitan Opera House, se hacen recortes reduciendo en un 10% el salario de los empleados desde la temporada 1931-32. Casi todos los artistas comprendieron la situación, como la española Lucrezia Bori, una valenciana convertida en «la primera dama del Metropolitan» -como así se la conocía-, que no dudó en apoyar además, de otras maneras.
En junio de 1910, la compañía del Metropolitan de Nueva York realiza su primera gira por Europa y durante su estancia en el Teatro del Châtelet de París, deben sustituir a la soprano Lina Cavalieri para protagonizar Manon Lescaut. Tras una audición realizada nada menos que por el mismísimo Puccini, el propio Toscanini que dirigía la orquesta y el gerente general del Metropolitan, Giulio Gatti-Casazza, una jovencísima Lucrecia Borja, bajo el nombre artístico de Lucrezia Bori, se alza con el papel. Su partenaire fue, nada menos, que Enrico Caruso. Desde luego que los inicios de la carrera de Bori no pudieron comenzar mejor. El éxito de sus intervenciones fue arrollador y enseguida le ofrecen un contrato para unirse a la compañía en Nueva York, pero Bori acababa de firmar con la Scala, por lo que tuvo que posponer su debut en el Metropolitan hasta dos años más tarde. El 11 de noviembre de 1912 se presenta en Nueva York protagonizando Manon, de nuevo acompañada en escena por Caruso. Los éxitos de la soprano no dejaban de sucederse, fue Gilda en Rigoletto, Nedda en Pagliacci, Mimí en La bohème, Antonia en Los cuentos de Hoffmann, Norina en Don Pasquale, por mencionar algunos de los papeles de su primera etapa. Y es que la joven soprano tuvo que abandonar la escena por problemas de salud durante unos años, pero a su vuelta lo hace tan espléndidamente como siempre, convirtiéndose en una verdadera celebrity en la ciudad de los rascacielos. Es una lástima que, en su propio país que es el nuestro, ni se la conozca. Sin duda es una deuda histórica poner a Lucrezia Bori en el lugar que se merece.
Tras el mencionado crack del 29, el Presidente de la Junta del Metropolitan comienza a buscar nuevas fuentes de ingresos y en 1931 recurre a la incipiente industria de la radio, a través de un contrato con la NBC (National Broadcasting Company) por la emisión semanal por radio, los sábados en directo, de las actuaciones que tenían lugar en el Met. A esta iniciativa de las emisiones radiofónicas se añadió, por primera vez, la creación de un comité para recaudar fondos entre el público, en el que participaban distintos miembros de la Opera House. El llamado «Comité para salvar el Metropolitan», formado íntegramente por hombres, excepto por su presidenta, Lucrezia Bori, quien hace apariciones en la radio pidiendo la colaboración económica de los oyentes, durante los intermedios de las transmisiones de ópera. Una de las primeras en reaccionar y dar ejemplo fue la esposa del Presidente del país, Franklin D. Roosevelt. En el New York Herald Tribune, escriben al respecto:
«Se desconoce la cantidad que ha donado. La estrella del Metropolitan reveló que el cheque de la Sra. Roosevelt llegó por mensajero acompañado de una carta que decía: Espero sinceramente que muchos otros que disfrutan con la ópera, se animen a tomar parte en esta iniciativa. [...] Aunque durante más de 20 años no ha tenido dificultades económicas, en los 3 últimos años las cosas han sido diferentes para el Metropolitan y se necesita un fondo de al menos 300.000 dólares como garantía para la continuidad de la entidad».
En mayo de 1933, Lucrezia organiza el baile anual de la ópera para recaudar fondos. Entre unas cosas y otras, se logra el objetivo y el Presidente de la Junta, Paul Cravah, agradece públicamente a Lucrezia Bori su labor, diciendo que había logrado una hazaña que se creía imposible, conseguir recaudar 300.000 dólares en tan solo dos meses, asegurando así la viabilidad de la siguiente temporada (1933-34). En un escrito de agradecimiento de la Junta se señala que: «Sólo la magia de su nombre inmediatamente galvanizó a todo el mundo. Los amantes de la ópera, no solo de la ciudad de Nueva York sino de todo el país, ofrecieron su ayuda. Pero la señorita Bori no se limitó a poner su nombre, tomó el mando de la situación y para lograr su propósito utilizó las mismas cualidades de imaginación y genio que, en su propio trabajo, la han convertido en una de las más grandes artistas de todos los tiempos».
Aún habiendo superado con éxito esta primera crisis, el compromiso de Lucrezia Bori con el Metropolitan continuó inquebrantable durante toda su vida. En 1935, es elegida miembro de la Junta Directiva de la Metropolitan Opera Association, siendo la primera intérprete, y además mujer, en formar parte de la misma, manteniendo también su actividad en el Comité de recaudación. Con el futuro del Metropolitan asegurado, Bori anuncia su retirada tras 26 años de carrera con la compañía. El 21 de marzo de 1936, hace su última aparición en una ópera en Nueva York y elige para la ocasión ser Magda en La rondine, porque decía que para su despedida no quería hacer un personaje que muriese al final del último acto, sino acabar con una nota alegre, y que eso solo ocurre en La Rondine. En la gala de despedida, que tuvo lugar una semana después, Lucrezia decide que los beneficios de este concierto, alrededor de 20.000 dólares, fueran donados a la Fundación para el sostenimiento del Metropolitan. En el acto de despedida, sus colegas de la Junta y un grupo de amigos, la obsequian con un fabuloso broche de diamantes que había pertenecido a la Emperatriz Eugenia de Francia, conocida como Eugenia de Montijo, para la que precisamente Lucrezia Bori había ofrecido un recital privado en 1920 a petición de la noble, casi la única ocasión en la que cantó en España, pues nunca lo hizo en ninguno de nuestros teatros.
El broche en cuestión, conocido como «Hojas de grosella» («Feuilles de Groseillier»), había sido adquirido por la famosa joyería Tiffany en una subasta en París en 1887 de las joyas de la corona francesa y quedado finalmente en manos del famoso joyero de las estrellas Paul Flato a quien se lo compraron en el Metropolitan como obsequio para la diva. En su testamento, Bori lega la joya al Metropolitan, donde fue exhibida desde entonces, hasta que en 2015, con el teatro sumido de nuevo en una grave crisis económica, lo sacan a subasta en la casa Christie´s, alcanzado la cifra de 3 millones de dólares. 55 años después de su fallecimiento, Lucrezia Bori salva una vez más al Metropolitan.
Con estos antecedentes no queda más que preguntarnos quién será la nueva Lucrezia Bori que ayude a salvar una vez más al teatro neoyorkino.