Viena. Filarmónica de Viena. Theater an der Wien. 12/09/12. Obras de Schumann, Messiaen y Tchaikovsky. Director: Vladimir Jurowski.
Pese a lo que pudiera suponerse, no es tan frecuente encontrarse en la capital austriaca y disfrutar, en coincidencia, de algún concierto de la Filarmónica de Viena. Y es que la archiconocida formación, dado su elevado número de giras y citas en el extranjero, actúa sólo unas pocas veces al mes en su casa, en el Musikverein vienés. Por ello, resulta todavía más excepcional encontrarse a esta formación subiendo al escenario del Theater an der Wien, el pequeño coliseo donde recayó la actividad operística de Viena entre 1945 y 1955, mientras la gran Staatsoper permanecía cerrada, tras los desastres de la Segunda Guerra Mundial. El concierto que nos ocupa formaba parte de una colaboración más o menos habitual entren este teatro y la afamada orquesta. Su anterior colaboración tuvo lugar el pasado marzo, con la interpretación del oratorio de Beethoven Cristo en el monte los olivos, con Ph. Jordan a la batuta y la intervención de las voces de J. Botha, G. Finley y C. Nylund, como concierto inaugural del Festival de Pascua de Viena. En este caso el concierto tenía también un carácter inaugural, al situarse entre las primeras actuaciones programadas en la nueva temporada de dicho teatro, que actualmente escenifica Il ritorno d'Ulisse in patria de Monteverdi, con dirección escénica de C. Guth y dirección musical de Ch. Rousset, al frente de Les Talens Lyiques.
Sea como fuere, en términos musicales la cita ofrecía una buena ocasión para valorar el desempeño de la Filarmonica de Viena en repertorios ciertamente diversos, como Schumann, Messiaen o Tchaikovsky, con la batuta de Vladimir Jurowski al frente. El concierto, a nivel de programa, se antojó un tanto irregular. Y es que la obra de Schumann que lo abría, la obertura Manfred op. 115, bien podría calificarse de mediocre, siendo poco más que un pastiche confuso sin mayor interés, desde luego por debajo de las mejores partituras de este mismo compositor. Todo lo contrario que L'Ascension de Messiaen, una obra compuesta en 1932 y subtitulada como "cuatro meditaciones sinfónicas". Se trata de una obra magnífica, con sonoridades fascinantes. Un descubrimiento en cada una de sus cuatro secciones: Majesté du Christ demandant sa gloire à son père (Majestad de Cristo pidiendo la Gloria a su Padre), Alleluias sereins d'une âme qui désire le Ciel (Aleluyas serenas de un alma que anhela el Cielo), Alleluia sur la trompette, Alleluia sur la cymbale (Aleluya de la trompeta, Aleluya del címbalo), Prière du Christ montant vers son Père (Plegaria de Cristo dirigiéndose a su Padre). Esta partitura para gran orquesta exige además un virtuosismo extraordinario de todas y cada una de las secciones de la formación, sobresaliendo sin duda el cierre de la cuarta sección con unas cuerdas enardecidas.
El programa se cerraba con una segunda parte donde constaba únicamente la sinfonía Manfred de Tchaikovsky, una obra que sigue resultando tan fascinante como irregular e imperfecta (la misma sensación le quedó al propio Tchaikovsky, que no fue capaz de incluirla en su corpus sinfónico numerado). La obra, en manos de la Filarmónica de Viena y V. Jurowski fue sin duda un puro derroche de música grandiosa. Aunque quizá pudiera achacarse a la formación una cierta tendencia a un sonido algo preciosista, como recreándose en su perfección, algo ayuno en extremos más desgarradores e incisivos. En todo caso, quizá sea una sensación que tenga más que ver con la batuta que con la formación propiamente dicha. Y es que no cabe duda de que J. Jurwoski es un maestro eficacísimo y solvente, pero despierta ciertas dudas a la hora de darle la bienvenida como el gran director de la generación que relevará a los ya consolidados Gergiev, Thielemann y compañía, en su plena madurez. Jurowski, en principio, no es más genial que Dudamel, Nelsons, Heras-Casado o Nézet-Séguin.
Al margen de estas consideraciones, resultó muy sorprendente encontrar el teatro a sólo dos tercios de entrada, cuando la localidad más costosa rondaba los 100 euros y las más económicas los 20. Quizá la inclusión de la Filarmónica de Viena en la programación del Theater an der Wien, fuera de su sede habitual, desconcertase al público más habitual, aunque como hemos dicho no es algo tan excepcional, más bien al contrario. Además, gran parte del aforo estaba cubierto por rostros orientales que probablemente incluyeron gustosos esta cita sinfónica dentro de su periplo turístico por Viena. En todo caso, ojalá sirva esta crónica para animar a los aficionado españoles a acudir a alguna de las próximas citas de la Filarmonica de Viena en Madrid y Barcelona, a finales de este mes de septiembre, con Daniele Gatti al frente y las sinfonías de Brahms en su programa. Si no fuera por los disuasorios y casi alarmantes precios que trae consigo esta orquesta, serían sin duda citas obligadas para todo los amantes del sinfonismo clásico.
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