Por Francisco Zea Vaquero
Madrid. 2-XII-2020 Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). Fundación Scherzo. Johann Sebastian Bach: Suite Inglesa num 3 en sol menor, BWV 808, Frederich Chopin: Preludio en do sostenido menor, op. 45 & Barcarola en fa sostenido mayor, Op. 60. Maurice Ravel: Gaspard de la nuit. Ivo Pogorelich (Piano).
Y termina el ciclo de la Fundación Scherzo, Grandes Intérpretes, por este año de locos, tras varias cancelaciones y sustituciones, donde se ha hecho lo imposible para mantener todos los conciertos programados, así como recuperar en el próximo los perdidos en este moribundo 2020. [Esperemos que la organización consiga pronto devolvernos a la flamígera Yuja Wang, recuperando su convocatoria en otra, aun extraordinaria, pese a la densa agenda de la gran pianista]. Pero cerramos con un concierto per se, al que el público amante del instrumento acude y llena la sala simplemente por el hecho de presenciar la fastuosidad del sonido, la técnica inalcanzable, y el puro arte del Piano, aunque sea un reto «entender» en sus enfoques al genio de Belgrado.
Ivo Pogorelich, personalísimo y excéntrico desde un punto de vista meramente musical, al que he tenido la suerte de escuchar desde su juventud, ha mantenido siempre una fascinante carrera de pianista de concierto. Tanto al principio cuando arrasaba en ventas de discos y agotaba el papel, como cuando sufrió las pleamares de la vida y le alcanzó la tristeza o la pesadumbre [nunca olvidaré una Suite Romeo y Julieta de lacerante belleza a fines de los noventa], o en estos momentos, cuando mantiene inasequible sus tempi
La sesión comenzó, como siempre, acompañado de su pasa páginas, entrando «el divino»
El pianista, sin atisbo de duda, nos muestra su robusto sonido en una Suite Inglesa que se mueve lenta e inexorablemente ya desde su preludio. En plena Allemande se notaba ya adustez y casi gravedad, que anunciaba la trascendencia de la Sarabande, alma de la obra. Su intensa gradación dinámica para la Courante es pura marca de la casa, e impresiona especialmente en su repetición. Anchura dinámica oceánica, y discurso majestuoso y doliente como dice la tonalidad de sol menor, marcan el movimiento más reflexivo de la Suite. Por momentos, nos recuerda a la última época del mítico Richter, quien le iba a decir a aquel enfant terrible
El preludio de Chopin fue el comienzo del siguiente bloque, aunque se podría decir que el concierto se dividió en tres partes por su asombrosa diversidad entre los enfoques dados a los compositores elegidos. Desde las primeras notas ya lo envolvió con cierta niebla debbusysta, pero con tanto significado en cada valor como el de una comprimida pieza de Webern. El inmenso tempo y arco de respiración empleado (casi 10’) le permitió crear un cierto poema, o una suerte de sonata de los sentidos como las que componía Scriabin. Si bien es verdad, que este enfoque le ha acompañado durante toda su carrera, la escala es ahora mucho mayor, convirtiendo las ideas de antaño en gloria interpretativa inimitable hoy. Para este pepito grillo que les cuenta, fue la cima de la velada en términos absolutos.
Tras este éxtasis sonoro, y a modo de ambigú, hay pequeños mundos de indecisión sobre el escenario, como ejemplo: búsqueda de partituras en el suelo, del movimiento inquieto de la banqueta, o de las miradas de suspense al acompañante colaborador. Pero la simpática disyuntiva se resuelve, y se aborda por fin la Barcarola op. 60. Otro universo sonoro propio, no en el estilo de Chopin, pues más parecía una balada o una fantasía, que rompe la forma descaradamente. Esta interpretación procede de quien está tocando solo en su estudio, en actitud privada, pero suceden cosas tan maravillosas, tan dramáticas desde el punto de vista sonoro que uno dejaría la puerta furtivamente entreabierta para escuchar al que se cree en soledad. Nos desafió con un tempo lento hasta el abandono, transiciones desasosegantes desde la sección central, y acordes megalíticos de extrema y cruda belleza. La coda es enérgica y torturada hasta exprimir todo un gemido del piano en los dos acordes conclusivos, todo ello sin romper una sola nota, naturalmente. Siento repetirme, pero estas cosas sólo pasan en el concierto: la Música es cuando estás.
El Gaspard de la nuit
El público fue cariñoso y aplaudió durante casi 15 minutos, y hasta se gritaron esos bravos de reconocimiento que ahora nos piden evitar, pero tras una cima artística de esta categoría Pogorelich no consideró añadir nada más. Hace muchos años, en uno de sus conciertos, hubo un chascarrillo de aficionados que rezaba así: «Toca a Brahms como Scarlatti y a Scarlatti como Brahms, pero a la gente le da igual, siempre triunfa». La afición de Madrid siempre le ha consentido mucho, y puede que con motivo. Por otro lado, los entendidos del Piano dirán que no hubo mucho Bach, ni Chopin en sus interpretaciones, pero si hubo mucho piano, de eso estoy seguro.