CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas

Crítica: Boriso-Glebsky, Rysanov, Hakhnazaryan y Lugansky visitan el «Liceo de Cámara XXI» del CNDM

3 de febrero de 2021

El «Schumann» que fue solo un poco

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 29-I-2021. Auditorio Nacional de Música. Centro Nacional de Difusión Musical [Liceo de Cámara XXI]. Cuarteto para piano y cuerdas n.º 1 en do menor, Op. 15, de Gabriel Fauré; Cuarteto para piano y cuerdas n.º 3 en do menor, Op. 60, de Johannes Brahms. Nikita Boriso-Glebsky, violín; Maxim Rysanov, viola; Narek Hakhnazaryan, violonchelo y Nikolái Lugansky, piano.

   Adolece este concierto de la falta del Cuarteto para piano y cuerdas en mi bemol mayor de Robert Schumann que hubiera completado una interesantísima mirada a este peculiar cuarteto en el que el violín II es sustituido por un piano. De ese modo hubiéramos completado una excepcional mirada al romanticismo, desde su forma primigenia en Schumann hasta el comienzo de las ampliaciones armónicas que nos llevarán al impresionismo y ya se aprecian en Fauré.

   Si hubiésemos escuchado a Schumann hubiéramos podido admirar como esos resabios aún del Clasicismo son transformados en elementos románticos. Es lo que me hace querer pensar en la historia de la música en algo así como una de esas catedrales castellanas en las que, a pesar de que se pueden apreciar estilos diferentes, estos están en la mayoría de los casos superpuestos, imitan unos a otros y, al final, todo es evolución y armonía, casi nunca ruptura o revolución.  

   Pero basta de lamentos y de pensar en todo aquello que la pandemia –y sus medidas– nos han robado, concentrémonos en lo que nos queda.

   El Cuarteto n.º 1 de Gabriel Fauré es una pieza magistral para un compositor al que, en su treintena, aún le quedaba mucho por decir. Es una excelente muestra de sus cualidades compositivas a la hora de desarrollar sonoridades armónicamente complejas que juegan con la modalidad creando mundos sonoros muy alejados de las tendencias de la época y que serían muy utilizadas por los impresionistas que le precederían. Destaca el entramado armónico que surge, principalmente, a partir de la mano derecha del pianista, pero que en seguida funde todos los instrumentos en una única sonoridad.

   El cuarteto formado por Nikita Boriso-Glebsky, Maxim Rysanov, Narek Hakhnazaryan y Nikolái Lugansky dio un toque particular a este sonido de conjunto, pues en el crisol que crea Fauré podemos apreciar, no una fundición absoluta y homogénea de los timbres de los instrumentos, sino bellas capas de timbres que se superponen creando una especia de «acero de damasco». El resultado es elegante, amable y bello. Un único cuerpo con diferencias muy sutiles que permiten a los solistas –sobretodo destaca el piano de Lugansky en este papel– sobresalir con la melodía sin necesidad de tener que hacer un esfuerzo por sacar más potencia de la necesaria, creando un aura de una elegancia sublime.

   El Allegro molto comienza a cambiar las cosas. Su génesis es un ágil pianissimo que enseguida deriva en una fuerza brutal acompañada de células rítmicas que recuerdan a una marcha. El cuarteto supo mostrar una amplia paleta de matices que permitió apreciar estos crescendi y disfrutar en los forte de una potencia musical que llenó toda la Sala de Cámara de música.

   En esta tendencia continuamos con Johannes Brahms. El primer movimiento supuso una gran demostración de potencia en la que destacó Nikolái Lugansky con el papel protagonista del piano que supo dirigir al resto de miembros del cuarteto en esta explosión musical. Contrastó con el Andante, lírico y meloso. Narek Hakhnazaryan hizo gala en este movimiento del aterciopelado timbre de su violonchelo que, con un vibrato espectacular, supo ponerse –líricamente– a la altura de un tenor.

   Muy interesante resultó el cuarto movimiento Finale en el que tenemos la oportunidad de escuchar varios dúos como el del piano y el violín al comienzo o el piano y la viola hacia el final. De aquí destacar cómo estos dúos se convierten en tríos ya que cada una de las manos del piano tiene una línea independiente. Lugansky no tuvo problema con ello y con gran naturalidad y precisión supo ofrecer unas deliciosas líneas melódicas.

   Terminó el concierto, como no podría ser de otra manera, con Robert Schumann, aunque exclusivamente con su parte más romántica, pues solo pudo ser interpretado el nostálgico y amoroso Andante cantabile. Espectacular, por cierto, el solo de viola Maxim Rysanov y el violín de Nikita Boriso-Glebsky. Con esta propina echamos aún más de menos el no haber escuchado completa la obra de Schumann. Tendrá que ser en otra ocasión.

Fotografía: Elvira Megías/CNDM.

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