CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas

Crítica: Diego Ares, Ignacio Prego y Johann Sebastian Bach se unen por vez primera sobre un escenario, en la programación del FIAS 2021 de Cultura Comunidad de Madrid

24 de marzo de 2021

Los clavecinistas españoles su presentan juntos sobre un escenario por primera vez y sin acompañamiento alguno para ofrecer un recital que quedará grabado en los anales de la historia del FIAS, centrado en la Alemania del genial Bach y sus coetáneos.

Alemania a dos claves y cuatro manos

Por Mario Guada | @elcriticorn
Madrid. 18-III-2021. Iglesia de San Marcos. FIAS 2021 [XXXI Festival Internacional de Arte Sacro de la Comunidad de Madrid]. Bach a dos. Obras de Johann Mattheson, Johann Sebastian Bach y Wilhelm Friedemann Bach. Diego Ares e Ignacio Prego [claves].

Bach te consuela y da paz. Nos bendice con un abrazo paternal, haciendo de nuestra existencia algo más llevadero y hermoso.

Diego Ares [entrevista en CODALARIO, 2019].

Bach es el centro de mi vida musical […] y es, a mi parecer, el padre de todos. Me encanta tocarlo, es muy natural. Sé que para muchos intérpretes supone muchas veces un desafío muy grande –también para mí, obviamente–, pero es un desafío que siempre tiene recompensa, y me gusta ese tipo de desafío que requiere más trabajo, más profundidad.

Ignacio Prego [entrevista en CODALARIO, 2015].

   No tengo duda alguna al respecto: no existen dos clavecinistas españoles en este momento de mayor talento, proyección y calidad interpretativa en todo el globo terráqueo que el vigués Diego Ares y el madrileño Ignacio Prego. Por eso, tener la oportunidad de escucharlos a dúo sobre un escenario se antojaba un evento de esos que suponen un hito. Y así fue. La Iglesia de San Marcos, situada en pleno centro de la capital madrileña, fue la encargada de acoger esta cita dentro de la programación del FIAS 2021 de Cultura Comunidad de Madrid, cuya dirección tuvo la brillante idea de aceptar esta propuesta, titulada Bach a dos, planteada por los dos clavecinistas españoles, que suponía además la presentación mundial de ambos juntos sobre un escenario. Ellos, que se conocen desde hace años, no han logrado hasta ahora, en plena pandemia mundial –fíjense qué cosas–, aunar su arte para dar una enorme alegría a sus muchos seguidores que tanto en España como en el extranjero son. Un programa concebido en torno a la órbita germana del XVIII y que pivotó sobre la figura central de Johann Sebastian Bach (1685-1750), como no podía ser de otra forma, pues sin ser Alpha sí es Omega, el lugar al que todo conduce y al que todo regresa.

   El resultado de lo sucedido en esta fría noche solo puede tildarse de extraordinario, único e histórico, me atrevería a decir. Creo que en años venideros muchos serán los que recuerden esta fecha como «la primera vez que se pudo escuchar a dos de los mejores clavecinistas españoles del mundo juntos». Y es que, sin miedo a exagerar, estamos antes dos talentos de talla mundial, a pesar de que muchas veces no lo parezca, por la escasa presencia que a solo tienen ambos sobre nuestros escenarios. Al contrario de lo que muchas veces se piensa, el clave resulta un instrumento más versátil de lo que parece, capaz de ofrecer diversos colores e incluso ciertos rangos dinámicos, por medio del juego entre los dos teclados, de modificar octavas, del uso de sus registros… Esto, que llevado a la práctica con excelencia ya supone un alarde que marca la diferencia entre los clavecinistas notables y los sencillamente extraordinarios, resulta de un impacto sonoro apabullante cuando se plantea sobre dos instrumentos simultáneamente, algo muy pocas veces disfrutable sobre un escenario. Es, pues, posible demostrar que el manejo de todas sus posibilidades puede llevarse a cabo con insultante dominio por un intérprete, pero también por dos en el mismo lugar y tiempo, convirtiendo esas coordenadas espacio-temporales en un momento histórico sublime.

   Tanto Ares como Prego tocaron un mismo instrumento, creado por el mismo constructor, aunque en años distintos. Se trata de dos claves de doble teclado basados en un Joannes Ruckers de 1624, decorados de manera distinta, uno de ellos propiedad del clavecinista Alberto Martínez –entre el público– y el otro del propio Prego. A pesar de tratarse de una obra del holandés Titus Crijnen, asentado en tierras aragonesas desde 2007, los dos plantean sonoridades sensiblemente distintas, pero merced al trabajo y a la enorme capacidad simbiótica de ambos instrumentistas para adaptarse entre sí, se creó una exquisita y paradójica conjunción: por un lado, la diferenciación sonora de sendos instrumentos, por otro, la conexión magistral de ambos en carácter, fraseo, articulaciones, intencionalidades interpretativas, manejo del color… Un logro admirable.

   Si bien el patriarca de la familia Bach fue el protagonista de la velada, representado por un total de tres obras, no menos importante para configurar el programa resulto la figura del alemán Johann Mattheson (1681-1764), muy conocido como teórico, aunque algo menos como compositor, de quien se interpretaron dos obras originales para dos claves, bastante representativas de los géneros de la sonata y la suite. La primera, que abrió el programa, fue la Sonate à due cembali per il Signore Cyrillo Wich gran virtuoso, compuesta probablemente en la ciudad de Hamburg hacia 1705. Presenta una estructura en un solo movimiento con un inicio casi orquestal en ambos claves, desarrollando rápidamente un contrapunto de notable complejidad que fue plasmado con meridiana claridad por los dos protagonistas de la velada. Especialmente destacable aquí el juego contrastante de los planos sonoros, además de la firmeza rítmica muy marcada, elaborando los pasajes imitativos –casi canónicos– con enorme diligencia y claridad. El diálogo muy fluido, pasando las líneas de uno a otro con tanta delicadeza como si estuvieran sosteniendo una copa de cristal, culminó en el punto álgido cuando las escalas pasaron de uno a otro clave tan nítidas en carácter como hermanadas en sonoridad. Su Suite para 2 claves en sol menor presentó un carácter más afrancesado, conformándose de cuatro danzas en la habitual contraposición de caracteres del género. La Allemande inicial llegó delineando con enorme sutileza el principal motivo melódico sobre el que se construye la danza, dando paso después a algunos momentos independientes para cada uno de los claves, que permitieron observar la capacidad de graduar su presencia en los momentos a dúo frente a los pasajes para brillar como individuos. La escritura paralela entre ambos en algunas secciones llegó explicitada con una sincronía y entendimiento prácticamente insuperables. La Courante fue descrita con una limpieza fascinante en su compleja elaboración contrapuntística, mientras la Sarabande, que exigía un cambio de carácter muy marcado, permitió observar a estos dos talentos en un ambiente más expresivo, interpretándola además en un registro de octava superior que le aportó una sonoridad entre cristalina y quebradiza; sorprendió aquí –pero también otros momentos de la velada– la sincronización de ambos en el recurso del trino. La Gigue conclusiva presentó una flexibilidad de tempo y ritmo muy interesante, con un marcado virtuosismo individual tan brillante como bien entendido, puesto siempre al servicio de la música y del dúo, sin pretensiones de alzarse el uno por encima del otro en ningún momento.

   Del primogénito del Kantor, Wilhelm Friedemann Bach (1710-1784), se interpretó el Concierto para 2 claves en fa mayor, Fk 10, compuesto en torno a 1740 y denominado en ocasiones como Duetto a Due Cembali [véase imagen], pues en cierta forma está más cercano a una sonata que a un concierto, comenzando por la propia estructura en forma sonata del Allegro e moderato inicial, que además deja entrevar un cierto y exquisito tono galante. Es una obra de una luminosidad y creatividad que presenta pocos límites, tanto en el sincopado e imitativo movimiento de inicio como en el lírico y muy inspirado Andante central. Destaca la escritura sincopada del Allegro e moderato, que en su sección central elabora un juego temático refinadísimo entre ambos claves, que se van imitando y que llegó aquí con una flexibilidad en el manejo del tempo, con accelerando y ritardando incluidos, que aportó un extra a esta obra –yo, que tengo en la memoria una legendaria versión discográfica a cargo de Andreas Staier y Robert Hill, admito que me quedé perplejo de la vuelta de tuerca aportada aquí por estos dos talentos–. Escrupuloso y muy efectivo manejo del trino aquí, que tiene un gran peso en el discurso. El movimiento central, otro de los grandes momentos de la noche –que además repitieron como propina al final del concierto–, fue sin duda una clase magistral de entendimiento entre dos instrumentistas que hablan un mismo lenguaje y quieren comprenderse por encima de las individualidades, pero dejando espacio, por supuesto, a sus personalidades marcadas, porque las tienen. Fascinante elaboración de los pasajes imitativos, brillantez de sonido, un diálogo tan orgánico como contundente, manejo refinado del color, enorme balance de líneas y una muy equilibrada balanza entre la flexibilidad melódica y la firmeza del tempo son solo algunas de las más destacadas bondades ofrecidas en este Andante. Concluyó la obra con un Presto que presenta una alternancia bastante marcada entre pasajes soli/tutti que recuerda a algunos conciertos de su padre, lo que hizo que la obra se atribuyese durante algún tiempo a este, quien además realizó alguna copia de la misma, añadiendo así más leña a la confusión. La interpretación mantuvo la línea de excelencia general, destacando sobremanera la inteligencia a la hora de contrarrestar los momentos de sonoridad muy llena en ambos teclados con pasajes de contrapunto muy finamente elaborados.

   Como contrapunto a las obras de Mattheson y el hijo mayor de Bach se ofrecieron dos breves piezas individuales del Kantor, comenzando Diego Ares en el Preludio en fa mayor, BWV 928, con tempo reposado que permitió apreciar el sencillo pero atractivo contrapunto de la mano izquierda, deteniéndose notablemente para tomar aire antes de la sección rápida de la pieza, que ofreció con una inteligente lectura que acentuó el carácter sobrio pero cálido de la composición. Por su parte, Prego acometió una versión también excepcional de la Sinfonía en sol menor n.º 9, BWV 797, de las célebres Invenciones a tres partes –conocidas hoy como Sinfonías, que acompañan a las 15 Invenciones a dos partes–, elaborando el motivo principal de esta triple fuga en la mano derecha con delicada gracilidad, mientras la mano izquierda presentaba una inquebrantable firmeza en la línea del bajo, siempre amable, elaborando el sujeto después en el teclado superior, contrastando el color y carácter del brillante tema, concluyendo con una sutil cadencia de pulcro toque y hermoso sonido.

   Para concluir, el que puede considerarse plato fuerte de la noche: el Concierto para 2 claves en do mayor, BWV 1061a, estructurado en tres movimientos en el estilo del concierto de tipo italiano para solista y orquesta, aunque este ejemplar presenta la particular de ser el único de los conciertos para dos o más claves de Bach concebido explícitamente para ser interpretado sin un acompañamiento orquestal –aunque Bach planteó la posibilidad de que pudiera ser acompañado por una sección de cuerda–. La única fuente de este concierto que se puede relacionar directamente con Bach es un manuscrito de 1732/33 elaborado por Anna Magdalena, que presenta correcciones y añadidos del propio compositor, pero poco más se sabe de ella. Se ha supuesto que fue compuesta hacia 1730, lo que lo convertiría en uno de sus primeros conciertos para este instrumento, aquí por partida doble. A falta de un modelo anterior, parece que la obra fue concebida y ejecutada originalmente como un concierto para 2 claves y no como una transcripción de otros instrumentos, como sucede con el resto de conciertos para el instrumento. Quizá Bach interpretó esta pieza precisamente junto a su hijo Wilhelm Friedemann, cuando acababa de llegar a Dresden; quizá padre e hijo la tocaron incluso antes, en el archiconocido Café de Zimmermann, por ejemplo. ¿Qué sucede con las partes de cuerda que se añadieron posteriormente? Quizá se trate de un añadido de Wilhelm Friedemann y no de su padre. La fuente que incluye estas partes de cuerda está datada en la segunda mitad del siglo XVIII, pero aporta poca información adicional. Desde el punto de vista estilístico, hay indicios para ambas interpretaciones, ya que aquí es posible encontrar algo de la desbordante jocosidad de Wilhelm Friedemann, pero también del ingenio contrapuntístico de Johann Sebastian. Lo que sí queda claro, más aún en esta versión original a solo, es que se trata de una obra excepcional de principio a fin, que fue plasmada aquí con la excelencia que merece. El trabajo de Bach en el desarrollo alternante de ritornelli y soli quedó explicitado de forma meridianamente clara, sin necesidad alguna de orquesta en el movimiento inicial –sin indicación de tempo–, interpretado por Ares y Prego con exquisita diafanidad contrapuntística, delineando y remarcando aquellos momentos de una escrita más «orquestal», para detenerse en expresión y color en los pasajes independientes que marcan los «solos». El contraste dinámico se logró con un diálogo muy sutil en el que el juego sobre los dos teclados resultó muy efectivo; interesante el manejo del motivo temático principal, saltando de un clave a otro; exquisita, por otro lado, la introducción de nutridas ornamentaciones en el discurso. En definitiva, un ejercicio de filigrana pura llevado al lienzo del clave con el pincel más fino y la mano más exquisita posibles. El Adagio ovvero Largo central esconde una delicada y hermosa siciliana en el relativo menor de la tonalidad del concierto, cuyo carácter queda claramente marcado en su compás de 6/8. Tanto la calmada exigencia como la sutileza de ese vaivén ternario llegaron descritos por ambos claves en un evocador trabajo sobre los dos teclados. La Fuga [Vivace] conclusiva se inició en el primer clave [Ares], que elaboró con diligencia el sujeto con sus primeras voces, antes de que el segundo clave [Prego] hiciera su aparición para continuar desarrollando la fuga. Lo que más sorprendió aquí fue la capacidad de ambos, totalmente simbiótica, para delinear con el mismo color y espíritu el sujeto, en un alarde de conexión entre dos clavecinistas que muy pocas veces puede observarse con tan apabullante claridad. Ambos lograron infundir genialidad y brillantez tanto a sus partes independientes como en los tutti, logrando que cada una de las voces del intrincado contrapunto «bachiano» se resolviera brillante.

   Ojalá este sea, como decía aquel, el «comienzo de una gran amistad» que perdure largo tiempo y que cuente que el apoyo de las instituciones españolas para que, alguno más de los ciento cincuenta privilegiados que asistimos al alumbramiento de este hito para la música a nivel mundial, puedan deleitarse con el arte y la maravillosa conexión de los que son, ya absolutamente sin duda alguna, los dos mejores clavecinistas españoles que habitan este planeta…