Por José Antonio Cantón
Murcia. 11-IV-2021. Auditorio y Palacio de Congresos Víctor Villegas. Mahler Chamber Orchestra. Director: Daniele Gatti. Obras de Schumann.
El concepto que encierra el título que encabeza este comentario se ha sustanciado en plenitud en esta cita del Ciclo Grandes Conciertos del Auditorio de Murcia con la intervención de la Mahler Chamber Orchestra, una formación desvinculada de las instituciones públicas y que, desde su fundación en 1997 por el gran director Claudio Abbado, ha venido siendo un ejemplo de gestión democrática en el campo artístico por la totalidad de sus músicos, pertenecientes a varias nacionalidades, que se reúnen expresamente para giras programadas en todo el mundo, siendo en este sentido remarcable su habitual presencia en los grandes festivales como los de Lucerna y Salzburgo. Su actual vinculación al maestro Daniele Gatti viene desde que hace cinco años lo nombraron su Consejero Artístico.
Era muy esperado su ciclo sinfónico de Schumann, que ha podido realizarse en Barcelona, teniendo éste una parcial representación en Murcia con la Primera y Tercera sinfonías, que ha dejado una excelente impresión dado el altísimo nivel artístico alcanzado. Partiendo del arrebatador romanticismo que inflama estas dos obras, el maestro Gatti manifestó claramente una orientación «brahmsiana» en su construcción, adoptando una naturalidad solemne de gesto, siempre elegante, implementada por un absoluto dominio técnico de su función. Desde la disposición de los instrumentos en el escenario se podía imaginar su conocimiento del espacio eufónico necesario en sus más mínimos detalles antes incluso de producirse el primer sonido, y por su manera de presentarse en el pódium, con esa conciencia que irradiaba saberse elemento sustancial de lo que significa su cometido en la materialización de un pensamiento musical perteneciente a un género en el que los compositores se exigen al máximo, conscientes de la relevancia de la sinfonía como gran forma del arte sonoro a partir de la segunda mitad del siglo XVIII en Europa.
La necesidad casi existencial que tuvo Schumann de componer la sinfonía que lleva por sobrenombre «Primavera», había que expresarla desde el primer momento de su interpretación, y Gatti supo reflejar esa circunstancia en la lenta introducción del primer movimiento, con una admirable primera intervención de los metales, convirtiéndose así este inicial rapto emocional «schumanniano» en sobrecogedor momento musical antes de entrar en sus desarrollos temáticos. El batir de su batuta parecía sonar como un instrumento más, que lo es, como vértice catalizador desde donde se proyectaba el discurso. Este aspecto tuvo un explícito acento en el nocturnal Larghetto, sólo estimulado por el maestro en su parte central sin forzar contraste alguno. Desencadenó un punto de luminosa fantasía en la conducción del Scherzo, encontrando el carácter apasionado que quiso darle el compositor, al hacer énfasis en la distinción de los dos tríos que contiene sin perder en ningún momento su natural carácter danzante. Se adentró en el último movimiento con ese aire animado marcado por Schumann, clarificando el entramado de la polifonía que lo sostiene antes de propiciar un momento estelar de las trompas, que terminaron siendo una de las sub-secciones instrumentales protagonistas del concierto, sobre todo en el cuarto movimiento de la Sinfonía renana que, gracias al resto de los metales, se convirtió en el episodio cumbre del concierto.
Esta obra Daniele Gatti la proyectó desde una evocadora perspectiva, en la que cierto aire sugestivo se convirtió en el eje emocional de su ejecución pese a las aceleradas indicaciones de tempo y medida de su Vivace inicial cuyo impulso, en muchos casos exagerado con otros directores, vino a mitigarse con el tratamiento contenido que hizo de sus staccati y pasajes sincopados. Se preocupó de que resaltara la madera en el variado Scherzo así como los registros graves de la cuerda, realmente reveladores en profundidad expresiva. Hizo que la orquesta cantara en ese particular destino transitorio que tiene el Andante, convirtiendo su ejercicio en el necesario desecandenante del Maestoso que le sigue, donde, como he apuntado de pasada en el párrafo anterior, el director milanés materializó en sonido un perfecto análisis del más sustancial espíritu musical germano que caracteriza el contenido de este asombroso cuarto movimiento. La orquesta dejaba claro el por qué de su excelencia yendo más allá de la portentosa exhibición técnica de la que hacía gala en todo momento, convirtiéndose en trascendente portadora de un mensaje que Schumann eleva en este movimiento a la máxima dimensión estética. Incrementó su refinada musicalidad en el Vivace final, tratado por el maestro como una excelente oportunidad para que se pudiera admirar a esta brillante orquesta en plenitud de respuesta, alcanzando rutilantes efectos expresivos en el torbellino temático que contiene, esencial reflejo de la turbulenta e impulsiva genialidad del compositor renano.
¡Cuán interesante hubiera sido haber podido escuchar en esta oportunidad el resto de sus sinfonías! Seguramente, una experiencia difícil de olvidar a tenor de lo experimentado en esta cita singular del Auditorio de Murcia que llevaba a recordar las mejores veladas orquestales de su historia.
Foto: Marcial Guillén