CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas

Crítica: Éxito de Christoph Prégardien  en el «Ciclo de Lied» del Teatro de la Zarzuela

16 de abril de 2021

La bella molinera, humanizada

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 12-IV-2021. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXVII Ciclo de Lied. Franz Schubert (1797-1828), Die schöne Müllerin [La bella molinera], op.25, D 795 (1823). Christoph Prégardien (tenor), Roger Vignoles (piano).

   El ciclo de canciones de La bella molinera narra las vicisitudes de un joven que arriba a un molino donde se le contrata como aprendiz, y queda prendado ipso-facto de la bella hija del molinero. Como personaje apocado y desgraciado en amores (como lo fue el propio Schubert), realiza sus confesiones mentales a su inseparable amigo, el arroyo, ya que no se atreve a confesar sus sentimientos a la bella joven. La exposición desarrollada, que de esta síntesis hace el poeta Wilhelm Müller (1794-1827), es la de explorar múltiples sentimientos y caracteres más profundos -aprovechando que también aparecen en la historia un cazador y un joven jardinero-, de manera que se dedica exponerlos durante los veinte números de que está formada la obra y que Schubert también aprovecha musicalmente de esa forma tan magistral.

   La obra es, en esencia, un claro regreso al romanticismo alemán del más puro estilo arcaico -o Volkslieder, Lied popular-, tanto en los poemas como en la música, un ‘ritornello’ a la verdadera cuna del género, en donde se ponen de manifiesto los trazos que lo definen: la naturaleza que todo lo rodea, el camino, el vagabundo, el simbolismo no complejo, la desesperanza en el amor y -casi siempre- el tener que enfrentar la muerte (sobrevenida o forzada, como es el caso). Lo popular no debe darnos a entender una obra sencilla. Mas al contrario, La bella molinera es una obra muy compleja, que puede dar lugar a distintos enfoques e interpretaciones sobre cómo sienten y padecen sus personajes, y existen para el intérprete muchas formas de aproximarse a la misma.


   El veteranísimo tenor Christoph Prégardien ofreció una perfecta adecuación de la voz al texto y viceversa, es decir, supo contar como narrador, pero teniendo que desdoblarse musicalmente en los distintos personajes que, a su vez, ramifican de forma muy compleja sentimientos y actitudes que varían rápidamente en la hora y poco en la que se desarrolla el conjunto de canciones. Desde el punto de vista compositivo, y para remarcar lo «popular», es cierto que no abundan las complejidades tonales, y los «murmullos» de semicorcheas del piano -atmósfera perfectamente reflejada por Roger Vignoles- hacen casi siempre alusión directa al arroyo como energía motora de la vida -la actividad del molino y su bella ocupante- o como tentación sobre cómo provocarse -a uno mismo- la muerte.

   A nuestro modo de ver, el amor (desamor) real puede ser tan atractivo y potentemente dramático como el amor (desamor) sublimado por los románticos -cuando se trata de expresarlo mediante el canto-, por lo que es perfectamente entendible un acercamiento «humanizado» desde el punto de vista puramente interpretativo. Opinamos que este fue el acercamiento entendido por Prégardien, cuya interpretación alcanzó cotas a un nivel que está fuera del alcance de muchos cantantes de la actualidad, y tuvo en Vignoles el mejor aliado para hacernos entender que el piano pugna por un protagonismo de igual a igual con la voz.

   Nuestro tenor, encuadrado actualmente en la categoría de lírico, posee una muy trabajada técnica de canto, dotada de gran expresividad y musicalidad, y adornada ya con interesantes tintes baritonales y trabajadas medias voces, aunque ahora se muestra un poco estrechada o forzada en la zona aguda. Sus grandes capacidades para la matización a la hora de cantar y contar, le sirvieron para recorrer el conjunto de canciones que narra la historia de forma dramatizada y creíble, lejos de interpretaciones más ensoñadas o despegadas de una realidad que -en realidad- debe humanizarse si es que se pretende que el enfoque muestre los sentimientos de las personas corrientes.


   Son estos los mimbres -tanto vocales como de enfoque- con los que logró desarrollar de forma primorosa y con abundancia en los cambios dinámicos, los primeros números de la obra -los que le acercan de forma noble y bien intencionada a su «amigo» el arroyuelo-, para pasar a interpretar inmediatamente después a describir el sueño de amor» que cualquier persona podría experimentar cuando encuentra y queda deslumbrado por una bellísima mujer. El número 12, que se titula como Pausa, es precisamente el punto de inflexión o bisagra dramática del Ciclo, y donde Prégardien-Vignoles mostraron a las claras cómo el protagonista ha de preguntarse los «porqués» de su devenir.

   Más adelante, llega el desencanto por la aparición de su oponente amoroso -el cazador-, y nacen entonces texturas y caracteres nuevos que dibujan ese antagónico duelo, que fueron muy bien resaltados por ambos intérpretes en la música y, sobre todo, en la intención. Por último, un nuevo cambio en los acontecimientos para llevarnos de manera muy efectiva al trágico desenlace: se ha secado la flor que le otorgó la molinera, Trockne Blumen [Flores secas], y tras dialogar con el arroyo, el protagonista se inmolará en sus rumorosas aguas.

   Y es aquí, en esta última parte –Des Baches Wiegenlied [La canción de cuna del arroyo]-, de las más bellas del Ciclo, para unos una nana, para otros una marcha fúnebre,  donde realmente pudimos comprobar que nuestro artista conserva frescura y fantasía poética a la hora de exponer su arte, llegando al absoluto dominio del binomio texto-interpretación, liberados ambos con sumo cuidado y de forma refinada y matizada, con gran maestría en el legato y cuidando la emisión de cada sonido para realzar el texto, aunque siempre con un carácter pegado a lo terreno, sin artificios, a fin de dibujar a las claras un suicidio «humanamente» realista y no «transfigurado», como sí se hace en otras versiones.


   Debido a la grandísima calidad y éxito alcanzados en este recital, el público lo premió con efusivos y prolongados aplausos, así como abundante número de espectadores puestos en pie, obligando a los dos artistas a saludar con repetidas salidas. Se concedieron dos propinas, también de Schubert: Am Brunnen vor dem Tore y Nacht und Träume. En medio de ambas, Christoph Prégardien comentó que para él era un placer cantar al público, y no a los micrófonos ni a las cámaras, como se hace ahora en recitales sin público, y que estaba convencido de que La Cultura volvería a imponerse como canal primordial de comunicación entre las inteligencias. Totalmente de acuerdo con tan bellos ideales, Herr Prégardien.

Foto: Rafa Martín

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