CODALARIO, la Revista de Música Clásica

Críticas

Crítica: Pablo Sáinz-Villegas recorre «El alma de la guitarra española» en el ciclo del CSIPM

27 de abril de 2021

Versatilidad y mimo tras la receta del éxito

Por David Santana | @DSantanaHL
Madrid. 24-IV-2021. Auditorio Nacional de Madrid. XLVIII Ciclo de grandes autores e intérpretes de la Música del Centro Superior de Investigación y Promoción de la Música [Universidad Autónoma de Madrid]. El alma de la guitarra española. Selección de obras de Isaac Albéniz, Mario Castelnuovo-Tedesco, Enrique Granados, Joaquín Rodrigo y Roberto Gerhard. Pablo Sáinz-Villegas [guitarra].

   Obras conocidas, de estilos y épocas variadas y con predominancia de compositores españoles. Toda una rara avis el programa que traía consigo el guitarrista riojano Pablo Sáinz-Villegas en su recital en Madrid y, sin embargo, prometía. Estamos acostumbrados a los recitales monográficos dedicados a un único compositor, o a un par de obras o colecciones, pero no a coger un poco de aquí y de allá. Hay hasta a quien le parecerá poco profesional, menos intelectual, quizás. Y, sin embargo, el hecho de hacer una selección variada, ¿no nos permite acaso apreciar mejor el talento de un intérprete?

   La versatilidad, esa cualidad tan denostada en un mundo de especialistas y que, sin embargo, aparece en prácticamente todo gran músico. En la guitarra, que es quizás uno de los instrumentos más versátiles –melódico y armónico–, tal cualidad se hace indispensable, y Pablo Sáinz-Villegas la supo demostrar. Ya en la primera de las obras, la Sevilla de Albéniz, quedó patente esa dualidad entre canto coral y melodía que tan natural es en las danzas de nuestro país –debido, principalmente a la alternancia entre estrofa y estribillo de la música popular–. La guitarra debe asumir dos roles: cantar con gran lirismo y acompañar con ritmo de danza. Dos papeles que Sáinz-Villegas no solo supo interpretar correctamente, sino también destacar hasta el punto de parecer dos instrumentos diferentes. En este aspecto, consiguió ir aún más allá con la Gran Jota de Francisco Tárrega que ofreció como primera propina, pues en ella pudimos escuchar los rasgueos en las partes más rítmicas combinados con percusiones de las cuerdas más graves de guitarra con las que lograba imitar el sonido del tamboril mientras las más agudas cantaban la alegre melodía de la tirana El trípili de Blas de Laserna. En fin, la maestría que requiere evocar algo tan sencillo como una diana popular.

   Pero Sáinz-Villegas no solo se limitó a tocar la guitarra –con todas sus posibilidades–. También se dirigió al público para explicar sus obras y el sentido del programa. Nos habló de un viaje por distintas tierras, de la evocación de diferentes lugares a través de la música e incluso de obras literarias como los Entremeses de Cervantes que Castelnuovo-Tedesco musicaliza en su Escarramán, homenaje a Cervantes, Op. 177, de la que Sáinz-Villegas nos ofreció otro baile: la gallarda.

   Pero a lo que iba: también pudimos apreciar en el riojano ciertas dotes de orador, sabiendo entonar correctamente –necesario para evitar el habitual murmullo del ¿qué ha dicho? que surge cada vez que un música se dirige al público– pero sobre todo, manteniendo unos largos silencios que permitían al cerebro procesar la información antes de tener que prestar atención a la nueva. Una cualidad que, curiosamente, se pudo reflejar en su música. Tanto en la Invocación y danza de Rodrigo como en la Fantasía de Roberto Gerhard los silencios fueron, al menos, tan importantes como el sonido. Sáinz-Villegas los supo usar a su favor dibujando adecuados arcos de tensión y, demostrando, en general, un fraseo impecable.

   Demostró el guitarrista un sentido del ritmo perfecto, con una cuidada técnica del trémolo que pudimos apreciar tanto en la Asturias de Albéniz como en la propina final: Recuerdos de la Alhambra de Tárrega. Sin embargo, también subo doblegar el tempo a la pasión de las Doce danzas españolas, Op. 37 de Granados n.º 5 y 10 –Andaluza y Danza melancólica respectivamente–. Aunque quizás en la primera se pasó un poco con el rubato, llegando a sonar un tanto empalagosa.

   Son cuestiones de gusto que demuestran que cuando se interpretan obras conocidas el riesgo puede ser mayor, pero si el público se siente mimado... ¡Ay! Entonces ya se le ha ganado.

Fotografía: Recámara Producciones.

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