CODALARIO, la Revista de Música Clásica

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CRÍTICA: 'UN GIORNO DI REGNO' DE VERDI EN EL PALACIO EUSKALDUNA DE BILBAO

31 de octubre de 2012
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Palacio Euskalduna, Bilbao. Sábado, 27/10/12. Director musical, Alberto Zedda. Director de escena, Pier Luigi Pizzi. Reparto: Dalibor Jenis, Paolo Bordogna, Irina Lungu, Silvia Vázquez,Antonino Siragusa, David Soar, Eduardo Ituarte, Juan José Puente. Coro de Ópera de Bilbao. Orquesta Sinfónica de Navarra.

TIBIO RECIBIMIENTO PARA " UN GIORNO DI REGNO"

      Continua la ABAO llevando a cabo su proyecto Tutto Verdi, que viene realizando desde el 2006. En esta ocasión le ha tocado el turno a Un Giorno di regno, segundo título verdiano de esta temporada tras la apertura con  La Traviata el septiembre pasado. Compuesta por encargo del Teatro alla Scala de Milán, la obra se estrenó el 5 de septiembre de 1840, menos de un año después de que lo hiciera su primera ópera, Oberto, conte di San Bonifacio. Pocos meses antes, Donizetti estrenaba en Paris su Fille du régiment y, unos meses más tarde, La Favorita se veía por primera vez en Milán.
      Se trata de una ópera buffa compuesta por Verdi en un periodo especialmente triste y desafortunado en su vida personal, debido a la pérdida en poco tiempo de su mujer y de sus dos hijos, mortivo más que suficiente para muchos hayn justificado el fracaso que la obra cosechó. Estamos ante un estilo aún en fase de definición, en cierto modo heredado de Gioacchino Rossini, pero donde se observa sin duda la nueva técnica de composición y tratamiento de las voces del maestro de Busetto. Rossini, quien había estrenado su Guillaume Tell hacía 11 años, seguía siendo enormemente admirado en los círculos musicales y gozaba de enorme prestigio por lo que casi todo lo nuevo se comparaba con su obra. Un giorno di regno carece de la frescura cómica de los grandes momentos Rossinianos, especialmente en lo que se refiere a los números concertantes pero, a cambio, ofrece páginas solistas que anticipan futuras composiciones inconfundiblemente verdianas o espléndidos dúos como los que protagonizan Il Barone e Il tesoriere en ambos actos.
      La presencia de un maestro como Alberto Zedda en el podio hacía presagiar en el ámbito puramente orquestal una velada muy interesante y un enfoque especialmente orientado a resaltar el "rossinianismo" de la partitura. Sin embargo, creemos que su prestación al frente de la Sinfónica de Navarra ha lastrado en gran medida el resultado final de la representación, lo que explica el escaso entusiasmo que la misma ha levantado en el público asistente, si bien es cierto que todo esto ha de ser matizado teniendo en cuenta lo poco frecuente de la obra y el casi total desconocimiento de ella por parte del público.

      Nadie puede poner en duda a estas alturas el papel histórico que el maestro Zedda ocupa en el estudio de la obra de Rossini y en su interpretación. Estamos seguros de que el enfoque con el que ha querido ofrecer su versión de la obra es fruto de la reflexión y la madurez propia de quien la dirigió por primera vez en 1963 y la conoce en profundidad. No obstante, creemos que durante la representación, al menos en buena parte de la misma, la chispa, la frescura y la vivacidad que requiere una partitura como ésta estuvieron ausentes. Los tempi fueron pesantes y lentos, con ritmos escasamente dinámicos y casi marciales, lo que benefició a algunos de los solistas y perjudicó a otros. La calidad del sonido de la Sinfónica de Navarra tampoco fue especialmente notorio mientras que sí lo fueron ciertos desajustes entre foso y escenario, entendemos que achacables en parte a una función de estreno con la consiguiente falta de rodaje. La obra se ofreció íntegra y con multitud de puntature al agudo y variaciones por parte de los solistas, con las que suponemos que se pretendía aumentar la vistosidad de una partitura que si se interpreta con absoluto purismo deja pocas opciones al lucimiento a los artistas.
      La producción que se ofrecía en esta ocasión estaba firmada por Pier Luigi Pizzi. Se estrenó en Parma, en 1997, y ofrece, como suele ser habitual en él, escenografías con amplios espacios y la utilización de elementos escénicos móviles que rápidamente permiten pasar de un cuadro a otro a la vista del público. Se trata de una producción de las que se pueden catalogar sin ningún género de dudas como clásica y que no juega a la transposición del libreto en ningún caso, ofreciendo momentos más logrados que otros, como el progresivo striptease de la Marchesa del Poggio en su escena inicial, cuando se dispone a darse un baño.
     El punto débil del aspecto escénico vino de la mano de la dirección de actores -encomendada en Bilbao a Massimo Gasparon-, que pecó de estatismo, falta de imaginación y recursos manidos. En una lectura íntegra de la obra como la ofrecida por Zedda es, si cabe, más necesario hacer uso de recursos que doten de dinamismo a la escena. Por momentos parecía que la única diferencia entre la primera y la segunda vuelta de un aria consistía en desenvainar la espada o desplazarse de un extremo al otro del escenario, dando la impresión de que los solistas eran dejados en cierto modo a su libre albedrío. Aspectos de coreografía como el "corro" del final del primer acto o el concertante "a tal colpo preparata" con una fila de sillas y los solistas levantándose o sentándose a medida que intervenían en el mismo no son precisamente de gran impacto visual y hasta pueden llegar a resultar incómodas para el espectador. Es ésta una obra con seis solistas en la que el reparto del protagonismo entre todos ellos está bastante equlibrado (Il Barone e Il Tesoriere carecen de arias pero a cambio disponen de sendos duettos de gran factura y que tanto vocal como escénicamente son de lo más efectivo de la obra).
      El barítono Dalibor Jenis, en su ruta por el norte de España, cambiaba el reciente Enrico de Oviedo por Il Cavalier Belfiore. Jenis es un cantante correcto, al que se le agradece que no intente oscurecer artificialmente un instrumento por naturaleza lírico y casi atenorado en ciertos momentos. Continúa con su tendencia al engolamiento en el uso de la media voz pero su registro agudo es muy solvente y el mezzo forte adquiere también buena presencia en una sala tan complicada para hacerse oír como es el Palacio Euskalduna. Escénicamente convincente, pone de relieve sus carencias en el ámbito del fraseo ágil que en algunos momentos requiere su personaje.

      Paolo Bordogna dio vida (y mucha) al Barone di Kelbar y fue sin duda el ganador en el aplausómetro final. A su proverbial capacidad de captar la atención del público mientras está en escena (aunque no cante) se le une una proyección muy notable de una voz de color y timbre que le permitirían sin duda abordar otro tipo de roles al margen de los del repertorio buffo, que constituyen su principal marco de interés. El instrumento está perfectamente in maschera, se proyecta a la perfección y si a ello le unimos su excelente dicción y carisma el resultado es difícilmente mejorable. Es evidente que se encuentra muy a gusto sobre el escenario.
      El bajo-barítono británico David Soar cumplió como Signor La Rocca, pretendiente de la hija del barón y seducido por las promesas de poder político y económico del falso Stanislao. Su voz contrastaba con la de Bordogna en los dúos, tanto por su mayor oscuridad como por su deficiente dicción italiana. Se trata de un rol concebido para bajo pero con una tessitura muy centrada en la zona de paso, que sorteó con suficiente holgura en "Tutte l'armi si può prendere". No obstante, no ofreció ningún atractivo especial y quedó bastante desdibujado en el cómputo global.
      De las dos mujeres en un reparto de hombres destacó especialmente la Marchesa del Poggio interpretada por la soprano rusa Irina Lungu, quien compartió junto a Bordogna las mayores muestras de aprobación del público, tanto en los saludos finales como a escena abierta, tras concluir su escena de entrada "ah, non m'hanno ingannata" de forma brillante en lo vocal y en lo escénico. Se trata de una voz que por su dulzura, colocación y terciopelo es totalmente ajena a lo que se ha venido en denominar "la escuela rusa". Total ausencia de engolamiento, impecable dicción y absoluta italianidad son la marca de la casa de esta prometedora cantante, ofreciendo sobreagudos timbradísimos y nada estridentes, aparte de una presencia escénica y un gusto envidiables.
      Por su parte, la soprano valenciana Silvia Vázquez  ofreció una convincente actuación como Giulietta, pero un escalón por debajo de Irina Lungu. Muestra facilidad en el sobreagudo, su punto fuerte, y no desaprovechó las numerosas ocasiones que el maestro Zedda puso a su disposición para mostrarlo. Sin embargo, su instrumento tiene un punto de metal que lo hace incómodo a la escucha, por su dureza y falta de ductilidad. En cualquier caso, la suya fue una prestación encomiable en un papel seguramente más ingrato que el de la Marchesa.

      El tenor siciliano Antonino Siragusa asumió el no muy lucido rol de Edoardo di Sirval, sobrino del Tesoriere y amante de Giulietta, con un instrumento caracterizado por un color blanquecino y una emisión un tanto plana, aunque con cierto brillo y proyección. En esta ocasión no desplegó en las notas agudas todo el poderío al que nos tiene acostumbrados. La escritura de su rol, muy central y sobre el primer paso, le perjudicó en cierto modo al quedar en evidencia sus carencias y no poder desplegar convenientemente sus virtudes. Si a ello unimos un fraseo algo deslavazado y sin tensión, el resultado no pasó de la corrección. Completaban el reparto Eduardo Ituarte como Il Conte Ivrea y Juan José Puente como el sirviente Delmonte. Ambos salvaron sus breves intervenciones con solvencia.
      La actuación del Coro de ABAO sigue ofreciendo un nivel por debajo de lo escuchado en otras ocasiones, lo que es especialmente notorio en la sección femenina. No es una obra especialmente exigente en este sentido y la intervención de los hombres al inicio del segundo acto estuvo muy lastrada por unos tempi sorprendentemente lentos que dificultaron enormemente el empaste de sus voces.

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