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Crítica: Vadim Repin con la Sinfónica Nacional de Tartaristán en el Ciclo Goldberg

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Autor: Francisco Zea Vaquero
3 de febrero de 2020

Festival Tártaro

Por Francisco Zea Vaquero
Madrid.  30-I-2020. Auditorio Nacional de Música (sala sinfónica). Tchaikovsky: Marcha Eslava en si bemol menor, op. 31 y Concierto para violín en re mayor, op. 35. Mussorgski: Una noche en el Monte Pelado. Mussorgski-Ravel: Cuadros de una exposición. Vadim Repin (Violín) Orquesta sinfónica Nacional de Tartaristán. Alexander Sladkovsky (Director).

   Otra vez media entrada en el precioso Ciclo Golberg para recibir al laureado y legendario Vadim Repin, y su tapado acompañante: la orquesta Tártara de Kazán y su diestro titular, Alexander Sladkovsky. La oferta musical de esta sala sinfónica sigue siendo masiva y la afición está bastante saturada. En estos momentos no hay aparente oportunidad de mejora. El público se reparte masivamente entre los principales ciclos sinfónicos más longevos, brillantes y tradicionales. Sin embargo, un par de organizaciones de menor entidad han conseguido, tras 10 años de esfuerzos, colocar sus programas con entradas razonables en esta transitada sala sinfónica. Cómo ya hemos comentado desde estas líneas el programa y el estilo de este ciclo Goldberg  está condenado a triunfar. La perseverancia es el alto precio que esta propuesta debe pagar para imponerse a otras ofertas peor equilibradas. Razones: la concisión de la propuesta anual, su planificación ascendente durante la temporada, artistas de la máxima categoría, combinación de maestros consagrados y novedades prometedoras, o la segura ausencia de bolo, por tocar directamente para sus representantes artísticos. Si hay sitio o no en Madrid para este festival de artistas Goldberg lo dirá la paciencia y astucia programadora de la organización.


   El regreso del que fue llamado el Zar no creó la expectación deseada, pero el gran violinista tampoco alcanzó la cima artística que el mismo transitaba hace ya más de 5 años. Sólo Repin se podía derrotar a si mismo. Sólo la evocación de aquella perfección sonora, el estilo olímpico, las interpretaciones maduras combinadas con el virtuosismo más absoluto podían hacer sombra a la buena versión escuchada del concierto para violín de Tchaikovsky. Hoy por hoy, el insigne violinista se dedica de forma entregada a muchas más labores que la concertística. Por ejemplo; convertirse en el factótum de la vida artística de su patria chica Siberia, presidir concursos de la máxima relevancia internacional, y, esperemos, formar y transmitir su arte a las nuevas generaciones.

   El registro grave se ha desesmaltado, y los sobreagudos no siempre están timbrados y medidos, cómo en aquellos milagrosos conciertos del Madrid de los 90, donde no faltaba ni una sola temporada. Se ha perdido parte del noble y precioso sonido que Repin tuvo, pero todavía exhibe el poderoso arco, el regio volumen y su innato sentido de la acentuación y pulso de las obras que conoce como nadie. Su cara no tuvo esa mirada resplandeciente, y esa media sonrisa, del que está jugando con el tigre, y está cómodo porque se sabe dueño de la situación. Por ejemplo, en la polifonía del desarrollo no pudimos disfrutar de las dobles cuerdas como antaño. Sin embargo, la larga cadencia del Allegro moderato volvía a ser suya, como siempre, con plenitud dinámica y una salida camerística, que  equilibró y  mezcló, en hermoso diálogo, con los solistas. La orquesta estuvo siempre pendiente, por familias, de sus entradas para arroparle armónicamente, aunque el director pudo hacer algo más en los tutti para ajustar con mayor precisión a todo el grupo. Se volvió a ver la felicidad en las caras de los espectadores con la bella canzonetta del 2º movimiento, con sonido y puro fraseo Repin se estaba haciendo dueño de la situación. Después en el vivacissimo no quiso aflojar el tempo y Sladkovsky tampoco estaba dispuesto a bajar el nivel virtuoso de la orquesta; hubo algunos flecos y  desajustes a la carrera, pues la agilidad de la digitación tampoco abruma como antes. El gran artista ruso no permitió que se perdiera tensión o ritmo, quería servir el concierto con la garra y el carácter de siempre. Al final hubo premio y afecto por parte del público que no olvida a quien tiene delante. Repin tiró de coraje artístico y volvió por donde solía en un gran bis paganiniano. Las variaciones que muchas veces adornaron sus jaleadas despedidas del público.


   Antes la orquesta de Sladkovsky nos había amenizado con una obra que se presenta poco ante los auditorios, no como en décadas pasadas. La Marcha eslava representa la música más comercial de Tchaikovsky, junto con el Capriccio Italiano y la Obertura 1812. El director colocó su orquesta en formación Furtwängler, lo que nos permitió gozar del sonido de las violas de Kazán en el oscuro tema inicial. Tempo medido en la gran eclosión sonora del ostinatto y posterior clímax. El empaste sonoro de maderas y metales se producía con dificultad durante la gran lucha bitemática. Los dos clímax bélicos fueron bárbaros y vociferantes, mientras las descargas finales fueron excepcionales. Era lo esperado, ya sabíamos de la prestancia sonora de esta orquesta.

   Sladkovsky es un hombre de gesto un tanto desvaído y practicón, pero que conoce a su orquesta hasta la última fibra, y obtiene resultados directos y espectaculares. Domina el escenario, y sobre todo al público aunque a veces recurra a gestos excesivamente hinchados cómo un generoso levantamiento de brazos, o innecesarios saltos sobre el podio. Sin embargo, adelanto ya que el importante trabajo de preparación de las obras programadas, y la enorme disciplina de la centuria rusa produjeron una gran impresión final en el respetable.

   Cuando Mussorgski compone sus mejores partituras lo hace casi siempre para el piano, y sólo en algunos casos muy concretos han aparecido sus propias ediciones orquestales, con mucha posterioridad, a partir de la segunda mitad del siglo XX. En ellas encontramos una sorprendente sutileza y personales indicaciones, cómo en las de Rimsky- Korsakoff, su gran valedor históricamente. Así sucedió con una noche en Monte Pelado o Boris Godunov. Pues bien, no dudo que desde hace muchos años se utilicen en Rusia estas ediciones propias pero los matices del poema sinfónico citado estuvieron un poco soslayados por la gran bipolaridad extrema impuesta por Sladkovsky. Pese a la gran presentación de materiales que realizó la orquesta de Kazán (cuerda aplicada al máximo, y precisión en maderas y metales) se echaron de menos las bellas transiciones, una mayor gama dinámica, además de la esperada serenidad final de la cantilena en tonos mayores y las campanas lejanas de la Ciudad de Kiev.


   Los Cuadros de una exposición con la genial orquestación de Ravel requieren, una vez más, todos esos matices y proezas sonoras para miniaturas o grandes frescos, y no basta con importantes contrastes entre fortísimos, súbitos silencios o pianísimos, es decir efectos dinámicos, que sin relación con el tempo parecen vacíos. Por ejemplo, en el fraseo de algunos de los temas más profundos y hermosos cómo Bydlo el tempo estaba firmemente atornillado a las culminaciones en stacatto de percusión o, transformado el Cum mortuis en puro interludio antes de la tenebrosa bruja Baba Yaga, perdiéndose los íntimos significados que Mussorgsky y Ravel contienen. No obstante, los solistas se enseñorearon (flautas, clarinete o saxofón) con un gran trabajo de orfebrería, así como también hubo plenitud sonora en el retrato de los dos judíos, con una cuerda abrumadora que trabajaba cómo un solo hombre.

   Hay que tener en cuenta que el primer concierto de una gira siempre es el más duro para los que viajan, los pocos accidentes o imprecisiones que hubo son achacables a esta circunstancia, pues el equilibrio entre familias fue excepcional.

   El exigente director ruso estaba dispuesto a dejar su impronta en Madrid y nos regaló, no unas propinas, sino todo un 3er tiempo! Comenzando con la Danza española del Lago de los cisnes, resplandeciente y perfecta de adornos. Es como si Sladkovsky hubiese dejado conscientemente lo mejor para el final. Tras una fantasía sobre musical con ribetes de Swing, llegó el momento más indescriptible, un desafío que no veía desde que las orquestas soviéticas triunfaban en los finales de los 80. Emulando a Evgeny Svetlanov en Ruslan y ludmila, Sladkovsky dio la entrada de uno de los hits de esta orquesta, Stan Tamerlana de Alexander Tchaikovsky, y, como homenaje a su orquesta, los dejó tocando en solitario como exhibición de poderío rítmico absoluto, y capacidad compenetración por parte de la orquesta tártara. Para colmo, en su regreso al escenario Sladkovsky con el público en el bolsillo, lo hizo tocar palmas y disfrutar participando en el final del espectáculo. Hubo regocijo general, y grabación a fuego en la memoria del reto presenciado.

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