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Crítica: Valery Gergiev y la Orquesta del Mariinsky en el ciclo de La Filarmónica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de enero de 2021

Infalibilidad rusa

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 20-I-2021, Auditorio Nacional. Ciclo La Filarmónica. Parsifal. Vorspiel und Karfreitagsspiel –Preludio y encantamientos del Viernes Santo (Richard Wagner). Sinfonía núm. 1, op. 25 «Clásica» (Serguéi Prokófiev). Sinfonía Fantástica, op. 14 (Héctor Berlioz). Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky de San Petersburgo. Dirección musical: Valery Gergiev.

   Resulta tan lógico como inevitable comenzar esta reseña agradeciendo, que en los tiempos pandemicos que corren, en Madrid podamos escuchar a una orquesta de la categoría de la del Mariinsky de San Petersburgo con su titular desde hace más de 30 años Valery Gergiev al frente. Seguramente sea la primera orquesta que sale de gira por Europa en muchos meses y es que a los rusos nada les para y su fiabilidad está probada, como demostró la magnífica orquesta del Mariinsky que situó los contrabajos a la derecha en contra de lo habitual en las orquestas rusas que los sitúan a la izquierda, que lució una cuerda de ensueño –comandada por Lorenz Nasturica-Herschcowici, concertino de la Filarmónica de Munich desde los tiempos de Celibidache-, una magnífica sección de maderas y unos metales de desbordante brillantez con ese puntito de exceso propio de la tradición rusa. Una agrupación que ofreció un sonido suntuoso, vigoroso y radiante, y eso que eran menos efectivos de lo habitual.


   Sin podio, pero con su acostumbrado mondadientes a modo de batuta y ese gesto tan personal, que los músicos de «su orquesta» siguen con una fidelidad y entrega sin fisuras, Gergiev comenzó el concierto con el preludio acto y los encantamientos del viernes Santo del tercer acto del Festival escénico sacro Parsifal, testamento musical de Richard Wagner. Música sublime que resultó muy bien tocada con un sonido rutilante, pero expuesta de forma un tanto aséptica y superficial, pues faltaron ese punto de atmósfera, transcendencia e intensidad dramática.    

   Ya en repertorio ruso y con uno de los estandartes de su música, el genial Serguéi Prokofiev, orquesta y director se encontraron en su salsa, pues por mucho que la primera sinfonía del compositor de origen Ucraniano sea un ejercicio de conservatorio inspirado en la obra de Haydn y, por tanto, del clasicismo maduro –de ahí el apelativo de «clásica», no deja de ser música rusa. Espléndida resultó la interpretación por orquesta y batuta de tan deliciosa y breve obra, que comenzó con un primer movimiento de frenético pulso rítmico, continuó un segundo en que la inspiradísima melodía fue expuesta con cantabilità y hermoso lirismo. Elegantísima, por su parte resultó la gavota (primorosos los golpes de arco de los violines) para lanzarse a tumba abierta en un molto vivace final que fue absolutamente incandescente.


   Se puede considerar la Sinfonía fantástica de Berlioz como una de las tres grandes sinfonías creadas en la tercera década del siglo XIX junto a «la Grande» de Schubert y la simpar Novena de Beethoven. La obra de Berlioz, insólita para la época, con cinco movimientos en lugar de los cuatro habituales, paradigmático ejemplo de romanticismo temprano y primer modelo de música programática, basada en un argumento muy detallado del que subyace un amor apasionado no correspondido, está llena de contrastes y se basa en una admirable orquestación que pone a prueba a cualquier orquesta. Espectacular, brillantísima, con tanta tensión como fuerza dramática, la interpretación ofrecida por Gergiev y la Orquesta del Mariinsky. El misterio y melancolía del primer movimiento, el ritmo de la danza y la fluidez no exenta de elegancia del vals en el segundo, en menor medida la atmósfera bucólica y campestre del tercero (espléndidos oboe y corno inglés), la marcha vibrante y el apabullante aquelarre –en el que brilló el clarinete solista-  fueron magníficamente expuestos por una orquesta a sobresaliente nivel –deslumbrante la cuerda tanto la grave como la aguda- con un sonido tan vigoroso como pleno de refinamiento tímbrico. Se echaron en falta, quizás, algún matiz, un mayor sentido del detalle y de la variedad dinámica, pero la interpretación resaltó, especialmente, y en toda su intensidad, la grandiosidad de la composición con un Gergiev, músico de indudable talento, muy entregado al que, incluso, pudieron escucharse con nitidez los gemidos, gruñidos y sonidos varios, con los que acompañó su gesto durante todo el concierto.

   Ovaciones y vítores del público, que orquesta y director agradecieron con la interpretación a modo de propina del scherzo de El sueño de una noche de verano de Felix Mendelsshon.

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