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Crítica: Valery Gergiev dirige la 'Sinfonía resurrección' de Mahler en Madrid, dentro del ciclo de La Filarmónica

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
17 de febrero de 2018

Nos quedamos sin resucitar

   Por Pedro J. Lapeña Rey
Madrid. Auditorio Nacional. 14-II-2018. Ciclo de La Filarmónica. Orquesta Sinfónica del Teatro Mariinsky. Orfeón Pamplonés. Anastasia Kalagina (soprano). YuliaMatochkina (mezzo). Director musical: Valery Gergiev. Sinfonía n°2, “Resurrección”de Gustav Mahler

   La presencia de Valery Gergiev y sus músicos del Teatro Mariinsky junto al Orfeón Pamplonés para interpretar la Sinfonía “Resurrección” de Gustav Mahlerera a priori el mayor atractivo de la temporada de La Filarmónica. En la tarde en que el Real Madrid se jugaba su futuro en Europa a poco más de un kilómetro, el reclamo funcionó y el Auditorio Nacional estaba prácticamente lleno.

   La obra, compuesta dentro del periodo “wunderhorn”del autor, está llena de fuertes contrastes. El Allegro maestoso inicial, una gigantesca forma sonata estructurada rítmicamente como una marcha, de una tensión sofocante, deriva directamente del poema sinfónico Totenfeier que Mahler había compuesto en 1888.

   En las notas al programa, David Puertas nos recuerda la intensa relación de la obra con Hans von Bülow. Una relación de la que probablemente, el director alemán no tuviera conciencia, pero que a la larga marcó la partitura. En septiembre de 1987, tras unas críticas muy elogiosas de Bülow a Mahler, en ese momento director de la Ópera de Hamburgo, éste le interpretó la versión inicial para piano del Totenfeier. El director hamburgués, que se había tapado los oídos con las manos en varios fragmentos dijo: “Si lo que acabo de oír es música, debe ser que no entiendo nada sobre este arte. Tristán es una sinfonía de Haydn al lado de esto”. Años después, tras su muerte en marzo de 1894, Mahler escucha durante sus honras fúnebres la versión coral del poema Auferstehn (Resucitarás) del poeta Friedrich Klopstock. Enfrascado en terminar su Segunda sinfonía, entiende que es la única manera posible de terminarla, y lo utiliza como base de su movimiento final. Los tres movimientos centrales, cada uno a su manera, deben ser un anticlímax entre ambos grandiosos extremos.

   Valery Gergiev es sin duda el director que más veces se sube al podio en todo el planeta. Hace tres o cuatro temporadas, en su blog slippedisc.com, el periodista británico Norman Lebrecht contó más de 300 funciones anuales, entre conciertos y óperas. A priori, su presencia dirigiendo Mahler era muy atractiva ya que los antecedentes prometían. Su Novena de hace cuatro años aquí en el Auditorio nacional, también con la Orquesta del Mariinsky, de intensidad fuera de lo común, angustiosa, dura y dramática, fue alabada por crítica y público; y el año pasado, el que suscribe pudo verle en el Carnegie Hall con su Filarmónica de Munich una Cuarta detallista, de estructura casi perfecta y tímbricamente soberbia.

   Sin embargo, al poco de comenzar el Totenfeier, con un sonido imponente de belleza indudable, notamos que esta vez algo faltaba. La brillantez de las cuerdas petersburguesas se manifestó desde el compás inicial –flamígeros chelos y contrabajos sobre el trémolo de violines y violas– pero ya en la primera exposición y en la repetición del tema de entrada, Gergiev eligió un tempo bastante rápido –que la orquesta llevó sin ningún problema– que nos ocultaba los tremendos juegos de fuerza y la tensión sofocante que tiene el movimiento. La furia y la vehemencia propia de esta marcha fúnebre sin parangón quedaron en poco más que una monumental colección de bellísimos sonidos.

   Todo cambió, y de qué manera, en el Andante moderato, remanso de paz que debe servirde contraste radical con el tempestuoso movimiento inicial. Gergiev relajó el tempo y  se marcó una interpretación casi camerística del rondó, de una belleza deslumbrante, que fluía con naturalidad –utilizó por momentos su característica mini batuta– y donde los juegos cuerda-madera fueron deliciosos. En las variaciones posteriores, perfectamente estructuradas, tuvimos frases muy destacadas de flauta, pícolo y arpa.

   Precioso igualmente el Scherzo, donde los golpes casi atronadores del timbal marcaron el ritmo con precisión, y maderas y violines cantaron de manera cálida y emotiva el tema y las variaciones del lied “San Antonio de Padua predicando a los peces” sobre los pizzicatosde chelos y contrabajos. Hubo más tensión en las frases de la orquesta en pleno y los consiguientes acordes de la parte final de este Scherzo que en todo el movimiento inicial. El efecto de desasosiego que se consiguió en la última re-exposición del tema inicial, según se va difuminando, fue estremecedor.

   No dio tiempo a relajarse, ya que la mezzo Yulia Matochkina “attaccó” inmediatamente el Urlicht. Con una voz de pequeño tamaño, pero muy bien emitida y proyectada, su expresividad sumada a la delicadeza exquisita del maestro ruso, nos regalaron un movimiento conmovedor.

   También empezó muy bien el movimiento final. La tormenta, la calma subsiguiente y los truenos dispersos posteriores fueron deliciosos, pero según entrábamos en los ulteriores crescendos, Gergiev volvió a acelerar el tempo como en el movimiento inicial, y la versión empezó a perder consistencia. Volvió a aparecer el virtuosismo orquestal algo vacuo y sin “mucha chicha”. La presencia del Coro y su entrada de ultratumba calmaron las cosas. Reapareció el innato cuidado de Gergiev con las voces, y el Orfeón Pamplonés junto a ambas solistas nos dieron sus mejores momentos hasta el Coral “Mit Flügeln die ichmirerrungen”, beneficiados sin duda por el precioso acompañamiento de las cuerdas. Poco duró la alegría. En el colosal coro final “Sterbenwerd’ ichumzu Leben!”, donde Mahler rodea los versos de Klopstock con una de las mayores exaltaciones que jamás se han compuesto sobre la muerte y la resurrección, Gergiev metió la directa. La orquesta le siguió como pudo –como hemos comentado, virtuosismo no le falta– pero el coro, quizás por falta de ensayos, no tanto. Hubo desajustes evidentes que siguieron en la coda. Los sucesivos clímax no se redondearon. Con todo, eso no fue lo peor. Lo peor fue que se convirtió en una rápidacarrera hacia ninguna parte, donde en medio del caos final, perdimos toda la carga dramática acumulada. Dice mi hermano y estoy de acuerdo con él, que si en este movimiento final no tocas el cielo cinco veces, la versión no ha merecido la pena. ¡No mueres para vivir, no resucitarás! Aquí lo tocamos en un par de momentos, no más.

   En cualquier caso, el triunfo fue clamoroso con múltiples salidas a saludar. Es lo que tiene esta obra heterogénea y grandiosa. Puede con todo. Incluso con una versión donde vivimos lo mejor –los tres movimientos centrales y parte del último– y lo peor –el resto–. En una tarde en la que tocamos el cielo con las manos varias veces, pero no las suficientes.

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