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Crítica: El tenor Roberto Alagna protagoniza 'Don Carlo' en Viena

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Autor: Alejandro Martínez
5 de octubre de 2014

UN TRIUNFAL ALAGNA

Por Alejandro Martínez

02/10/2014 Viena: Wiener Staatsoper. Roberto Alagna, Adrianne Pieczonka, George Petean, Giacomo Prestia, Elena Maximova, Ain Anger y otros. Alain Altinoglu, dir. musical. Daniele Abbado, dir. de escena.

   Seguramente muchos lectores tengan fresco en sus retinas el recuerdo de ese Don Carlos de 1996, comercializado en DVD, en la versión francesa y desde el Châtelet, con Pappano, Van Dam, Alagna, Mattila, Meier y Hampson. Hace casi veinte años de aquellas funciones en las que encontrábamos a un Alagna pletórico y sorprendentemente resuelto en una parte que demanda algo más que el lírico puro de corte belcantista que él era por entonces. Dos décadas después nos ha sorprendido encontrar a un exultante Alagna volviendo a bordar una parte que le cae como anillo al dedo, por color, por acentos y, en suma, por la autenticidad con la que le da vida en escena. En 2012 no pudimos escuchar a Alagna como Don Carlo, ya que hubo de cancelar la tanda de funciones prevista por enfermedad, siendo reemplazado por Giuseppe Gipali. En esta ocasión Alagna volvía a padecer un virus que había circulado por todo el reparto de este Don Carlo y que había afectado previamente a barítono, mezzo y bajo respectivamente. De hecho, Alagna se vio obligado a no completar una de las representaciones de esta tanda de funciones en Viena, lo que generó cierta polémica al no disponer el teatro de un sustituto para su parte. Sea como fuere, sorprende la vitalidad que muestra hoy la voz de Alagna, que ha atravesado algunos altibajos en los últimos años. Es sorprendente la oscilación de las voces con el transcurso de los años. Un solista puede tener dos o tres años menos afortunados, por razones anímicas o fisiológicas, para luego resurgir como hacía años que no cantaba. De algún modo eso es lo que le ha sucedido a Alagna, que tras unos años irregulares va camino ahora de completar un par de temporadas francamente inspiradas, como si el tiempo para su voz apenas hubiera pasado. Y es que Alagna ha sido, probablemente, el último gran tenor lírico en el sentido más clásico del término, con una voz luminosa, timbrada, homogénea y resuelta. Un lírico comme il faut, de fraseo amplio y auténtico y legato esclarecedor. Celebramos pues encontrarle de nuevo en esta plenitud, sorprendentemente seguro y firme en el agudo, con un centro denso y sonoro, y triunfal en en suma en su encarnación de Don Carlo.

   Adrianne Pieczonka es una gran soprano, una de las apuestas seguras de nuestros días. Si bien con Verdi no muestra el mismo derroche de medios y oficio que con Wagner, su Elisabetta fue una suma de buen hacer y firmeza. Con una voz redonda, de centro nítido y agudo desenvuelto, su interpretación aúna temperamento y lirismo, destacando su capacidad para flotar el sonido con contención y regulación, por supuesto en el "Tu che le vanità" pero también en el "Ben lo sapete" que desgrana ante Felipe II. Una partenaire sin duda a la altura del gran Don Carlo de Alagna. Cabe asimismo aplaudir su estupenda dicción en italiano.

   George Petean parece haber aprendido bien la lección tras su trabajo con Muti para el Boccanegra de Roma. Ya le habíamos podido escuchar el Posa, precisamente en Viena, en la versión francesa escenificada por Konwitschny. Sin llegar a las cotas de firmeza actoral y convicción vocal que en esta parte ofrecen Keenlyside o Tézier, el de Petean es un Posa noble, con carácter, no demasiado contrastado en lo dramático, pero muy entonado en lo vocal, capaz de modular con frecuencia y buen gusto, sacando a la parte todo el lirismo que atesora (muy estimable el lento y sostenido "Per me giunto").

   Giacomo Prestia presenta un timbre sonoro aunque un tanto ajado y tosco. Muestra oficio, pero su retrato del Felipe II es de un solo trazo, muy ayuno en contrastes y falto, por lo general, de esa grandeza, de esa verdad dramática que hace grandes a los intérpretes de este rol. Una labor profesional pero corta de alcance, sea por medios, sea por intenciones. Nos convenció mucho más, dentro de esas limitaciones, en las partes líricas que en las enfáticas, esto es, sobre todo en el tercer acto, muy bien medido el "Ella giammai m´amo" y asimismo bien entonado todo el dúo con Elisabetta y el cuarteto posterior.

   Elena Maximova es una mezzo rusa relativamente joven, formada en el Stanislavsky and Nemirovich-Danchenko Academic Music Theatre de Moscú. Esporádicamente ha cantado ya fuera de allí con cierta asiduidad en varios teatros de importancia (Milán, Múnich, Florencia, Palermo, Dresde, Berlín, Londres, Nueva York o Amsterdam). El material manifiesta los típicos rasgos de las voces del este, un tanto gutural, y en su caso sombreado en el centro aunque algo opaco en los extremos, con no pocas notas desguarnecidas aqui y allá. Buena actriz, aunque un tanto brusca y poco refinada por momentos, cuajó sin embargo un logrado “O don fatale”, en uno de los momentos más aplaudidos de la noche.

   Tosco trabajo de Ain Anger como el Gran Inquisidor, lejos del impresionante retrato de esta parte que lleva años brindando el estadounidense Eric Halfvarson, a quien también se lo pudimos escuchar en Viena el año pasado. Mucho más entonado el Frate/Carlo V de Jongmin Park, con un timbre retundo, sonoro y un acento sólido. Impecable labor de los comprimarios Jinxu Xiahou (Conte di Lerma y Araldo reale), Valentina Nafornita (Voce dal cielo) e Ileana Tonca (Tebaldo).

   De la producción firmada por Daniele Abbado ya habíamos hablado en Codalario y nuestra opinión no ha variado un ápice desde entonces: un trabajo superficial, poco más que un decorado ocasionalmente fotogénico, con una dirección de actores marginal, que deja en manos del talento de cada solista el destino final de la representación.

   Alain Altinoglu ha firmado una versión musical con personalidad, un tanto afrancesada si se nos permite el cliché, en contraposición al tono casi wagneriano y pesante que disponía Welser-Möst. La batuta de Altinoglu se presenta al contrario cargada de lirismo, elegante, aunque lastrada también por algunos tiempos caídos y algunos acentos lánguidos. Esa relativa falta de vigor se conjugó sin embargo con una general transparencia, sobre todo en el acompañamiento de las páginas más líricas, donde Altinoglu destaca por el juego de texturas, creando un clima de introspección muy bienvenido. Destacó así por ejemplo su trabajo con la introducción del “Tu che le vanita” o con la música que introduce la escena del jardín, entre otros momentos de la partitura. No siempre fue brillante su concertación entre foso y escena, con algunos puntuales desajustes a lo largo de la representación. Un trabajo desigual, por tanto, con claroscuros aunque con personalidad.

Fotos: Michael Pöhn / Wiener Staatsoper

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