Crítica de F. Jaime Pantín del recital ofrecido por el pianista Vikingur Olaffson en las Jornadas Internacionales de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo
Éxito de Vikingur Olaffson en su presentación en Oviedo
Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 28-V-2025. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas Internacionales de Piano «Luis G. Iberni». Vikingur Ólaffson, piano. Obras de Bach, Beethoven y Schubert.
El recital del pianista islandés Vikingur Ólafsson suponía el cierre del brillante ciclo que con conciertos memorables se desarrolló esta temporada en una nueva edición de las Jornadas de Piano Luis G. Iberni. Ólafsson es uno de los pianistas de mayor impacto en este momento y seguramente el más escuchado en internet- si de verdad son ciertas las cifras de las que se habla- lo que da idea de una promoción muy bien llevada por cauces alternativos a los usuales en el mundo de la música clásica. Su actuación era lógicamente muy esperada, aunque finalmente no concitó una gran asistencia en un final de temporada en el que el público suele reducir su presencia en las salas de concierto. El prometedor programa inicialmente propuesto- las tres últimas sonatas de Beethoven- fue cambiado en su práctica totalidad y sustituido por una sucesión de obras de Bach, Beethoven y Schubert cuyo nexo en común es su tonalidad en mi menor o mayor indistintamente, manteniendo del programa original tan solo la Sonata op. 109 de Beethoven. Todas las obras fueron interpretadas por el pianista sin pausa alguna entre ellas, eliminando asimismo el descanso, lo que causó el desconcierto y la incomodidad de buena parte del público.
El interés de un programa confeccionado a partir de la unidad tonal de las piezas propuestas puede ser ciertamente dudoso y podría llegar a comprometer la fluidez general y el carácter unívoco de las obras. También resulta engañoso, porque en nada se parece un mi mayor a un mi menor, y como propuesta de modelo de concierto resulta simplista, teniendo en cuenta que en un instrumento como el piano se podrían confeccionar docenas de programas sobre cada una de las 24 tonalidades del sistema.
Vikingur Ólafsson mostró su excelente dominio instrumental y riqueza de recursos sonoros, si bien la transparencia y la claridad tan llamativas en sus grabaciones no se evidenciaron en esta ocasión ante la realidad de una acústica difícil para el piano como la del Auditorio ovetense. Una pedalización innecesariamente excesiva unida a una premura general en el tempo de los movimientos rápidos, la falta de reposo entre las piezas y una cierta precipitación en los enlaces de las distintas secciones tejieron una pátina de cierta confusión que no obstante permitió apreciar las virtudes de un pianista ciertamente interesante y personal, uno de esos escasos intérpretes capaces de desvelar bellezas insospechadas en músicas tantas veces escuchadas, desde un fino talento analítico y un temperamento apasionado que sin embargo encuentra sus mejores cauces de expresión en los registros intimistas, donde a partir de una peculiar capacidad de ensimismamiento despliega todo su potencial poético.
En el conjunto del recital, la monumental Partita BWV 830 hacía valer su transcendencia y probablemente constituyó el momento álgido de la velada desde el propio arranque de una Toccata en la que el pianista renuncia a la grandeza dramática y el desafío de la obertura a la francesa para iniciar el discurso desde un recogimiento que enlaza de manera natural con un aria a modo de Allemande anticipada que tendrá a su vez protagonismo en la poderosa fuga central. El resto de la suite se desarrolla con altibajos, desde una corrente vertiginosa y turbulenta cuya profusa pedalización oculta a veces las sutilezas de sus bellísimas texturas sincopadas a una sarabande intensa y concentrada, expuesta en toda su crudeza disonante en perfecto estilo improvisatorio para culminar con una giga plena de poderío y dramatismo que emerge amenazadora en ostinato casi paroxístico y sonoridad organística. Ólaffson parece encontrarse cómodo en la música de Bach, desde la que ha cimentado buena parte de su prestigio y en la que su depurada técnica y capacidad de disección le permiten una nítida exposición de las texturas contapuntísticas más intrincadas. Se muestra discreto en la ornamentación, algo de agradecer en los tiempos que corren y tampoco parece muy preocupado por la ortodoxia en la realización de los diversos adornos. Un Bach de marcados contrastes que se mueve entre el preciosismo sonoro, la fuerza dramática y el virtuosismo.
En las sonatas incluidas en el programa Ólaffson destacó netamente en los fragmentos líricos, con un Schubert modulado hasta la exquisitez y agógica convincente. En ocasiones, la excesiva levedad de la mano izquierda en los acompañamientos parece restar base armónica a un conjunto melódico siempre expresivo. La Sonata op.109 de Beethoven, segunda obra en importancia del programa, fue expuesta con gran fluidez y dinámica poderosa aunque se pudo apreciar cierta falta de claridad por la intensa pedalización antes comentada. Preciosismo sonoro en la evanescente y schumaniana melodía inicial, fuertemente contrastada por el recitativo que constituye la segunda sección temática, algo apresurado en su exposición, al igual que el ya breve desarrollo. Intensidad dramática al límite en el prestissimo, en una cabalgada frenética sin respiro hasta la serenidad de unas variaciones bellamente expuestas en su inicio y de nerviosismo creciente, culminando en una repetición del tema inicial que, sensiblemente relentizada, cierra este ininterrumpido programa que Vikingur Ólaffson prolongó todavía con 3 de sus bises de referencia: el andante de la Cuarta sonata para órgano de Bach transcrito por August Stradal, Le Rappel des Oiseaux de Rameau y el Preludio en si menor que Alexander Siloti adaptó a partir del original bachiano en mi menor.
Fotos: Cultura Oviedo
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