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VLADIMIR ASHKENAZY: 'La dirección de orquesta es un proceso continuo de pensamiento que luego llevamos a la música'

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Autor: Mario Muñoz Carrasco
1 de octubre de 2015

VLADIMIR ASHKENAZY: 'La dirección de orquesta es un proceso continuo de pensamiento que luego llevamos a la música'

Una entrevista de Mario Muñoz Carrasco

Durante los últimos años da la sensación de que ha ido reduciendo su actividad concertística como solista de piano para centrarse en la dirección de orquesta. ¿Es decisión personal o lógica evolutiva?
No coincido con su percepción. Ayer por la noche precisamente estuve dando un concierto de piano con mi hijo Vovka en un programa bastante exigente que incluía Rachmaninov o Ravel. En realidad sigo tocando el piano cada día, y no sólo a nivel personal, sino que la actividad concertística tanto con Vovka como con mi otro hijo Dimitri, clarinetista, es muy completa. Es cierto que no toco tanto a solo, pero en conjunto la agenda está bastante repleta con ellos. En cualquier caso hace apenas unos meses realicé una nueva grabación con piezas de Alexander Scriabin con motivo del centenario de su muerte. Dirijo mucho, pero no por ello dejo de tocar el piano. Sólo he cambiado un poco el formato.

¿En qué momento se dio cuenta de que había quedado enganchado en la redes de la dirección de orquesta?
Bueno, es complicado referirle ahora toda la historia al completo, pero tuve mis primeros escarceos con la dirección cuando apenas tenía cuarenta años, aunque sin pensar en ningún caso que esa locura acabaría por convertirse en una de mis actividades principales en el mundo de la música. Y ni mucho menos hacer una carrera al respecto. El caso es que, aunque fuera de forma eventual, dirigir una orquesta se convirtió en un juego extraordinariamente placentero para mí. Nunca planifiqué mis pasos en ese aspecto ni se planteó como una opción real. El caso es que cada vez orquestas más grandes se fueron interesando en mí y divirtiendo conmigo cuando trabajábamos juntos, con lo que se creó una dinámica de retornos con algunas de ellas. Y así se fue desarrollando todo, de forma natural, hasta la actualidad. Cuando he trabajado con la orquesta que sea, Philharmonia, Cleveland o Sidney, cada una ha puesto su personalidad propia y yo sólo he procurado encauzar aquello que cada música necesitaba, nada más. Bueno, si hilamos más fino, tal vez también intenté cuadrarlo todo un poco con mis propias intenciones, pero no se puede ir más lejos.

Resulta llamativa su implicación, además de con las orquestas de primer nivel, con ensembles jóvenes y con proyectos educativos concretos. ¿Qué le aportan?
Por supuesto, la dirección de orquestas jóvenes presenta distintos desafíos. Debes procurar empatizar con ellos y ser capaz de discernir qué son capaces de hacer y qué no. Has de mostrarte muy solícito y dispuesto a ayudarles, desterrando cualquier mínimo ápice de agresividad. La negatividad no puede aparecer en los ensayos, y siempre es mejor focalizarse en los aspectos positivos del sonido, en lo bien que tocan (¡tocan muy bien!), y lo musicales que son. Es una suerte trabajar con ellos y tienes que ser capaz de transmitírselo. Es entonces cuando comienzas a hacerles preguntas bien dirigidas: ¿te has planteado esto? ¿Te has fijado en aquello? ¿Te diste cuenta de este detalle? Porque la orquesta es un instrumento de educación, y tú has de recorrer con ellos de la manera más fluida posible el camino que les separa entre su actual juventud y la vida del músico profesional. ¿Cómo haces eso? Muy cuidadosamente, muy profesionalmente, pero siempre teniendo en cuenta que la humanidad ha de estar por encima de todo. Es muy importante hacer bien las cosas.

Queda clara la importancia que su figura para ellos, pero, ¿qué le aportan ellos a su manera de entender la música?
Siempre que trabajas con una orquesta joven y consigues aportar algo de interés, ellos te retribuyen con creces el conocimiento con su actitud. Se ve en sus caras. Los momentos bellos se suceden, el sonido se vuelve maravilloso y ahí tienes el momento más valioso por el que todo ha merecido la pena. Es tan enriquecedor que lo único que puedes decirles es “Gracias. Muchísimas gracias”.

Desde esa perspectiva que aúna a los jóvenes con los veteranos, ¿qué opina del momento actual en el mundo de la música clásica o de la cultura en general? ¿Cómo ve su futuro?
No estoy excesivamente preocupado respecto al futuro, no puedo imaginar una generación que se eduque sin la Gran Música. A mí personalmente no me gusta la etiqueta de “música clásica”, me parece que la constriñe demasiado, es algo totalmente distinto a lo que nos ocupa. Lo que nos ocupa es la “música seria”, porque tratamos de expresar algo eterno, algo esencial para nuestra existencia, para la existencia de nuestra humanidad y el sentido espiritual de nuestra vida aquí. No creo, por tanto, ni que caduque ni que muera. Tiene demasiado que ofrecernos. ¿Cómo se va a desarrollar el mercado que la rodea? ¿Cómo va a encontrar su nuevo camino en un mundo tan distinto? Eso es algo que yo no puedo predecir. Pero desde luego no va a desaparecer. Siempre habrá un cierto grupo de gente, una minoría si se quiere pero la suficiente como para mantener latente la llama, para preservar y tener activo un legado de valor incalculable porque involucra un patrimonio esencial para la humanidad. Es algo… necesario. Porque todo el resto de la música que nos rodea, si se pone en el fiel de la balanza, es una música de escasísimo peso, de poco nivel. Primitiva, si me lo permite. Sé que no es bueno generalizar y entiendo que hay excepciones, pero lo habitual, la norma, es una música que transmite un mensaje muy primitivo, una lectura muy básica de la existencia. Como es lógico, esa lectura tan parca es extremadamente sencilla de digerir, y una gran cantidad de gente es capaz de consumirla con mucho interés y ¡aplaudirla con vehemencia! Allí estarán: “¡Bravo, Bravo, Bien!”. Es una gran vergüenza y no aporta el más mínimo valor a nuestro sentido de la humanidad, por más que sea una experiencia compartida y múltiple por doquier. Hay hasta un orgullo en esa forma de consumo musical, un tipo de hermandad en ese disfrute tan básico. Nuestra única esperanza como músicos es que ese pequeño grupo de gente sensible, esa minoría de la que le hablaba y que tiene un alto nivel de espiritualidad y comprensión de las cosas importantes, siga planteándose qué es nuestra existencia, qué hacemos aquí y qué podemos hacer para darle valor a nuestra vida a través de la “música seria”, que es muy valiosa para el resto de la humanidad.    

¿Considera a Sibelius una parte importante de ese legado del que me hablaba? ¿Cuál fue si primer contacto con su música?
¡Por supuesto que sí, y con una trascendencia que no me canso de defender! Me es muy difícil datar con exactitud ese primer instante de acercamiento a Sibelius. Probablemente mi primer contacto, al igual que el de mucha gente en Rusia, fue con su concierto para violín, una obra muy querida en mi país de nacimiento y que se escucha con muchísima asiduidad interpretada por los mejores violinistas. Seguí en contacto con esa música pero sin avanzar mucho más allá de ese concerto, porque las sinfonías en aquel momento estaban muy lejos de formar parte habitual del repertorio de una sala de conciertos. Fue mi futura mujer, que es islandesa, la que me lo descubrió en toda su magnitud. Ella residía en aquel momento en Londres y vino a estudiar a Moscú con algunas cintas de música de Sibelius, la Segunda sinfonía entre ellas. Fue un auténtico shock. No entendía cómo aquella música había permanecido oculta a mis oídos durante todo ese tiempo. Mi amor por su música creció y se desarrolló en paralelo al amor hacia mi futura mujer. Ella me introdujo e insistió durante muchos años en Sibelius y es algo que nunca dejaré de agradecerle. Ella amaba a Sibelius y yo acabé enamorándome de ella y de la música que me trajo. Desde entonces he procurado que las piezas de enorme calidad pero menos conocidas del compositor vayan apareciendo por las salas de conciertos de la única forma que sé: tocándolas mucho. De esa manera con suerte se quedan grabadas en las memorias de los oyentes.  

¿Cree que no se le presta la atención adecuada a su música? ¿Qué, hasta cierto punto, alguna de sus sinfonías ha eclipsado al resto de su obra?
Indudablemente, pero eso es impredecible. Nunca se sabe qué obra va a tocar la fibra a qué público y va a acabar incorporándose al repertorio. Nuestra responsabilidad como músicos o como directores en este caso es ofrecer la posibilidad a quien acude a un concierto de tener cerca esa música, y hacerla lo mejor posible. Lo que no podemos controlar es su popularidad, que a veces crece y a veces mengua según pasa el tiempo sin que la música cambie en sí. Los seres humanos somos un poco extraños, hay que admitirlo. Pero su obra perdurará, se lo aseguro sin ningún género de dudas.

Hay en la música de Sibelius, en las piezas cortas como el Impromptu para orquesta de cuerdas o en las propias sinfonías, una especie de sentido dramático de la naturaleza que se manifiesta por todas partes. ¿Qué cree que tiene de atractiva esa naturaleza “humanizada” para que le otorgue ese protagonismo?
La forma en la que entiende Sibelius la naturaleza es fascinante, porque no es paisajismo, no busca una foto bonita. Se identifica plenamente con ella y busca alguna forma de tender puentes. Se trata de entender, creo, que formamos parte de lo que nos rodea y eso es algo que no se puede expresar desde fuera, como en una pintura, sino desde el centro mismo de la existencia de la naturaleza. Usando esa identificación, ¡Sibelius lo hace todo! Es lírico, es emotivo, es dramático… Lo desarrolla hasta límites insospechados. Pero tampoco crea que hay, ni por asomo, un ápice de idealización en su concepto ni en su forma de darle sonido. Cuando la naturaleza es bárbara la música también lo es. No sé con qué palabras decirlo. No es una visión… amable. Ni mucho menos. A veces es lírica y bella, pero otras ruda como una tormenta, sin tener que ser descriptivo en ese asunto. Porque la música no es descriptiva, va mucho más allá. Tiene mucho de identificación con el alma, pero no sólo eso. Es fascinante ver cómo su música se apoya en un concepto tan desarrollado de la naturaleza y que no deja indiferente nunca a quien lo escucha, tal vez porque la meta de todo esto es ver lo que la naturaleza evoca en nosotros. Cómo lo consigue es un misterio.

¿Comulga con esa idea tan extendida que entiende a Sibelius como un compositor principalmente melancólico y que escribe más cerca de la añoranza?
En absoluto. Si exceptuamos la Cuarta sinfonía, que es muy peculiar y se aleja de la regla, la obra sinfónica de Sibelius está marcada por un profundo optimismo, una búsqueda del lado positivo del mundo. Su música parece honrar la alegría de vivir, la alegría de existir, con muchos tipos de empuje en la mayoría de sus movimientos. Y eso no quiere decir que no se sintiera deprimido en algunos momentos, pero no es eso lo que hace perdurar en los pentagramas. La alegría, no, la… satisfacción por lo que le rodea es el centro. Busca la luz.

¿Sigue viajando a Finlandia anualmente? ¿Qué le aporta a estas alturas a la hora de interpretar la música del compositor finlandés?
Sí, sigo yendo cada año a Finlandia y me siento muy identificado con ella, me siento parte de ella. Para mí es un privilegio estar en relación con su naturaleza y su paisaje, es una satisfacción intelectual y allí siento que hay una conexión flotando en el aire. Sentirse así, llegar a ese estado de mente, es un regalo. No sé si me afecta directamente a la forma en la que interpreto su música, porque yo siempre estoy intentando cosas nuevas y siempre estoy pensando en el porqué de esas cosas que pongo en práctica. No actúo caprichosamente, me paro a reflexionar en el motivo que me lleva a buscar ese sonido y no otro. A veces, en ese proceso de cuestionamiento surgen mejores soluciones que las que puse en práctica cuando grabé algunas de las sinfonías de Sibelius hace años, por ejemplo, y las pongo inmediatamente en práctica. Normalmente los cambios son de matiz, se notan poco en el discurso general, y me costaría describirlos aquí. La dirección de orquesta es un proceso continuo de pensamiento que luego llevamos a la música. Y entonces diriges. Es un proceso sin fin, y yo espero seguir encontrando nuevas soluciones, no por necesidad personal sino por hacer más justicia a una música tan fantástica. Pero sólo es una esperanza. De vez en cuando te das cuenta de que has conseguido llevar mejor ese tempo, o aquel detalle, y te sientes feliz pero las posibilidades de hacer mejor lo que uno hace son infinitas... 

Lee la entrevista completa en el Anuario Codalario 2015, la versión impresa de Codalario, la Revista de Música Clásica. A la venta en los principales quioscos y librerías especializadas a partir de la próxima semana.

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