Aurelio Martínez Seco escribe sobre Vsevolod Zaderatsky, compositor ucraniano que padeció de primera mano la purga stalinista, según escribe Michel Krielaars en su libro Al son de la utopía
El caso Zaderatsky
Por Aurelio M. Seco | @AurelioSeco
En su magnífico libro Al son de la utopía. Los músicos en tiempos de Stalin, del que hablaremos en más ocasiones, Michel Krielaars dedica un capítulo al prácticamente desconocido compositor ucraniano Vsevolod Zaderatsky, artista soviético de gran talento que padeció como pocos la represión stalinista. Cuando hablamos de censura y las dificultades que se se encuentran al luchar contra el poder establecido, hay que hablar sin duda en plural de «censuras», pues no es lo mismo, en absoluto, la censura ni la autocensura del presente, ni las consecuencias de saltárselas públicamente, si las comparamos con las del período soviético, donde conceptos como «realismo socialista» y «formalismo» resultaban de una oscuridad ideológica peligrosa en grado límite.
Zaderatsky, cuya música Krielaars pone al mismo nivel que la de Prokofiev y Shostakóvich, fue mal visto por los bolcheviques desde el principio, al haber sido profesor del hijo del zar, o haber luchado en el ejército contra el bando contrarevolucionario. En su atractivo relato, Krielaars nos explica que la música de Zaderatsky pocas veces se llegó a tocar en público antes de su muerte, y aún después. «Es más», nos aclara, «no llegó a publicarse ni una nota suya. Su nombre no se recogía en la prensa ni en los libros de referencia». Por no tener, el compositor ni tenía derecho al voto. El libro nos cuenta situaciones realmente asombrosas, que nos hablan de una biografía que parece hecha para el cine, de una vida de sufrimiento, tensiones y tristezas continuas que merece ser conocida y contrapuesta con una música que, no en pocas ocasiones, refleja un espíritu amable, cordial y esperanzado. Vsevolod Zaderatsky sobrevivió milagrosamente a la guerra ruso-alemana de 1914 cuando, sentado en una playa del Mar Negro, mientras componía, cayó a su lado un proyectil de un crucero germano que no exploto. Conoció a Stanislavski y a Scriabin y fue recluido en un campo de concentración soviético de los que pocos salen con vida, debido a las duras condiciones impuestas por el llamado gulag.
Compuso incluso bajo cautiverio, en condiciones tan precarias que uno casi se avengüenza al ver los medios que tenemos en el siglo XXI para componer, vistos muchos resultados. En la guerra, dentro del Ejército Blanco, el compositor «supuestamente mató de un disparo a un compañero oficial blanco que asesinaba sistemáticamente a los prisioneros de guerra que se hallaban reunidos en el patio del cuartel general del ejército de Denikin», una escena que parece que introdujo Tolstoi en su Camino al calvario. A lo largo de su trayectoria, entre amenazas y campos de concentración, Zaderatsky se vio relegado, como tantos hombres excepcionales, por la mediocridad moral reinante, a vivir en pueblecitos soviéticos y hacer allí sus milagros musicales mudos, con sus orquestas y meritorias enseñanzas. No es cierto que a todo el que tiene talento le llegue su momento. La represión de lo excepcional, ya sea en dictadura o en democracia, con frecuencia atenaza, enmudece o enmascara el talento; de diferentes formas, eso sí; o porque va contra del poder establecido o porque deja en evidencia a la mediocridad circundante reinante...
En el entorno de las dictaduras se dan circunstancias surrealistas. Cuenta Krielaars que a Shostakóvich «le hicieron saber un viernes que al lunes siguiente tenía que presentarse en la prisión de Lubianka. Sin embargo, al llegar allí le dijeron que el oficial que lo había convocado había sido ejecutado un día antes, tras lo cual le dieron permiso para marcharse». Vesolov Zaderatski murió a la una de la madrugada del 31 de enero de 1953 de un infarto fulminante después de haber dedicado la noche a trabajar en un concierto para violín y orquesta. Amaba a Bach, de ahí sus preciosos preludios y fugas.
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