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CD: "Die Dorfschule" de Weingartner (CPO)

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Autor: Albert Ferrer Flamarich
20 de junio de 2016

REDENCIÓN A LA JAPONESA

  Por Albert Ferrer Flamarich
Weingartner: Die Dorfschule Op. 64. Simon Pauly, barítono. Clemens Bieber, tenor. Fionnuala McCarthy, soprano. Kathryn Lewek, soprano. Jana Kuruková, mezzosoprano. Stephen Bronk, barítono. Elena Zhidkova, mezzosoprano. Das Orchester der Deutschen Oper Berlin. Jacques Lacombe, director. CPO 777813-2 DDD 43 minutos.

   La explotación del otro repertorio, el que no forma parte del canon, pero es esencial para entender y completar el panorama de la música del siglo XIX, es una mina de oro para sellos como CPO, Tudor, Naxos y Hyperion; o Verso, en el caso español. Un director de orquesta, pianista, ensayista, pedagogo y compositor revivificado gracias al disco en esta última faceta es Felix von Weingartner (1863-1942). El sello alemán CPO ha editado algunos volúmenes de su obra de cámara, su integral de sinfonías y recientemente una de sus óperas: Die Dorfschule, que puede traducirse como La escuela de pueblo. Quedan pendientes otros títulos como Sakuntala de 1884, revisada en 1940 y 1941 publicada como Opus 94 y dedicada a Liszt con quien estudió a principios de la década de los 80.  

   Inspirada en una antigua historia japonesa, Terakoya, vinculada al teatro kabuki, que también inspiró la Gisei de Carl Orff, gira en torno a una especie de redención y restitución de honor a la nipona. El argumento, adaptado por el propio Weingartner, se basa en la decisión de los maestros de escuela Genzo y Tonami de no asesinar el hijo de un emperador (Kwan Shusai, papel travestido) recién derrocado sacrificando de este modo a Kotaro, hijo del samurái Matsuo en medio de ciertas intrigas políticas. Aunque en las notas de carpeta no se mencione, se trata de una ópera que mantiene algunos vínculos con el concepto de ópera literaria acuñado por Edgar Istel en Das Libretto. Aufbau und Wirkung des Opernbuchs (El libreto. Construcción y efecto del libro operístico) publicado seis años antes del estreno de la ópera el 13 de mayo de 1920 en la Ópera Estatal de Viena. Una sede a la que Weingartner había llegado en 1907 tras la dimisión de Gustav Mahler.

   Tras revoluciones estéticas como el wagnerianismo, el impresionismo, el expresionismo y los torbellinos nacionalistas, Weingartner configura una obra con influjo de Wagner, Strauss, Puccini y Schreker. Participa de la gran forma transcompuesta, sin preludio, monólogos breves, sprechgesang y desintegración formal.  Naturalmente el dominio de la orquesta es altísimo y da juego de contrastes tímbricos, texturas y de tempo dentro una variedad idiomática propia del espíritu tardo-romántico aderezado con puntuales giros modales para ilustrar lo japonés, aunque sin mostrarlo explícitamente. No faltan tampoco intervenciones solistas de algunos instrumentos como el corno inglés o el violonchelo. Sin coro, pero con un elevado número de comprimarios, la escritura vocal tiende a moverse en un registro medio lo que facilita un alto grado de inteligibilidad en una orquestación que pone de relieve las voces cantantes y con ellas el texto.

   Como suele caracterizar las producciones de CPO el equipo vocal canta con gusto configurando un elenco homogéneo y bien compenetrado que, sin ser especialmente destacado, demuestra profesionalidad con las calidades técnica y expresiva necesarias. Nótese en las intervenciones de las sopranos Elena Zhidkova (Elena), Kathryn Lewek (Kwan Shusai) y Fionnuala McCarthy (Schio) o la mezzosoprano Jana Kurucová (Kotaro). A su lado y a la par que éstas, los barítonos Simon Pauly (Gemba) y Stephen Bronk (Genzo) y el tenor lírico Clemens Bieber (Matsuo) poseen un centro sonoro, inteligibilidad en la dicción, cuidado en la articulación y matices de color suficientes para no caer en una prestación anodina. Lo demuestra el aria camuflada de Matsuo “Es war kein Opfer, Herr” de fehaciente expansión lírica straussiana y uno de los momentos inspirados de una ópera que, a pesar del oficio y manejo dramatúrgico y musical, no es una primicia del repertorio. Por el contrario, el Genko de Bronk muestra una tendencia a engolar en la zona media-aguda que encaja con cierta rudeza del personaje.

   Precisamente en una de sus intervenciones se ofrece otro de los momentos más sugerentes de la partitura con el clásico efecto teatral fuera de escena. En “Die Zeit ist kostbar!” (pista 7) la irrupción de la música escénica simulando el ruido de la calle con voces y una marcha remite simbólicamente al espacio y al ambiente como emblemas de poder, como identidad. Ello da juego a una ruptura de la unidireccionalidad del sonido en una experiencia amplificada del espacio sonoro entendido como paisaje sonoro que reajusta al sujeto frente el entorno, la acción y la dramaturgia. Algo que recuerda aquella frase de Bruno Zevi cuando decía que el espacio no era solamente una cavidad vacía, una negación de firmeza sino algo también vivo y positivo.

   La competencia interpretativa es extensible a los comprimarios y a la Das Orchester der Deutschen Oper Berlin dirigida por Jacques Lacombe en una grabación efectuada en la sede de la orquestra alemana en mayo de 2012. La edición, marca de la casa, sigue la estética habitual del sello. El libreto, en alemán e inglés, contiene los cantables y unas notas de carpeta que combinan la biografía del compositor con un comentario orientativo de esta ópera, aunque lejos de la densidad y análisis técnico que caracteriza CPO. Son firmadas por Karl Florenz y Andreas K. W. Meyer.

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