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Crítica: Bryn Terfel protagoniza 'El holandés errante' en la Staatsoper de Viena

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Autor: Alejandro Martínez
10 de septiembre de 2014

UN GRAN TERFEL

Por Alejandro Martínez

03/09/2014 Viena: Wiener Staatsoper. Der fliegende Holländer. Bryn Terfel, Ricarda Merbeth, Peter Rose, Norbert Ernst y otros. Yannick Nezet-Seguin, dir. musical. Christine Mielitz, dir. de escena.

   Apenas dos días antes de que Franz Welser-Möst anunciase su dimisión al frente de la dirección musical de la Staatsoper, el gran teatro vienés inauguraba su temporada 2014/2015 con un Holandés errante protagonizado por el galés Bryn Terfel. Estamos ante un cantante que alterna la comunicación fácil, gracias a un timbre personal y sonoro y a un indudable magnetismo actoral, con un cierto descuido, a veces, de la línea y la emisión. Su canto alterna así entre los modos de un refinado estilista y los de un hooligan, si se nos permite la caricatura. A decir verdad le habíamos escuchado ya varias veces en teatro, como Scarpia, como Wotan, como Leporello, etc Ya nos habíamos referido de hecho en estas páginas a su Holandés, al hilo de unas funciones en Zúrich. Lo cierto es que no recordamos haberle encontrado nunca tan pletórico de medios y acentos como en esta ocasión, en la que fue una velada bárbara por su parte. El a veces brusco y descuidado Terfel ofreció sin embargo en esta ocasión un Holandés adornado por una gran riqueza de matices, ya sea en el puro acento y tratamiento del texto como en la constante inflexión y variedad de la emisión. Nos quedamos así, por ejemplo, con su fabuloso monólogo de entrada, pletórico, firme y con una lograda media voz en la sección central. Colosal también su dúo con Senta y el remate en la escena final. Es Terfel por descontado todo un animal escénico, con esa gran figura, con ese gesto siempre teatral. De algún modo toda la representación creció con su espléndido desempeño.

   A favor de Ricarda Merbeth juegan muchos factores: es una cantante segura, dueña de un instrumento grande y bien timbrado, por lo general impersonal de acentos aunque por momentos temperamental y enfática. En su contra juegan algunos titubeos en la afinación, un grave corto y esforzado y la falta, en última instancia, de ese magnetismo que hace grandes y únicas a algunas sopranos en este repertorio. Le hemos escuchado ya en labores muy diversas, como Ariadne y Primadonna en la obra de Strauss, como Leonora (Fidelio), como Chrysothemis (Elektra), como Emilia Marty (El caso Makropulos) y finalmente como Senta, tanto en Bayreuth como en Viena. En esta ocasión todo jugo a su favor hasta el punto de firmar un glorioso segundo acto, con un sonido percutiente y squillante en el agudo, que sonaba explosivo, fácil y sostenido a placer. Podríamos hablar así, en suma, de una Senta idónea aunque no tan refinada y memorable como otras.

   Completaban el reparto el muy notable Daland de Peter Rose, teatralísimo y vocalmente más que convincente, y el Erik de Norbert Ernst, tenor discreto aunque ideal para la parte por el color de sus medios y su énfasis y carácter. En el caso de Rose quizá se echaba de menos una voz de bajo profundo más neta, para abundar en un mayor contraste con la vocalidad de Terfel. Buena labor también de los comprimarios, Benjamin Bruns como Steuermann y Carole Wilson en la parte de Mary.

  Es curioso asistir de nuevo a una representación wagneriana en un teatro al uso tras haber experimentado la acústica de la Festspielhaus de Bayreuth. Gustará o no, pero la diferencia es más que notable con las condiciones sonoras en que se genera y difunde el sonido de la orquesta en el foso. Muy singular es el contraste en el caso de Viena, con ese foso totalmente descubierto y con esa orquesta de afinación tan alta y de sonido tan brillante y exultante. Sea como fuere, la labor del joven y prometedor Yannick Nezet-Seguin nos dejó un sabor de boca agridulce y un punto decepcionante. Con un enfoque demasiado efectista, siempre enfático y pasado de decibelios, su dirección apenas abundó en contrastes y no brilló en demasía por su buen diálogo con los solistas en escena. Una labor de brocha gorda, con un sonido grande, compacto y brillante, sí, pero en última instancia superficial y un tanto genérico. Respuesta tan solvente como funcionarial de la orquesta de la Staatsoper y curiosamente poco empastado el coro femenino, no así el mucho más brillante y compacto coro masculino.

   De Christiane Mielitz conocíamos ya su decepcionante Parsifal, también visto en Viena, donde se repone de tanto en tanto. Su labor para El holandés errante vuelve a ser un quiero y no puedo. Anodina y por momentos paupérrima, alterna momentos de una inspirada iluminación, muy fotogénicos, con otros, los más, que parecen improvisados e inacabados. Estamos, por lo general, ante una propuesta hueca y sin dramaturgia, sin ambiciones, tampoco demasiado inspirada en la pura recreación literal del libreto. Cabe destacar, por su torpeza, la gestión de las masas corales y sus movimientos durante la gran escena de estos del tercer acto.

Fotos: Wiener Staatsoper / Michael Pöhn

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