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Crítica: Recital de Xavier Sabata en el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela

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Autor: Óscar del Saz
28 de junio de 2018

Menu…Varieté de Chansons

   Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 25-VI-2018. Madrid. Teatro de la Zarzuela. XXIV Ciclo de Lied, coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Recital 9. Obras de G. B. Perucchini, Déodat de Séverac, Manuel de Falla, Manos Jatzidakis, F. Mompou y L. Berio. Xavier Sabata (contratenor), Anne Le Bozec (piano).

   De un tiempo a esta parte parece haberse asentado en el Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM) la presencia -en cada temporada- de las voces de contratenor. Además, en honor al gremio –si se nos permite el término–, se ha potenciado la presencia de aquéllos que son compatriotas (recuérdese la presencia de Carlos Mena en enero de 2017), vencida cualquier reticencia que aún pudiera existir hacia esta vocalidad y abandonando la idea de que con este tipo de voces uno no pueda ser profeta en su tierra y descartar aquello de que cualquier tiempo pasado –pensamos en la época dorada de los castrati- fue mejor para este tipo de voces.

   Todas estas consideraciones parecen confabularse en torno a la figura del contratenor Xavier Sabata (1976), de carrera ciertamente asentada y reconocida, de la que diremos que incluso goza, afortunadamente, de cierto relumbrón mediático que entendemos del gusto del artista. Especialista en barroco haendeliano, con registro de contralto, diseñó para su debut en este Ciclo un recital muy variado en estilos y contrastado en lo idiomático, y cuyo nexo común se encuentra en las visiones que sobre lo popular aportaron distintos autores (algunos raramente interpretados) cuyo devenir compositivo transcurre desde el siglo XVIII hasta nuestros días.

   Para abrir boca, las bellas y delicadas tres ariette del veneciano Giovanni Battista Perucchini (1784-1860), de cómoda tesitura, que Sabata engarzó destilando elegancia en el canto en las dos primeras (Una rosa, o Licori y Se tu mi nieghi amor). Parando el tempo, con denodada parsimonia, una muy pausada interpretación de Vieni, t’appressa all’urna, muy expresiva y supeditada –con volumen vocal matizado- a la importancia que se concede al piano-con el plus de la elegancia y la diáfana interpretación de Anne Le Bozec-, si bien echamos en falta un punto más de ahínco en la dicción del texto.

   En el siguiente grupo, el de las canciones del noble francés Déodatde Séverac (1872-1921)-que llegó a ser asistente de Isaac Albéniz-, interpretadas unas en la antigua y bella lengua occitana romance (a caballo entre el francés, el italiano y el catalán), y otras en francés, el contratenor se imbuye de esta rancia estética idiomática para contar historias de tan distinta índole como la mitológica Philis, la funesta Canson pel Cabalet -en la que el contratenor muestra por primera vez su registro más agudo-; Paysages tristes, de refinada y colorista sencillez en el piano; así como la dedicada a los niños (en realidad, compuesta para la hija del compositor), Ma poupée chérie, que Sabata semiescenifica –a propósito- ñoñamente, finalizando con la optimista y amorosa Chanson de la nuit durable. El interludio que dio paso al bloque de las canciones de Manos Jatzidakis (1925-1994) estuvo protagonizado en solitario por Anne Le Bozec que interpretó –ejecutándola con su sello de transparencia y frescura- la minimalista y sencilla pieza de Manuel de Falla (1876-1946), titulada simplemente como Canción (1900).

   Es en el universo Jatzidakis –creador de la música y el texto de la seis canciones programadas- donde el contratenor encuentra en el recital el punto álgido artístico, optimizando las posibilidades de su voz con las rítmicas de carácter popular que proponen estas canciones, entre las que se destacaron la preciosista y movida Me ahoga el mar, la contenida plegaria de Una señora afligida –en referencia a la Virgen-, donde Sabata explayó sus dinámicas con maestría; y la más exigente y aguda de todas (Yo soy una nube y tú eres una pena), por la que nuestro artista sobrevoló no sin algún que otro agudo emitido con mala colocación y cierta estridencia.

   Y para finalizar la velada, la dicotomía entre los planteamientos de Frederic Mompou (1893-1987) y Luciano Berio (1925-2003) que –por lo que se muestra en la selección presentada- entendieron la música de forma sublimada -o quintaesenciada- en un caso, y con regodeo en lo prosaico -y más cercano a la pura y directa emoción- en el otro. Del primero destacaremos la solvente lectura que se hace a capella de El viaje definitivo, así como de Dame la transparencia y Ahora no sé siquiera que te veo, pertenecientes a la quíntupla de canciones intitulada como Combate del sueño.

   En las dos últimas, el piano a veces desaparece, o acompaña de forma reducida, o sólo es sugerido bajo las expertas manos de Le Bozec. Sabata torna entonces su canto a penumbroso, adrede anímicamente ayuno, y establece una dominante ambientación grave -muy conseguida y efectista- mediante el registro más grave de su voz. Por otro lado, en Las cuatro canciones populares, de Berio, nuestro contratenor combinó con maestría el positivismo de Dulce comienzo, la moralina de La mujer ideal, y las parlantes, movidas -y con agilidades- Sintiendo un gran deseo y Baile.

   Si bien todo el programa fue ejecutado por parte de Xavier Sabata con la partitura como apoyo, fue en la propina dela velada donde se produjo la graciosa anécdota de olvidar el intérprete la suya entre bambalinas y tener que conceder dicha propina leyendo por detrás de Anne Le Bozec.

   En suma, un recital con músicas para llevarse a casa a reposar y madurar, particularmente interesante sobre el papel por los contrastes de toda índole que se han comentado, y muy aplaudido por el público que casi llenaba el coso de la Calle de Jovellanos. Contamos con que el acierto enseguir programando repertorios infrecuentes -interpretados por artistas poseedores, además, de voces peculiares y menos escuchadas por el público habitual- sea una de las tónicas que sigan diferenciado a este Ciclo de Lied.

Foto: Michal Novak

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