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Crítica: Yefim Bronfman en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo

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Autor: F. Jaime Pantín
16 de febrero de 2025

Crítica de F. Jaime Pantín del recital ofrecido por el pianista Yefim Bronfman en las Jornadas de Piano «Luis G. Iberni» de Oviedo

Yefim Bronfman

Intensa velada con Yefim Bronfman

Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 12-II-2025. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas Internacionales de Piano «Luis.G Iberni». Yefim Bronfman, piano. Obras de Mozart, Schumann, Debussy y Tchaikovsky. 

   El prestigioso pianista Yefim Bronfman ofreció un recital en las Jornadas de Piano Luis.G Iberni dentro de una programación especialmente interesante que nos permitirá escuchar en los próximos meses a algunos de los pianistas más relevantes de la actualidad. Bronfman ha desarrollado una impresionante carrera, destacando de manera especial en las grandes obras del piano romántico y su legendario dominio de los grandes conciertos del repertorio ruso- particularmente los de Prokofiev y Rachmaninov- le han colocado entre los grandes especialistas por su pianismo electrizante, intensidad pasional y poderío sonoro excepcional. En su concierto del pasado miércoles Bronfman optó por un programa alejado de la exuberancia virtuosística- aunque no de la complejidad instrumental- para mostrar un perfil interpretativo esencialmente intimista, en una búsqueda de la belleza sonora y la expresión sutil que, sobre el apoyo de un profundo conocimiento del instrumento, parece definir su actual momento pianístico. Una Arabeske schumaniana, vaporosa y profundamente poética, que soslaya los contrastes de carácter -en clara opción por Eusebius en detrimento de Florestán- marca la línea general que siguió un recital que comenzaba con la Sonata k.332 de Mozart, y terminaba con la Gran sonata op. 37 de Tchaikovsky. En medio, la segunda serie de Imágenes de Debussy, probablemente el momento álgido de la velada.

    La KV.332 es una de las sonatas más representativas del período parisino mozartiano. Si bien no encontramos en ella el dramatismo opresivo de la sonata en la menor KV 310, sí que presenta claros elementos contrastantes entre el lirismo elegante y un  patetismo que a veces irrumpe de manera brusca, sobre todo en sus dos movimientos extremos, confiriendo a esta obra un marcado carácter prerromántico. Bronfman plantea un discurso unívoco que atenúa los elementos sombríos, favoreciendo una visión distendida en una lectura muy ágil y dinámicamente contenida, con un excelente cantábile en el adagio central y un tanto precipitado finale en amplio despliegue de centelleantes semicorcheas en el que la transparencia se vio un tanto comprometida por una pedalización quizás excesiva para lo que la generosa acústica de la sala aconseja. Una versión esencialmente amable, con una traducción sonora en la que se pudo echar en falta mayor riqueza articulatoria y que transcurrió por los cauces del buen gusto, excepto por la algo forzada ornamentación del tema principal en la reexposición del primer movimiento que en nada mejora el original.

   En la segunda serie de Images el pianista ofreció todo un muestrario de recursos sonoros en un despliegue de fantasía, control e imaginación que permitió la contemplación transparente de las recónditas bellezas contenidas en unas obras proféticas  llenas de misterio, evocación, poesía y nostalgia. Técnica de raíces profundas -de la que no se ve pero cuya complejidad fascina- al servicio de una madurez solo alcanzable desde la distancia de la reflexión contemplativa. Claridad líquida en los complejos arabescos, en los intrincados contrapuntos y en los trémolos estremecidos. Lejanía de carrillones, acordes hieráticos, pianísimos eternos, estatismo y ráfagas de luz cegadora se van alternando en imágenes tan precisas a veces como difuminadas otras, a partir de una exposición magistral de lucidez, sensibilidad y claridad ejemplares que hicieron fácil la audición de unas piezas que por su complejidad extrema parecen reservadas a los ya iniciados.

   La segunda parte del recital fue ocupada íntegramente por la Sonata op.37 de Tchaikovsky, obra ambiciosa, de vocación ciclópea y estructura desigual que acusa claras influencias del piano schumaniano en carácter, escritura y temática, con un espectro emocional que se mueve entre los delirios hoffmanianos y el ensimismamiento poético, así como se pueden  reconocer en ella rasgos del pianismo sinfónico del primer Brahms. Resultó gratificante redescubrir esta sonata casi olvidada en manos de Bronfman. El ímpetu inicial de la marcha que abre la sonata con grandes masas de acordes y puntillos incisivos fue asumido con contundencia y estrépito y expuesto a un tempo vivo que marca una cierta sensación de ansiedad, presente a lo largo de la sonata. Intensidad, anhelo y desgarro en la siguiente frase, ya en modo menor, aria apasionada en que la escritura pierde su verticalidad y la mano izquierda despliega amplios arpegios mientras se mantiene el dramatismo de los dobles puntillos. Emotiva ternura y melancolía en una segunda sección temática de inspirado lirismo, poderío físico de excepción en el exigente desarrollo y grandeza y brillantez en la apoteosis final. El andante es enunciado con una fluidez que no oculta su carácter elegíaco pero que evita cualquier exceso de sentimentalismo. Ansiosa y apasionada la importante sección central y bellísima la larga sección reexpositiva. Trepidante, fantástico y excitado el scherzo, conduciendo a un final que recupera la escritura masiva del primer movimiento y que Bronfman expone con dinamismo inagotable, virtuosismo y temperamento apasionado. Lo cierto es que, a pesar de sus dimensiones, la sonata se hizo corta y el público se rindió finalmente ante un pianista que supo extraer toda su belleza y grandiosidad manteniendo el férreo control emocional de una estructura de difícil organización.

   Fue muy aplaudido y correspondió generosamente con tres piezas fuera de programa, Canción de Otoño, perteneciente  al ciclo Las estaciones, también de Tchaikovsky, muy inspirada y sensible, un fulgurante Estudio op.10 nº 12 de Chopin y el Preludio op. 23 nº5 de Rachmaninov, una nueva marcha trepidante que puso fin a este recital.

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