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CD: Yuja Wang: Conciertos para piano de Ravel

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Autor: Álvaro Menéndez Granda
13 de septiembre de 2016

RAVEL POR WANG

  Por Álvaro Menéndez Granda 
Yuja Wang: Ravel piano concertos. Tonhalle-Orchester Zürich, Lionel Bringuier. Deutsche Grammophon • Agosto de 2016

   Resulta difícil resistirse a escuchar detenidamente una grabación de dos obras tan maravillosas e importantes del repertorio pianístico como son los dos conciertos para piano de Maurice Ravel. Es necesario decir que, en su momento, pasé por alto este lanzamiento de Deutsche Grammophon –que lleva en la calle desde octubre de 2015–, pero después de haber escuchado las versiones de Monique Haas, Vlado Perlemuter, Arturo Benedetti Michelangeli, Martha Argerich, Krystian Zimerman, Angela Hewitt o Pierre-Laurent Aimard, es casi imposible no preguntarse qué nuevas aportaciones musicales puede hacer una joven y talentosa pianista como Yuja Wang.

   El Concierto en sol es, sin duda, el más frecuentado de los dos que Ravel escribiera para el piano. Poco hay que decir de esta obra que no se haya dicho ya. Con su contraste entre la claridad más rutilante y una momentánea oscuridad jazzística que, lejos de ser drama, es sensualidad y seducción, Ravel dibuja una de sus más célebres páginas y una de las más importantes del repertorio para piano. Wang aborda el primer movimiento con contundente energía pero cierta dureza en el sonido que unas veces es apropiada y otras no. Durante todo el concierto uno tiene la sensación de estar demasiado cerca del piano. El comienzo, sin ir más lejos –con esa escritura veloz y ligera que deja al solista en un segundo plano mientras la flauta nos descubre, sin artificios, el tema principal–, en las manos de Wang resulta demasiado sonoro, como si no quisiera renunciar al protagonismo.

   Es justo decir que esa aparente proximidad del piano bien podría ser un efecto producido por las técnicas de posicionamiento de micrófonos empleadas durante la grabación, pero también lo es esperar de los ingenieros de Deutsche Grammophon un buen hacer y un profundo conocimiento del oficio. La visión que nos ofrece Wang del segundo movimiento–con su larguísima y cantable frase en la que por momentos parece dibujarse una honda decepción– aunque correcta, plantea unos contrastes dinámicos que pueden resultar demasiado súbitos. El movimiento final está gobernado por ese toque de presencia excesiva que le achacábamos al primero, como si en lugar de buscar un sentido a la frase completa y hablar, la pianista deletrease cada nota exagerando la dicción. En general, y comparada con otros intérpretes, Wang hace una trabajo correcto pero no memorable.

   Diferente es el caso del Concierto para la mano izquierda, obra mucho más oscura y dramática que el Concierto en sol. Escrito para Paul Wittgenstein –hermano del célebre filósofo–, quien había perdido el brazo derecho durante la Primera Guerra Mundial, este concierto es una profunda y delicada página en la que, no obstante, no faltan momentos de grandeza y contundencia sonora. La interpretación de Wang es, en este caso, más suave y sutil que en el Concierto en sol aunque no alcanza el nivel de lirismo que algunos pasajes requieren y que otros intérpretes sí logran. Al escuchar la cadencia, próximos al final, no nos recorre el escalofrío que nos sorprende cuando es Aimard quien la toca. Con todo, Wang defiende la obra cumpliendo la misión muy dignamente, abordando algunos momentos con gusto y elegancia y, por supuesto, con esa intimidante técnica que no deja de producirnos una cierta –y sana– envidia.

   Una mención aparte merecen orquesta y director. Tanto la Tonhalle-Orchester de Zürich como Lionel Bringuier a la batuta hacen un trabajo de sonoridades y texturas casi perfecto, arropando a la solista cuando es preciso y brillando con luz propia si así lo demanda la partitura. Por otra parte, y aunque se trata de un problema menor, no consideramos un acierto la división del Concierto para la mano izquierda en tres pistas o cortes diferentes del disco. Ravel lo concibió como un único movimiento que fluye y evoluciona, por lo que la división –aun cuando no altera esta fluidez– no parece adecuada. Resulta extraño en una producción de Deutsche Grammophon un error de este tipo.

   De los atributos técnicos de Wang es difícil dudar. Capaz de enfrentarse al reto pianístico que quiera, su energía y su fuerza están patentes en cada obra que toca, en cada disco que graba y en cada nuevo recital que ofrece. Es, quizá, la madurez del tiempo y la perspectiva de los años lo que le falta a la intérprete china. Por suerte, eso tiene fácil solución, y esperamos poder ver pronto cómo su sonido madura progresivamente con ella.

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