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[C]rítica: Gala de Zarzuela en Ibermúsica con la Sinfónica de Galicia bajo la dirección de Miquel Ortega

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Autor: Raúl Chamorro Mena
26 de diciembre de 2018

La zarzuela debuta en Ibermúsica

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 20-XII-2018. Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica, Concierto extraordinario Gala de Zarzuela. Obras de Ruperto Chapí, Francisco Asenjo Barbieri, Joaquín Gaztambide, José Serrano, Manuel Fernández Caballero, Emilio Arrieta, Federico Chueca, Pablo Sorozábal, Jacinto Guerrero, Gerónimo Giménez y Manuel Penella. Enrique Ferrer, tenor, Susana Cordón, soprano. Orquesta Sinfónica de Galicia. Director: Miquel Ortega.

   Para alguien que ama tanto este género como el que escribe estas líneas, ha sido una alegría presenciar el primer concierto del ciclo Ibermúsica dedicado a la Zarzuela en esta cita navideña de carácter extraordinario dentro del ciclo. El nivel musical del evento estuvo garantizado especialmente por la Orquesta Sinfónica de Galicia, una agrupación que mantiene su calidad desde su fundación en 1992. En estos años llegó a ser orquesta residente del Festival Rossini de Pesaro y protagonizó el festival Mozart en sus años de oro de sede coruñesa.

   Después de la refundación del género que se produjo a la mitad del siglo XIX, se puede decir que la zarzuela disfrutó de su etapa de gloria durante un siglo, entre 1850 y 1950. El programa del concierto abarcó, practicamente, ese periplo, pues osciló entre 1851, año del estreno de Jugar con fuego de Barbieri hasta 1936, en que vió la luz La tabernera del puerto de Pablo Sorozábal. También pretendió algo mucho más complicado, es decir, cubrir las diversas manifestaciones de un género tan sumamente variado.

   Antes del comienzo se anunció una afección vocal del tenor Enrique Ferrer, pero que a pesar de ello, cantaría todas sus piezas, excepto (lógicamente) la espinosísima romanza de Sandoval «¡Qué estalle el rayo!» de Los diamantes de la corona de Barbieri.  

   El concierto se abrió con una de las partes orquestales más justamente populares del repertorio, el fabuloso preludio del sainete La revoltosa (Ruperto Chapi, 1897). Notable interpretación de la Orquesta Sinfónica de Galicia que exhibió sonido brillante, cuerda empastada y sedosa y unas maderas de impecable nivel bajo la dirección si no dotada de especial fantasía, sí profundo oficio y gran conocimiento de la música española por parte de Miquel Ortega que, asimismo, demostró durante todo el concierto sus probadas dotes como acompañante de voces. La orquesta desgranó los otros tres fragmentos orquestales del programa con pareja calidad, destacando un intermedio de La boda de Luis Alonso, espléndido. Una interpretación que reunió rango sinfónico, sonido radiante, vivacidad y el apropiado pulso rítmico del zapateado. Una gran ovación del público saludó esta interpretación. Estupenda asimismo la obertura de la zarzuela de 1860 Una vieja de Joaquín Gaztambide, uno de los cinco «padres fundadores» tanto de la zarzuela decimonónica como el recinto que debía ser su templo, el Teatro de la Zarzuela. Cada vez que se interpreta música de Gaztambide (por ejemplo El juramento o Catalina) resulta más incomprensible el olvido que padece. La elegancia y refinamiento de esta obertura fue muy bien traducida por Ortega y la orquesta con claridad expositiva y unas maderas espléndidas. La programación en esta temporada del Teatro de la Zarzuela de un título como El sueño de una noche de verano contribuirá a paliar un poco esa injusticia respecto a Gaztambide y a buen seguro, descubriremos otra gema. El cuarto pasaje orquestal ofrecido por la Sinfónica de Galicia constituyó - junto al de La vieja de Gaztambide- la otra bienvenida rareza del evento, el preludio del sainete Los arrastraos del gran Federico Chueca.

   Los primeros fragmentos vocales correspondieron a otro de los «padres fundadores», Francisco Asenjo Barbieri, uno de los más grandes compositores españoles de la historia. La bella romanza de la duquesa de Jugar con fuego fue delineada con correción por la soprano Susana Cordón, aunque el sonido no terminó de liberarse completamente. El barberillo de Lavapiés es uno de los pilares del repertorio zarzuelístico, en el que los dos personajes plebeyos, Lamparilla y Paloma, interpretan un castizo y rumboso dúo con aires populares. Un Enrique Ferrer mermado y una Susana Cordón siempre cantante sensible no terminaron de dotar de vuelo, garbo y salero a la pieza. Más allá de la afección vocal que padecía Ferrer, en su interpretación del relato de Rafael «La roca fría del calvario» de La dolorosa (José Serrano, 1930) se apreció su habitual emisión muscular, esforzada y tensa, así como un fraseo que se impone por la garra y el arrojo por encima de la compostura. Un punto de desparpajo le faltó a una Cordón, de canto siempre cuidado y ya con el sonido mejor proyectado, en el vals de una achispada Angelita en Chateux Margaux (Fernández Caballero, 1887), pero tampoco cayó, afortunamente en excesos. La primera parte terminó con el Dúo «Marina yo parto» de la ópera homónima de Emilio Arrieta, una obra que se estrenó como zarzuela, pero a instancia del gran tenor di forza Enrico Tamberlick, que deseaba cantarla en el Teatro Real, su autor transformó en ópera.

   Los modos pocos refinados de Ferrer casan mal con la escritura de filiación donizettiana de la obra, pero su entrega no decae, al igual que el buen gusto canoro de Susana Cordón. El timbre de Ferrer volvió a sonar mermado en la archifamosa «No puede ser» de La tabernera del puerto (Pablo Sorozábal, 1936), pero encontró su mejor momento del concierto en el dúo «Insolente presumido» de El huésped del Sevillano (Jacinto Guerrero, 1926), donde sus acentos vibrantes y expresión arrojada se prestan adecuadamente al carácter de la pieza. Previamente, una Susana Cordón con entrega y acentos sinceros (bien es verdad que un tanto apurada en la zona alta, donde el sonido no termina de girar y expandirse) había sacado adelante con nota una de las romanzas más dramáticas de todo el género, «No me duele que se vaya», que canta Sagrario en La rosa del azafrán (Jacinto Guerrero, 1930), que basada en El perro del hortelano de Lope de Vega narra las dificultades -derivadas de la diferencia de clases- por las que pasan los amores entre el ama y el «rústico gañán». La canción guajira de La alegría del batallón (José Serrano, 1909) dio paso a esa joya absoluta que es la romanza y vals «Sierras de Granada» de La tempranica (Gerónimo Giménez, 1900). Espléndida, suntuosa, la introducción orquestal a cargo de la orquesta e impecable la musicalidad, así como el cuidado y elegante fraseo con el que Susana Cordón, soprano lírica de grato timbre, morbidez y cierto cuerpo en el centro, tradujo la magnífica pieza. Un Ferrer transmutado en un muy lanzado y valeroso torero, con el sonido ya más suelto y timbrado abordó el vibrante dúo y pasodoble de El gato montés (Manuel Penella, 1917) junto a una Soleá más urbana y contenida que racial.

   Una única propina, pero sustanciosa, el dúo-jota de El dúo de «La africana» (Manuel Fernández Caballero, 1893) puso el adecuado punto final en punta al evento entre las ovaciones del público.

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