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Crítica: 'Die Soldaten' de Zimmermann en Múnich bajo la batuta de Kirill Petrenko

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Autor: Alejandro Martínez
5 de junio de 2014

SOBRECOGEDOR

Por Alejandro Martínez

31/05/2014 Múnich: Bayerische Staatsoper. Zimmermann: Die Soldaten. Barbara Hannigan, Daniel Brenna, Michael Nagy, Okka von der Damerau, Hanna Schwarz, Nicola Beller Carbone y otros. Kirill Petrenko, dir musical. Adreas Kriegenburg, dir. de escena.

   Nos van a permitir escapar al esquema de exposición más acostumbrado en nuestras críticas. Repasaremos más adelante los detalles puramente musicales y vocales de esta representación, pero es obligado un preámbulo ante la excepcionalidad de estas funciones. Y es que rara vez en un teatro se asiste a una experiencia y no a una mera representación. La diferencia quizá les parezca sutil, pero es honda y trascendente. Cuando todos los elementos se coordinan con fortuna para generar en el espectador una suma tal de sensaciones y experiencias, hasta un punto físico y no meramente intelectual o sentimental, conviene meditar por qué ha sucedido. Tengo para mí, cada vez con más convicción, que al teatro asistimos precisamente buscando estas experiencias y no la mera contemplación de la belleza. Aspiramos a esa rara situación en la que el espectador deja de ser un sujeto pasivo que recibe una impresión estética para convertirse de hecho en el medio en el que esa impresión estética se transforma en una experiencia. Ese momento en el que se disuelve el dualismo sujeto/objeto y su correspondiente par emisor/receptor. El teatro se convierte en un todo donde no existe ya distancia entre la platea y el escenario.

   Todo parte de de la colosal producción de Andreas Kriegenburg, de quien ya conocíamos un excelso Wozzeck y un decepcionante Otello. Kriegenburg es también el responsable del montaje del Anillo wagneriano que pudo verse en Múnich el pasado verano y que se repondrá la próxima temporada. Estamos ante una mente lúcida que logra amalgamar una escenografía brillante (Harald B. Thor, con luces de Stefan Bolliger), caracterizaciones inspiradas (Andrea Schraad) y un trabajo actoral excelso, para servir casi con reverencia al libreto y al compositor. Su literalidad es pues algo genial y no un exponente ya rancio de viejos modos teatrales. Estamos ante un regista francamente imaginativo, que saca todo el partido posible a una obra tan inmensa y potente como estos Soldaten de Zimmermann. Y es que, como decíamos antes, sentir en un teatro el dolor y el sufrimiento, la agonía, de una forma tan asfixiante, es algo dado al alcance en contadas ocasiones. La continuada y masiva deshumanización, el clima de opresión, desgobierno y abuso que lo inunda todo, en una degradación constante, salen a la luz bajo la mano de Kriegenburg de un modo tan auténtico que sobrecoge. Su propuesta es abrasiva, sin necesidad de acudir a excesos gratuitos Y además resuelve perfectamente las escenas de simultaneidad de espacios y tiempos, en una sincronía escénica nada fácil de coordinar, ya sea desde la dirección de escena, ya sea desde el foso. El final de la representación merece comentario aparte. Kriegenburg y Petrenko recrean el gran estallido de la partitura todavía más amplificado si cabe, con la contribución de sonidos en sala (pasos de tropas desfilando, etc.). La conjunción de elementos visuales y acústicos sobrecogía hasta el punto de convertirse en una experiencia insoportable, físicamente hablando, para el oyente. Verdaderamente se sentía la necesidad de salir de allí, ante la evidencia del horror y el consiguiente agobio, asfixiante, sumando la experiencia acústica y la conmoción visual. Y finalmente sobrevenía un gran grito colectivo al que sucedía un inmenso silencio, con el teatro en absoluta penumbra, en el que sólo cabía escuchar la respiración honda, fatigada y elocuente de Hannigan, la protagonista. El contraste entre el grito con el que se cierra la representación y la gran cruz que articula la escenografía sobre toda la representación no deja demasiadas dudas: estamos ante la total ausencia de redención, de esperanza, de salvación. Como esta producción subraya, para Zimmermann nada es sórdido; todo es simplemente terrible.

   Kirill Petrenko no deja de sorprendernos. Ante una partitura como esta de Zimmermmann, esperábamos sobre todo un sonido contundente, gigantesco, brutal, hecho de decibelios y con un abrumador e impactante caudal sonoro, como corresponde a esa descomunal plantilla orquestal dispuesta por el compositor. Y sin embargo Petrenko ofrece una vuelta de tuerca genial, aproximando una lectura matizadísima, a veces casi camerística, hecha de grandes contrastes e inflexiones, donde se da un continuado crescendo hacia esa escena final verdaderamente sobrecogedora, de una sonoridad que excede sin duda lo esperable. De alguna manera Petrenko hace de la autopsia una obra de arte: consigue que la pura transparencia y nitidez de su exposición, de una objetividad casi matemática, se transmute en una expresividad tal que no requiere de mayores alborotos y ademanes. Su pulso mismo transmite esa calculada y milimétrica concepción estética. Consigue así lo que otros no lograrían siquiera estirando y forzando las costuras. Por el camino revela esa constante intertexualidad que dispone Zimmermann, en una partitura que va de Schubert a Schreker pasando por Bach o Berg. Petrenko hace fácil una partitura de una complejidad casi inagotable.

   Vocalmente, esta partitura exige un equipo amplísimo y muy capaz, puesto que no hay apenas una línea vocal asequible o fácil en toda la partitura. En el rol si quieren con mayor protagonismo, el de Marie, Barbara Hannigan volvió a demostrar que es si cabe mayor artista que cantante, inteligente como pocas, haciendo frente a una parte a priori demasiado dramática para sus medios, propios más bien de una ligera. Pero es tal la entrega, tal el apasionamiento con el que se asimila al rol de Marie que quedan en un segundo plano los escasos instantes de fatiga vocal. La brillante caracterización del papel a la que es sometida, prácticamente convertida en una muñeca de trapo, redondea una encarnación que cabría denominar de histórica. Gran solvencia también la de Daniel Brenna en el rol de Desportes, en reemplazo del originalmente anunciado Endrik Wottrich. Brenna hace frente con suficiente eficacia a una escritura vocal imposible, agudísima, extrema, y a veces pretendidamente fea en su complejidad. Y es que esta especie de anti-héroe romántico exige casi la misma adecuación vocal que para cantar, juntos, un Siegfried y un Loge. Michael Nagy es un Stolzius ideal: noble, humanísimo, en perfecto contraste con la deshumanización progresiva de todos los que le rodean. Nos gustó mucho el material y el acento expuesto por Okka von der Damerau en la piel de Charlotte. Estamos ante una solista forjada en la propia ópera de Múnich y a la que cabe deparar una trayectoria más que notable, habida cuenta del potencial de su instrumento y la solvencia de su emisión. También apreciamos mucho el trabajo de Nicola Beller Carbone, en el espléndido papel de la Condesa de la Roche, más largo, complejo e intenso de lo que pudiera parecer. Carbone es una de esas cantantes con magnetismo, capaces de llenar el escenario de un modo especial cuando el protagonismo recae en sus manos. Vocalmente, ofrece una suma afortunada de oficio y consistencia tímbrica, lo que hizo de su papel una de las partes mejor servidas de este reparto. Un reparto redondeado por un equipo de comrpimarios de una solvencia al alcance de pocos teatros. Así pues, una vez más, una función colosal en la Bayerische Staatsoper de Múnich, que se afianza cada vez más como el teatro en la vanguardia por excelencia en nuestros días. Poner en pie Die Soldaten en estas condiciones no obliga sino a quitarse el sombrero ante tal gesta.

Fotos: Bayerische Staatsoper

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