CODALARIO, la Revista de Música Clásica
Está viendo:

Crítica: Zubin Mehta dirige «Falstaff» de Verdi en la Staatsoper Unter den Linden de Berlín

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp
Autor: Codalario
30 de enero de 2020

De grande vecchio a grande vecchio

Por Raúl Chamorro Mena
Berlín. 26-I-2020. Staatsoper Unter den Linden. Falstaff (Giuseppe Verdi). Lucio Gallo (Sir John Falstaff), Alfredo Daza (Ford), Barbara Frittoli (Alice Ford), Daniela Barcellona (Quickly), Nadine Sierra (Nanetta), Francesco Demuro (Fenton), Cristina Damian (Meg Page), Jürgen Sacher (Doctor Cajus), Stephan Rügamer (Bardolfo), Jan Martinik (Pistola). Staatsopernchor. Staatskapelle Berlin. Dirección musical: Zubin Mehta. Dirección de escena: Mario Martone.

   El panorama musical en Berlín es una auténtica delicia para el melómano. La oportunidad de presenciar tres eventos en otros tantos recintos distintos, con tres orquestas diferentes y todas de gran nivel, se puede verificar en muy poquitas ciudades. Después de la Sexta de Mahler en la Philarmonie y la Jenufa en la Deutsche Oper, puse broche final al viaje con Falstaff, el magistral testamento Verdiano en la Staatsoper sita en la Avenida Unter den Linden.

   El trío Shakespeare-Boito-Verdi vuelve a proporcionar al teatro lírico, después de Otello, otra obra maestra que será la despedida, ya octogenario, de uno de los más grandes compositores para el teatro que han existido y, sin duda, el músico que más evolucionó a lo largo de una trayectoria de más de 60 años. Sin embargo, Falstaff ha sufrido siempre incomprensión, nunca ha sido una ópera popular y no goza de la estima de muchos de los más fieles verdianos. Esa escritura vocal centrada fundamentalmente en el declamado, con cortas células melódicas y sin esas grandes arias de expansión vocal (la única, el «aria de los cuernos» de Ford, encima, es paródica), ese continuum musical,  esa labor de conjunto, sin grandes protagonistas, excepto quizás, el papel titular, pueden ser las razones, entre otras, de esa desafección, que comparten los grandes divos y estrellas de la lírica, pues estamos, como he subrayado, ante una fascinante labor teatral de conjunto. Hay que subrayar, de todos modos, que ese declamado melódico, que constituye la culminación de la evolución verdiana en cuanto a la escritura vocal,no significa que abandonara el canto, ni mucho menos. Como bien resaltaba el experto verdiano Massimo Mila, cada nota se canta, no se habla y que, aunque el tema esencial de la ópera sea la gelosia – los celos, como en casi toda la producción Verdiana-, en este caso se expone desde la distancia, desde una altura, la que confiere la senectud.


   Con Falstaff, Verdi se quitaba la espina del fracaso de su única comedia anterior, Un giorno di regno (Milán, 1840) todo un sonoro fracaso que el Maestro nunca perdonó al público del Teatro alla Scala, pues estimó inadmisible tanta crueldad teniendo en cuenta, que durante la composición de la ópera, habían fallecido su mujer y sus dos hijos.

   Aunque en su día estaba anunciado para dirigir esta función el director musical titular de la casa Daniel Barenboim (que estrenó la producción hace poco más de un año), finalmente fue sustituido por Zubin Mehta, mejor verdiano, que a sus 83 años de edad, presa de la enfermedad y en un estado físico delicado subió al podio de la Staatsoper Berlinesa. Particularmente, sentí emoción al ver a un Mehta declinante unirse mentalmente al octogenario Verdi, allá dónde se encuentre, (de grande vecchio a grande vecchio) y proclamar «Tutto nel mondo è burla». El ya mítico director hindú, ovacionadísimo en cada salida, volvió a dictar la penúltima lección de técnica con un trabajo tan hermoso como brillante. Cierto es que hubo caídas de tensión y faltó algo de chispa (tampoco Falstaff requiere la efervescencia del Rossini cómico), pero plasmó apropiadamente otro de los elementos fundamentales de la evolución verdiana-de enorme importancia-, la orquestación rica, elaborada, variada y plena de detalles y refinamiento. Ya desde Don Carlo, Verdi había roto con la tradición de la ópera italiana, colocando la armonía por encima de la melodía.


   Buena presencia de italianos en el reparto, lo cual es importante, más bien fundamental, en una obra en que los acentos y el sentido del decir son esenciales. Un Falstaff sin panza, especie de capo de los bajos fondos, el interpretado en esta ocasión por Lucio Gallo, buen actor, intencionado en acentos y favorecido por la escritura del papel ajena al canto estrófico, a los largos cantabile propios de la mayoría de la producción verdiana hasta el momento. Todo ello le permite compensar sus deficiencias vocales. El timbre es caudaloso, efectivamente, pero escasamente noble, con una emisión dura y un canto estentóreo y de trazo muy grueso. Lucio Gallo constituye un caso parecido al de Paolo Gavanelli, barítonos italianos que han hecho especialmente carrera fuera de Italia, porque en la península todavía se exigen unos mínimos en cuanto a compostura canora. Sonoro también el Ford del barítono mejicano Alfredo Daza, holgado en la zona alta y desguarnecido en el grave, con un timbre que no termina de estar liberado. En su prestación vocal predominaron entrega y vehemencia, como en el referido «Aria delle corna» que sorteó con suficiencia. La soprano milanesa Barbara Frittoli caracterizó perfectamente en escena a esa «madura atractiva» que es Alice Ford. En lo vocal permanecen los quilates de su escuela de canto, que hunde sus raíces en el gran sopranismo lírico italiano, pero el timbre acusa claro desgaste y el centro aparece agujereado.

   La mejor del elenco fue Nadine Sierra como Nanetta, cantante carismática de espectacular presencia escénica, pletórica de sensualidad y desenvoltura juvenil. Atractivo timbre el de la Sierra, sombreado y con buena proyección, la soprano natural de Florida demostró cuidado fraseo y prodigó apreciables filados en su canto de las hadas «Sul fil d’un soffio etesio». Escaso impacto tuvieron los «Reverenza» de Daniella Barcellona merced a un grave débil y un timbre que ya acusa el paso del tiempo, así como esa transición que ha afrontado de contralto músico Rossiniana a Mezzo Verdiana. La parte escénica, la personalidad y los acentos destacaron en su Quickly, papel estrenado por Giuseppina Pasqua, cantante de la predilección del maestro Verdi. Modesto timbre, canto correcto, pero falto de la debida efusión, acreditó el tenor Francesco Demuro en su Fenton. Correcta la Meg Page de Cristina Damian. En el resto del reparto aparecieron los alemanes y centroeuropeos y…  Muy discreto y de material tenoril modestísimo Jürgen Sacher como Dr. Cajus, deslavazado el Bardolfo de Stephan Rügamer–al que, al menos, antes se le oía más en sala- y engoladísimo con una emisión tan imposible como su articulación del italiano, el Pistola de Jan Martinik.


   A Mario Martone, junto a su escenógrafa habitual Margherita Palli, le he visto en Italia producciones que me han gustado (Andrea Chénier y Khovanschina en La Scala, Torvaldo e Dorliska en Pesaro), pero al presentarse en Alemania parece que ha querido evitar a toda costa que le asociaran con la tradición o le tildaran de «rancio». En línea del montaje de Laurent Pelly visto en Madrid, encontramos una trasposición temporal en la que Falstaff parece ser un capo de los bajos fondos rodeado de macarras, moteros y grafiteros, entre ellos, Bardolfo y Pistola. Todo ello contrasta con el Mundo burgués desahogado, de alta sociedad, de las alegres comadres, que aparecen en un chalet con piscina tomando el Sol en bikini despreocupadamente. En ambos casos, eficacísimos los decorados de Margherita Palli. Esta transposición temporal, como pasaba en el Teatro Real de Madrid con el montaje de Pelly, no aporta nada ni potencia la fuerza teatral de la obra, al contrario, más bien diluye a Shakespeare, lo cual nunca es buena noticia. El movimiento escénico no me pareció especialmente fluido y mucho menos dinámico y todo ello culminó con una escena conclusiva en el parque de Windsor resuelta muy torpemente, situada en una especie de nave industrial –en la que montan la burla final contra Falstaff-que atentaba contra la vista, (no tanto, bien es verdad, como el horrendo vestuario) y en el que el verde de praderas y árboles fue sustituido por un rojo agresivo.

Foto: Matthias Baus

  • Comparte en Facebook
  • Comparte en Twitter
  • txcomparte_whatsapp

Compartir

<< volver

Búsqueda en los contenidos de la web

Buscador

Newsletter

Darse alta y baja en el boletín electrónico