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Crítica: Alexander Liebreich y Sergey Khachatryan con la Orquesta de Valencia

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Autor: Alba María Yago Mora
4 de febrero de 2023

Crítica del concierto protagonizado por Alexander Liebreich y Sergey Khachatryan con la Orquesta de Valencia en el Palau de les Arts

Crítica de Alexander Liebreich y Sergey Khachatryan con la Orquesta de Valencia

Deslumbrante Sergey Khachatryan

Por Alba María Yago Mora
Valencia, 2-II-2023. Palau de Les Arts «Reina Sofía».  Sergey Khachatryan, violín. Orquesta de Valencia. Director: Alexander Liebreich. Obras de Khachaturian, Schubert y Moliner.

   La velada dió comienzo con el estreno de Alma Grial. Mística para gran orquesta, obra de encargo del Palau de la Música al compositor y percusionista David Moliner. La Orquesta de Valencia supo plasmar la división entre alma y grial que pretendía el compositor. La elegancia del flautista Salvador Martínez fue el génesis del proceso de esa ruptura mental necesaria para desprenderse del cuerpo y llegar a la nobleza espiritual. El resto de vientos se incorporaron de manera gradual con gran arte. La gran cantidad de recursos compositivos empleados -y otros recursos como los silbidos simulando aves- abdujeron las mentes de los allí presentes. Es realmente admirable cómo, en tan poco tiempo de duración, este joven compositor logró mostrarnos a Beethoven en el contenido motívico -a base de leitmotiv-, a Bruckner en la fenomenología homofónica del color tímbrico, y al mismísimo Xenakis en la expresividad de la percusión y los gestos orquestales. Precisamente por esto último, los timbales de Javier Eguillor y la cuerda de flautas al completo provocaron esa ruptura mente-cuerpo, que vino seguida de numerosos efectos, e incluso se pudo llegar a padecer una especie de sobreestimulación auditiva. Bravo. No se equivocó el maestro de Moliner, el compositor Pascal Dusapin, al afirmar que «su música está llena de emoción y sensibilidad», y es que no es de extrañar que su estética compositiva sea considerada pionera de nuevos géneros y nuevas formas.

   Siguiendo con el programa, las demandas técnicas del Concierto para violín en re menor de Khachaturian rivalizan con cualquier cosa en los conciertos románticos estándar. Anteayer, las coloridas melodías de esta pieza inmensamente atractiva resonaron con genuina elocuencia bajo el arco de Sergey Khachatryan. Después de un primer movimiento rápido y esencialmente ligero, sazonado con acentos enfatizados, el armenio llevó un oscilante e hipnótico Andante sostenuto central a una tristeza manifiesta y expresó su tono lúgubre con una sutileza que podría hacer reconsiderar incluso a los detractores más feroces del compositor. La orquesta llevó a cabo un acompañamiento vivaz, aunque por momentos parecía no llegar a alcanzar del todo el tempo del solista en los movimientos externos. No obstante, la calidad del conjunto se demostró en este mismo movimiento, con una introducción radiante de la que emergió con naturalidad el violín de Khachatryan. El movimiento final fue una explosión de alegría, salpicada de entusiasmo y virtuosismo. El solista optó por resaltar aún más el carácter armenio con una cadencia que aportó un color idiomático adicional a la pieza, con una afinación tan precisa que produjo una pureza excepcional. Ciertamente, el bis fue lo que terminó de embobar al público, emulando de manera convincente un estilo de violín casi folklórico.

   Solo se completaron dos movimientos, pero la Octava sinfonía de Schubert se erige como una de las más grandes y extrañas del género. La Orquesta de Valencia hizo una interpretación ejemplar, demostrando un hermoso trabajo de conjunto. Liebreich abordó las secciones más lúgubres de manera poco hosca y ofreció estados de ánimo más ligeros y sensuales en los segmentos líricos, lo que hizo que el primer movimiento fuese más un todo. En su segundo movimiento, Andante con moto, la orquesta abordó la partitura de la manera más dulce y gentil posible, pero sin sentimentalismos innecesarios. Muchos de los componentes del conjunto valenciano tocaron esta música como si hubieran nacido para ello. En Schubert se mostró una claridad notable y un rango dinámico muy amplio, combinado con un modesto toque de profundidad orquestal, lo que proporcionó una experiencia musical satisfactoria. 

   En general, la orquesta secundó admirablemente a Khachatryan. Algunos acompañamientos de cuerdas más suaves sonaron tentativos, aunque había que escuchar con atención…Liebreich dio forma a los afterbeats orquestales con peso expresivo, y su rigor rítmico en los tutti evitó un efecto cursi. El armenio, con un Guarneri «Ysaye» de 1740, ofreció un relato ganador. Su madurez artística es innegable. Además, complació con un tono límpido deslumbrante, un excelente rango dinámico y se mostró tan cómodo con las páginas líricas como con los ritmos ardientes, tocando la partitura con seriedad y concentración, sacando de ella una estatura inesperada. 

Foto: Orquesta de Valencia

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