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Crítica: Alexandre Kantorow en las Jornadas de Piano «Luis Iberni» de Oviedo

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Autor: F. Jaime Pantín
15 de noviembre de 2022

Las Jornadas de Piano «Luis Iberni» del Auditorio Príncipe Felipe de Oviedo acoge un recital de Alexandre Kantorow

Alexandre Kantorow

Un interesante recital de Alexandre Kantorow inaugura las Jornadas Internacionales de Piano Luis G. Iberni

Por F. Jaime Pantín
Oviedo, 12-XI-2022. Auditorio Príncipe Felipe. Jornadas Internacionales de Piano Luis G. Iberni Alexandre Kantorow. Obras de Liszt, Scriabin y Schubert..

   La presencia en el renombrado ciclo pianístico del joven Alexandre Kantorow, flamante ganador del importante certamen Tchaikovsky de Moscú en su última edición, despertaba una considerable expectación entre los aficionados. Formar parte de un palmarés en el que se incluyen nombres míticos de la historia del piano- como Van Cliburn, Vladimir Askenazy, John Ogdon, Grigori Sokolov o Mijail Pletnev, entre otros- es algo al alcance de muy pocos y supone una garantía de calidad que el pianista francés confirmó en su recital del pasado sábado, si bien es sabido que el estado de gracia necesario para triunfar en un concurso del máximo nivel depende de diversos factores que tienen como denominador común una preparación exhaustiva difícil de mantener durante las, muchas veces, extenuantes giras post-concurso. 

   Kantorow posee una interesante personalidad como músico y una notable capacidad instrumental, incluso en una época como la actual en la que este aspecto se ha desarrollado a niveles siderales, muy por encima de otros parámetros que- como la creatividad interpretativa, la profundidad de concepto o la amplitud del repertorio- parecen relegadas a un segundo plano.

   El pianista planteó un programa muy interesante, repleto de músicas infrecuentes, combinadas con obras de habitual audición en las salas de concierto, como la lisztiana Fantasía Quasi Sonata tras una lectura de Dante o la Fantasía Wanderer de Schubert que en el último momento sustituyó a la Sonata op. 11 de Schumann inicialmente prevista.

   Un escenario en penumbra focalizaba toda la atención sobre el piano y pianista en un ejercicio de introspección en el que Kantorow ofreció lo mejor de sí mismo en las piezas más breves, de contenido sombrío y escritura descarnada que se aleja del virtuosismo, en las que dio muestra de una especial afinidad emocional con un repertorio normalmente reservado a pianistas de postrera madurez. Su amplísima gama dinámica, belleza sonora, riqueza de planos y hondura expresiva nos mostraron a un pianista carismático, capaz de mantener el interés de una música muy difícil de escuchar y transmitir, con un ámbito expresivo que se mueve entre la hondura opresiva del Preludio Weinen, Klagen, Sorgen, Zagen, la amargura desgarrada de La Lúgubre Góndola, el lirismo intenso del Soneto 104 y la fuerza telúrica del avanzado Scriabin de Vers la Flamme.

   Menos convincente se mostró Kantorow en las dos obras de gran desarrollo, que por lo mismo plantean considerables problemas de construcción interpretativa, así como mayores exigencias técnicas. La lectura de la Fantasía Dante resultó algo deslavazada a partir de un planteamiento tendente al extremismo entre un tempo muy dilatado en la exposición frente a la cierta precipitación de la sección final. La ejecución transcurrió de manera desigual, con momentos de gran calidad, trémolos de transparencia cristalina y bellísimo tono cantábile junto con octavas quasi glissando, muy veloces pero desprovistas de grandeza y una pedalización general claramente mejorable.

   La Fantasía Wanderer fue expuesta a una velocidad vertiginosa desde su inicio, soslayando la indicación ma non troppo con la que Schubert modera el Allegro con fuoco. La evidente agilidad digital del pianista no estuvo, en esta ocasión, acompañada de la claridad deseable y la velocidad excesiva comprometió la ejecución en alguno de los fragmentos clave de la obra, como ocurrió con el temible pasaje de octavas del final del primer movimiento. Una versión de clara vocación virtuosística pero de  escaso interés desde una óptica schubertiana que alcanzó, aun así, momentos de calidad innegables  en los modélicos valses del tercer movimiento o en la última de las variaciones del segundo, donde la cristalinidad de las escalas fue difícilmente superable.

   La facilidad de Kantorow para exponer con transparencia y naturalidad las líneas cantantes dentro de texturas complejas le hacen pianista idóneo para la transcripción y en ese género se desenvolvieron los tres bises que ofreció como colofón de su recital. Uno de los numerosos lieder transcritos por Liszt antecedió al Vals triste del violinista húngaro Franz von Vecsey, en una hiperbólica transcripción del también húngaro György Cziffra que desvirtúa buena parte de su encanto y sencillez, terminando con la transcripción que Guido Agosti realizó del Finale del Pájaro de Fuego de Strawinsky.

Foto: J. B. Millot

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