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[C]rítica: Andrés Salado, Lucas Macías, Jordi Casas y François López-Ferrer rinden homenaje a Jesús López Cobos con la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
19 de octubre de 2018

En memoria de un inmenso músico

   Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 15-XI-2018. Auditorio de Valladolid, Sala sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Directores: Andrés Salado, Lucas Macías, Jordi Casas y François López-Ferrer. Solista: Patricia Cordero, violín. Coros: Harmonia, Discantus, Alterum Cor, Piccolo y Audi-Nos. Obras: Sinfonía Nº30 en re mayor, K.202/186b de Mozart, Romanza para violín y orquesta nº2 en fa mayor, op. 50 de Beethoven, el Adagietto de la Sinfonía Nº5 en do sostenido menor de Mahler, La canción del destino, op. 54 de Brahms, el IV movimiento de la Sinfonía Nº1 en do menor, op. 68 de Brahms e In Paradisum del Requiem en re menor, op. 58 de Fauré.

   Para este homenaje se recurrió a un programa formado en su mayoría por movimientos de diversas obras, en teoría afines a la figura de Jesús López Cobos, y la participación de cuatro directores. Antes de que comenzara el concierto se dejó a oscuras el escenario con dos puntos de luz: el atril vacío del director y otro a mano izquierda. Este último espacio lo ocuparía Mar Sancho, la Directora de Políticas Culturales de la Junta de Castilla y León, que hizo una breve semblanza de López Cobos de carácter lírico poético acudiendo a su faceta de escritora.

   Andrés Salado fue el primero en subir al podio. Su versión de la Sinfonía Nº30 de Mozart implicó ligereza y un fraseo cuidado, atento a los detalles. A continuación ocupó su puesto Lucas Macías, quien destacó por la atención a los acentos, reguladores, células temáticas, que propiciaron una concepción general bien articulada. En la Romanza para violín nº2 de Beethoven primó la intervención de la solista. La joven violinista Patricia Cordero dejó el sello de una interpretación límpida, con una melodía bien redondeada, sin fisuras y muy equilibrada. En el Adagietto de la Sinfonía nº5 de Mahler fue donde Macías dio protagonismo al detalle, lo que llevó implícito engrandecer el desarrollo creciente de ese movimiento.

   Jordi Casas abrió la segunda parte -más emotiva por la presencia de dos directores que tuvieron relación directa con el homenajeado- y con él llegó la participación de los coros, nombrados como Coros de Castilla y León, aunque sólo eran de Valladolid. En La canción del destino de Brahms Casas puso en juego cierta tensión que confrontó con otros pasajes de carácter sereno. Todo esto podría haberse enfatizado aún más. Sugerir aquí que la OSCyL debería tomar en cuenta la idea de formar un coro estable, ya que la labor realizada por Casas le avala para poder hacerlo. Se daría así un paso hacia delante que por lógica se hace cada vez más imprescindible.

   Finalizó el concierto con la dirección de François López-Ferrer, hijo de López Cobos, que abordó el movimiento conclusivo de la Sinfonía Nº1 de Brahms con vehemencia, acentuando los colores oscuros y dándole la relevancia precisa al tema de la trompa. Quizá en algunos pasajes trató con cierta premura el ritmo, pero en todo caso realizó una versión intensa. El concierto terminó con In Paradisum del Réquiem de Fauré. Aquí tanto la orquesta como el coro y el director primaron la contención emotiva que brota de la sutileza del pasaje de la obra. Fue un acierto contar con Krzysztof Wisniewski como concertino, ya que es un excelente músico que formó parte de la OSCyL. Los coros en sus dos intervenciones dieron en líneas generales una respuesta positiva.

   Mencionar también las ausencias sonadas, como la de la Consejera de Cultura. Lista a la que se podrían añadir otros cargos de mayor o menor rango. A propósito de esto no hay que olvidar que los responsables políticos de Castilla y León le hicieron caso más bien tarde a Jesús López Cobos y, por tanto, lo que su figura representa dentro de la cultura. Sirva como ejemplo de lo dicho que recibió el Premio de Castilla y León de las Artes en 2012, cuando le habían concedido el Príncipe de Asturias en 1981 y la Cruz al Mérito de Primera Clase de la República Federal de Alemania en 1989.

   Un concierto que supuso una propuesta muy abierta, con cambios continuos de obras y de directores, sustentada en un frágil hilo argumental, por lo que dio la sensación de que se podía haber hecho algo más por enlazar todo. Por eso lo más relevante recayó en el hecho de reunir a los músicos con el público para recordar en sonidos la inmensa figura y el legado de Jesús López Cobos.

Foto: OSCyL

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