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Crítica: Andrew Gourlay dirige el último concierto de la temporada 2018-19 de la Sinfónica de Castilla y León

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Autor: Agustín Achúcarro
25 de junio de 2019

Gourlay y su primigenio mundo sonoro

Por Agustín Achúcarro
Valladolid. 20-VI-2019. Centro Cultural Miguel Delibes. Sala Sinfónica Jesús López Cobos. Orquesta Sinfónica de Castilla y León. Obras: Los planetas de Holst, Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, para doble orquesta de cuerda, Serenata a la música, ambas de Vaughan Williams, e I was glad de Parry. Solistas: Sarah Fox, soprano, Kathryn Rudge, mezzo, Andrew Staples, tenor y Mark Stone, barítono. Coros: Hallé y de Castilla y León. Director: Andrew Gourlay.

  Andrew Gourlay preparó el concierto con el que concluyó la temporada de la OSCyL con dos objetivos claros: Fiesta como disfrute compartido de una colectividad abierta, y mostrar sus vivencias musicales inglesas. Así que fue un abrirse del director para cerrar una temporada con algo a lo que se siente muy ligado y que, como se pudo comprobar en el artículo previo al concierto, le hacía mucha ilusión. Esta fue la razón de ser de un programa netamente inglés que comenzó con la suite Los planetas de Holst. No resultó una versión concluyente, aunque transmitió espectacularidad desde la inicial rítmica de Marte, el portador de la guerra, que curiosamente con su suavidad subrayan las arpas. Y de la misma forma que destacó esa rítmica, que pudo ser más marcada, se notó cierta rigidez en el surgir de sus temas. Venus, la portadora de la paz marcó ese contraste con el anterior al plasmar un mundo sereno y transparente. Al final, en Neptuno, el místico, Gourlay evocó un universo algo indefinido, que presenta la inmensidad del espacio, mientras concluía con la entrada de las voces femeninas del Coro Hallé, situado fuera de la sala. Si bien inicialmente anduvieron algo perdidas con respecto a la orquesta, no por eso se diluyó ese aire de infinitud, en un diminuendo en que los instrumentos iban dejando de tocar. Se perdieron algunas de las magníficas posibilidades orquestales de la obra, en una versión no exenta de buenos momentos.


   Y ya metidos en faena llegó la Fantasía sobre un tema de Thomas Tallis, para doble orquesta de cuerdas, que presentó a capella, con ciertos altibajos, el coro. Ciertamente la colocación de las dos orquestas y entremedias el cuarteto solista, algo que Gourlay había estudiado con minuciosidad, consiguió el efecto deseado y una interpretación plena, en donde las cuerdas se mostraron dúctiles, capaces de entretejer un diálogo sonoro o formar unísonos bien empastados, mientras los solistas, que fueron los primeros atriles de cuerda de la OSCyL, aplicaban seducción y encanto dentro de un equilibrio muy destacable.

   En la Serenata a la música -se eligió aquí una versión para gran coro y cuatro solistas- se pusieron de manifiesto coloraciones muy variadas, con acentos a veces impresionistas, otras claramente descriptivos, con un tono de serenidad, que Gourlay supo extraer de la orquesta y el coro. Pianos bien entonados por las voces, fortes exhibidos en toda su magnitud y parlatos eficaces. El Coro Hallé, que dirige Matthew Hamilton, se encontró cómodo en toda la tesitura, y junto a la orquesta mantuvieron una sutil relación ante los versos extraídos del acto V del Mercader de Venecia de Shakespeare, unido a una participación decisiva del concertino y unas voces solistas correctas, tanto a la hora de intervenir por separado como al sumarse al coro, con especial atención a la forma de interpretar su parte la soprano Sarah Fox.

   Y como conclusión de todo lo que se había propuesto el director titular de la OSCyL interpretaron I was glad de Hubert Parry. Aquí se sumaron al Coro Hallé, el formado por los llamados Coros de Castilla y León (no se especificó cuáles eran), sumando unos 170 coralistas, y la fiesta adquirió su punto máximo,mientras la música se veía superada o quizá magnificada por el espectáculo de un himno para la coronación emotivo, con gran cantidad de voces cumpliendo con el ritual. No faltaron las evidentes dificultades, con desajustes, potenciados al contar con el Coro selección de Castilla y León en la tribuna en torno al escenario-curiosamente cantaron más empastados y mejor Jerusalem, del propio Parry, la obra fuera de programa-, que realmente era el único sitio donde podía ubicárseles. Pero a esas alturas del concierto, mientras las voces crecían en intensidad, se produjo una comunión laica entre músicos, director y público, que ovacionó entusiasmado, que se imponía a todas las dificultades. Andrew Gourlay había conseguido sus objetivos.

   Una vez más habrá que mencionar la labor que el director Jordi Casas llevó a cabo con la suma de los Coros de Castilla y León, aunque por momentos se hace más evidente la necesidad de crear una formación estable para la OSCyL.

Foto: OSCyL

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