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[C]rítica: Anne-Sophie Mutter bajo la dirección de Christoph Eschenbach en la temporada de la Orquesta Nacional de España

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Autor: Raúl Chamorro Mena
20 de noviembre de 2018

Paroxismo mutteriano

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 16-XI-2018, Auditorio Nacional. Ciclo Orquesta y Coro Nacionales de España. Concierto para violín, Op. 77 (Johannes Brahms). Markings (John Williams); Sinfonía núm. 8, Op. 88 (Antonín Dvorák). Anne-Sophie Mutter, violín. Orquesta Nacional de España. Director: Christoph Eschenbach

    Paroxismos lleva por título la presente temporada de la Orquesta Nacional de España y desde luego, será difícil encontrar durante la misma, mayor exaltación del sentimiento y de la emoción que produce el concepto «música con mayúsculas», que la actuación de una artista tan fascinante como la violinista Anne-Sophie Mutter. Con una trayectoria de cuatro décadas en la cumbre, porque nunca se ha bajado de la misma, la alemana en una gloriosa madurez, desde una atalaya de la más absoluta maestría, ofreció una prestación absolutamente memorable.

   Por si fuera poco, en los atriles, uno de los más grandiosos, inspirados y brillantes conciertos para violín, el de Brahms, claramente tributario del de Beethoven y que fue estrenado en 1879 en la sala de la Gewandhaus de Leipzig con el propio autor a la batuta y el legendario violinista húngaro Joseph Joachim como solista y dedicatario de la obra.

   Desde el mismo momento que entra el violín después de la larga introducción orquestal, se puso de manifiesto en la sala el prodigioso sonido que surge del Stradivarius de la Mutter. Una maravilla por firmeza, caudal, amplitud, densidad, belleza, limpieza y pulimiento. Notas altas brillantísimas y penetrantes, pero sin un ápice de estridencia, graves con anchura y redondez, afinación pluscuamperfecta. Magistral el fraseo, de gran autoridad y profundidad, con unos contrastes dinámicos de dejar boquiabierto. Si un móvil irrumpió en uno de los primorosos pasajes en pianissimo (algo habrá que hacer para poner coto a estos desalmados), la Mutter ni se inmutó y en la cadencia logró dejar la sala en un absoluto silencio, de esos que no se oye ni una mosca, pues el público asistía –aguantando la respiración- a toda una exhibición de deslumbrante virtuosismo. Inolvidable la manera en que la Mutter escuchó la sublime melodía del oboe (espléndido el solista de la ONE) que introduce el segundo movimiento, para luego «cantarla» magistralmente al violín y entablar un primoroso diálogo con el referido instrumento y las demás maderas y posteriormente con la trompa. Qué decir del tercer movimiento con aroma a danza húngara y en el que la Mutter exhibió la destreza y dominio del arco propio de su contrastado virtuosismo en perfecta combinación con una apabullante autoridad musical. Buen acompañamiento de Christoph Eschenbach, pues reunió oficio y la suficiente tensión, además de, lo más importante, mostrar plena colaboración con la solista, que pudo exhibir todo su talento con una orquesta a notable nivel.

   Que la Mutter tuviera que actuar también en la segunda parte del concierto no fue óbice para que ofreciera como propina un espléndido Bach, pleno de nervio y vivacidad, con una calidad y dimensión de sonido que pocas veces se escucha en la ejecución de estos pentagramas.

   Otro de las características como artista y músico de la Mutter es su compromiso con la creación contemporánea. Dentro de este ámbito se encuadra la obra que abría la segunda parte, Markings, composición para violín solista, cuerdas y arpa compuesta por John Williams (nacido en 1932) y por todos conocido por sus tan populares como espectaculares bandas sonoras. Una obra bella y difícil para el violín solista, que fue desgranada magistralmente por Anne-Sophie Mutter con esa sublime combinación de sonido apolíneo, personalidad y magisterio en el fraseo que atesora la artista alemana, que volvió a demostrar que es una de las mejores violinistas de todos los tiempos.

   Como última pieza del programa se interpretó la magnífica Octava sinfonía de Dvorak, creada desde la relajación y tranquilidad que le proporcionaba el idílico paraje de su casa de verano de Vysoká y que cuenta con una importante presencia de música folklórica bohemia. Eschenbach obtuvo un buen rendimiento de la orquesta mediante su indudable oficio y musicalidad innata, pero el sonido fue más macizo y compacto que refinado y transparente, en una interpretación con frases sueltas, momentos de buena factura, -como la bien balanceada danza del tercer movimiento o la melodía de los violonchelos en el cuarto-, pero sin poder evitar la sensación de cierta irregularidad, de una labor sin redondear, ayuna de un punto de fantasía, capacidad de organización y sentido analítico.

   Antes de cerrar esta reseña, el que suscribe no puede resistirse a consignar su sorpresa ante el artículo del programa de mano firmado por Mario Muñoz Carrasco, en el que pueden leerse «perlas» como «Brahms parece componer desde el amasijo», «Dvorák plantea mucha música subsidiaria que enuncia, postula, embauca, y a la que no retorna» o bien,  «Su fértil entretejido melódico convoca una melancolía rala» …. Sin comentarios.

Foto: Rafa Martín

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