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ANTONI PIZÀ, director de la Foundation for Iberian Music: «Somos un referente en Nueva York»

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Autor: Aurelio M. Seco
2 de mayo de 2019

ANTONI PIZÀ, director de la Foundation for Iberian Music: «Somos un referente en Nueva York»

Una entrevista de Aurelio M. Seco / @AurelioSeco

¿Cómo fueron sus inicios en la música?

Realicé mis primeros estudios en Mallorca, donde hice la carrera de piano. Más tarde aprobé las oposiciones de piano en el Conservatorio de Palma. Con 21 o 22 años ya me veía el resto de mi vida dando clases en el conservatorio, algo que sin duda estaba bien, pero al mismo tiempo era un gran lector. Siempre me han interesado los libros y comencé a explorar si había algo que compaginara mi pasión como músico, lector y escritor, y descubrí una palabra: «musicología», así que me enteré dónde podía estudiar musicología en 1985. En España se podía hacer en lugares como Oviedo o Barcelona, pero no había mucho más, aparte de que yo tampoco sabía exactamente qué era eso de ser musicólogo. En aquella época no había Internet, por supuesto, y decidí dar el salto a Estados Unidos, donde los estudios de musicología estaban integrados desde hacía tiempo en la universidad, y compaginaban las cuestiones históricas con análisis e incluso  el piano.

Hice audiciones en la Universidad de Colorado, Juilliard School de Nueva York, Rochester, Universidad de Texas… En 1985 el proceso era el siguiente: tú grababas una cinta y la mandabas a dichas universidades y, si te preseleccionaban, te invitaban a dar un recital de veinte minutos como instrumentista. Me llamaron de Rochester y de Colorado, que también me ofrecía cierta seguridad económica, así que me decidí por la Universidad de Colorado.

¿Su familia qué decía?

Me apoyaban, me animaban a salir de España, aunque no había mucho dinero.

¿Hay tradición musical en su casa?

Mi padre tocaba el órgano en una iglesia, y en casa teníamos muchos discos de zarzuela, que le gustaba a mi madre, como a mis hermanos la música pop. Ya de muy joven yo tenía el virus académico metido en el cuerpo, porque a los dieciséis ya compraba todos los cuartetos de Beethoven en aquellas cajas de elepés. Lo recuerdo muy bien porque hace poco, debido al reciente fallecimiento de mi madre, estuve vaciando su casa y encontré los discos que compré a los quince o dieciséis años. En aquella época tenía como una mentalidad enciclopédica. Recuerdo que compré toda la Tetralogía de Wagner.

Así que se quedó en Colorado.

Sí, estuve allí dos años y medio, y después, como tantos jóvenes, yo tenía una gran curiosidad por Nueva York. Si me hubieran dicho que tenía que hacerme mecánico para vivir en Nueva York, quizás lo hubiera hecho. En Colorado descubrí que en Nueva York había una universidad semipública, no muy cara, donde había un profesor que había estudiado la música de la Corona de Aragón, y como yo nací en Mallorca y fuimos parte de esa Corona, me animé a escribir a Allan Atlas, el eminente musicólogo hoy jubilado. Él me invitó a su casa. Recuerdo que me llamó la atención que pidiera una pizza para cenar. En 1989 no sucedían todavía esas cosas en España. Allan me dijo que poseía una buena preparación y me animó a presentarme a las pruebas de admisión, así que lo hice y comencé mi programa de doctorado, con una tesis de tema filosófico literario centrado en La tradición autobiográfica en la música.

Teníamos un catedrático, Barry S. Brook, que era un hombre de muchas inquietudes. Ha sido uno de los grandes dinamizadores de la musicología mundial. Entre otras cosas fue cofundador de la sociedad francesa de musicología y de la sociedad española de musicología también. Le gustaba crear proyectos de investigación, agencias, instituciones, y buscar fondos para hacer cosas. Él fue el creador de Rilm Abstracts. Me preguntó si me gustaba la idea de ser el responsable de un centro o fundación para concentrar energías con el tema español, hispánico, Caribe, con la idea de hacerlo muy amplio, y ese fue el comienzo de mi labor en la Foundation for Iberian Music, una entidad que ha conseguido convertirse en un referente en Nueva York, hasta el punto de que puedo decir que nos llaman para hacer muchas cosas, a nivel de asesoramiento, etc…


¿Qué estructura tiene la fundación?

Tras  la muerte de Barry S. Brook se creó el Centro Brook, con el que compartimos recursos, al igual que con Rilm Abstracts of Music, que es una especie de vaciado de publicaciones del siglo XX en adelante. Es decir que estamos englobados en diferentes proyectos. Como fundación tenemos un dinero de base, que no se toca, una monta inicial, pero también hacemos recaudaciones de fondos a través de donaciones de manera muy activa. Yo mismo me encargo de buscar fondos para realizar ciertas actividades. Se trata, obviamente, de fondos privados procedentes de donantes que, gracias a la ley de mecenazgo estadounidense, que está muy bien estructurada, pueden ver cómo sus aportaciones reciben importantes beneficios de Hacienda.

¿Qué proyectos desarrollan ahora?

Esta semana tenemos una residencia con El Niño de Elche, que es un flamenco que va a explorar su arte de forma experimental. Vamos a filmar su propuesta. También venimos realizando un festival dedicado a Joaquín Rodrigo, en colaboración con la New York University, con Harvard y la Hispanic Society.

Usted es un estudioso de la obra de Antonio Literes. Ha escrito un libro sobre él.

Toda la obra religiosa de Literes, que es un montón de música, está sin editar ni transcribir. Muchos de los manuscritos están en Madrid y también en la Universidad Complutense, pero no los ha mirado nadie. Su música instrumental no existe, o no la conocemos. Lo que quedan son zarzuelas y cantatas. Hace veinticinco años escribí una pequeña monografía poniendo un poco de orden en esta figura, pero ya está superada por gente como Raúl Angulo y Antoni Pons, que han estudiado su obra recientemente.

Usted fue parte importante para que se representase Los elementos de Literes en Nueva York.

Sí, ayudé a montar la obra, que no es ópera sino una cantata. En la portada alguien escribió «ópera ytaliana», con «y», seguramente para complacer a los mecenas, y alguien puso también «Los elementos», que se ha quedado como título. Los elementos es la obra perfecta para introducirse en Literes, porque las melodías son bellísimas, con líneas vocales muy interesantes y ritmos en general españoles de tres por cuatro o tres por ocho, hemiolas y también las arias da capo que es la parte italiana. Lo importante es hacer esa música muy bien, porque si se hace mal resulta aburrida. Por cierto que se va a hacer la obra los días 18, 19 y 20 de mayo en Mallorca, con la edición de Angulo y Pons.


¿Qué tal fue la versión neoyorquina?

Muy bien, pero no era una versión historicista. Tenían muy buenas voces y vestuario. Tuve la oportunidad de asesorar al director musical.

Usted trató a Alicia de Larrocha, a quienes los pianistas de Nueva York siguen idolatrando.

Sí, yo asistí a su último concierto en Nueva York, en el Alice Tully Hall, donde interpretó Goyescas, ya con problemas de artritis en las manos. Aquí los pianistas todavía la consideran una de las grandes pianistas universales. En la Fundación le hicimos una recepción privada a la que asistió André Previn, que se acercó en silla de ruedas. Éramos unas veinte personas. Recuerdo que Previn dijo que el Mozart que había realizado con De Larrocha era el mejor que existía en grabación. Aquí encontró un mercado enorme, que había abierto José Iturbi y Joaquín Nin-Culmell, como de alguna forma también Rosa Sabater. El público americano amaba a Andrés Segovia. Acabo de regresa de Chicago y, en una tienda de música vi un póster que decía que había habido un día entero dedicado a Segovia. Todas las escuelas de Chicago tocan conciertos en su honor. Era un personaje adoradísimo.

¿Qué artistas españoles siguen esa tradición en Nueva York?

Joan Pons cantó 26 años en el Metropolitan de Nueva York. Yo dediqué un  libro a su trayectoria. También Montserrat Caballé, Jaime Aragall y, en la actualidad, Jordi Savall. ¿Qué otro artista español puede llenar cualquier sala de conciertos en EEUU salvo Savall?

La Fundación está dentro de la City University of New York, donde usted imparte docencia.

Sí, es una universidad que tiene una gran actividad centrada en la literatura en castellano. Hay una cátedra Mario Vargas Llosa. También a la literatura catalana. Antes había una Cátedra Miguel Delibes. También está el Instituto Cervantes y The King Juan Carlos I of Spain Center, con los que colaboramos mucho. Hay que decir que la presencia española se beneficia mucho de la latinoamericana. Las editoriales en castellano en EEUU son tan o más importantes que las de Madrid o Buenos Aires. Aquí hay unos 40 millones de lectores potenciales. Están pasando cosas muy interesantes en países como Ecuador o México, que tiene una población enorme que le beneficia mucho.


También es escritor.

Sí, pero de ensayo, no de narrativa. Cuando escribo sobre cuestiones académicas lo hago en inglés o castellano, pero cuando se trata de cosas más cercanas al corazón, como mis ensayos, casi todos están escritos en catalán, porque son cosas muy personales. No se trata de literatura poética, sino de escritos sobre música, cultura. Ahora estoy trabajando en la música experimental en España, todo lo que tiene que ver con la música electrónica, la performance y el arte sonoro de este tipo. Hace unos días estaba en Chicago, por ejemplo, y di una charla en la que hablé de cómo Joan Miró subvencionó personalmente la primera gira de John Cage y David Tudor en España. Trato de entender cómo se introdujo el experimentalismo en España. También dedico tiempo a lo que tradicionalmente se ha denominado como «géneros de ida y vuelta». Ya hemos hecho tres congresos con dos libros, de los que soy editor, uno sobre el fandango, otro sobre el zapateado. Hemos traído a etnomusicólogos, antropólogos… ¿Sabía que compositores como Mozart, Boccherini o Soler escribieron fandangos?

Y como soy una especie de exiliado, he dedicado mucho tiempo en mi vida a personas que de alguna u otra manera lo han sido, como Alan Lomax, el propio Joan Pons, que vivió muchos años fuera, Literes, que era mallorquín pero que murió en Madrid y nunca volvió a Mallorca o Juan Bautista Sancho, a quien también dediqué un libro. Sancho es la primera persona que compuso con bajo continuo en California, donde se murió. También escribí sobre Joan Aulí, otro mallorquín exiliado… Pero que conste que no me quejo de mi «exilio», porque tengo la suerte de tener ambos mundos, el de EEUU y el de España, cuando puedo escaparme.

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