Crítica de Raúl Chamorro Mena del concierto ofrecido por Antonio Pappano, María Dueñas y la Orquesta de Cámara de Europa en el ciclo Impacta
Apertura de impacto
Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 13-XI-2025, Auditorio Nacional. Ciclo de conciertos Impacta. Sinfonía española para violín y orquesta, Op 21 (Edouard Lalo). María Dueñas, violín. Danzas eslavas, Op 46 (Antonín Dvorák). Orquesta de Cámara de Europa. Director: Antonio Pappano.
El ciclo Impacta se consolida esta temporada 2025-26 y enriquece el panorama musical madrileño con una programación más amplia en número de conciertos y la presencia de nombres de la talla, entre otros, de Cecilia Bartoli, Daniel Lozakovich, Mark Minkowski y Janine Jansen. Sin duda, una apuesta más ambiciosa como destaca el prólogo introductorio del librillo que contiene la programación de la temporada. El concierto de apertura se encardinaba apropiadamente en esta dirección, al contar con la presencia de uno de los músicos españoles de mayor prestigio y dimensión internacional en la actualidad, la violinista granadina María Dueñas, que desde su irrupción en edad adolescente ha consolidado con brillantez su trayectoria artística. La presencia de la Orquesta de Cámara de Europa, agrupación fundada en 1981 y que tuvo en Claudio Abbado uno de sus principales mentores, y el prestigioso director -especialmente por su destacado período como titular en la Royal Opera House- Antonio Pappano remataban el cartel de este concierto. La Dueñas celebró el 150 aniversario de la Sinfonía española de Edouard Lalo (1823-1892) encarnándose con orgullo en el destinatario de la obra, su compatriota el mítico Pablo de Sarasate.
La granadina, que desde siempre demostró aplomo y seguridad, ya puede presumir en el camino a la madurez artística, de esa difícil facilidad de quien ostenta dominio técnico y rotunda preparación musical. El acentuado virtuosismo que, entre ritmos y aires hispanos, exige la obra de Lalo, puso a prueba la destreza y dominio del arco de la Dueñas en los pasajes vertiginosos, las escalas, los saltos de cuerda, trinos y variadas ornamentaciones. Técnica fogosidad, arrojo y naturalidad sostuvieron la abundante y variada escritura virtuosística -ese rondò final-, mientras el aquilatado fondo musical de la granadina sostuvo las partes líricas, como el andante, al que, bien es verdad, pudo faltar algo de vuelo. El violín de la Dueñas cantó y susurró en su afán de perfilar eficaces contrastes dinámicos. Todo ello con un sonido penetrante, que llena la sala, pero falto de un punto de redondez y plenitud en el centro y de punta en las notas más altas.
El público reunido en la sala sinfónica del Auditorio Nacional aplaudió todos y cada uno de los cinco movimientos, muestra, por un lado, de la presencia de espectadores poco habituales y también de la devoción por la virtuosa compatriota. Como propina, María Dueñas interpretó acompañada por la orquesta, el arreglo propio para violín de El cant des Ocells. Pappano se mostró brillante y vigoroso en las introducciones y finales de cada movimiento y mórbido y colaborador como acompañante de la solista.
Las danzas eslavas de Antonín Dvorák, inicialmente escritas para piano a cuatro manos, son un ejemplo de música destinada a aficionados, para que pudieran tocarla cotidianamente. Una práctica muy extendida en el siglo XIX. Inspiradas en las danzas húngaras de su buen amigo Johannes Brahms, Dvorák las orquestó posteriormente y constituyeron su carta de presentación en las salas de concierto europeas y pórtico a la fama. La mayoría de las danzas son de origen bohemio y plasman el acendrado nacionalismo musical de su autor, su colorido como orquestador, vena melódica y, por supuesto, vibrante impulso rítmico.
Primera y octava piezas, danza Furiant, enmarcaron apropiadamente una interpretación fogosa, plena de brío y pulso rítmico por parte de Pappano y la orquesta, que mostró buen nivel con unos metales rutilantes y seguros, cuerda empastada y esplendor en las maderas. Pappano destacó la gracia del minué, danza 4, entre la incandescencia rítmica general, aunque faltó paleta de colores y una mayor diferenciación de cada una de las piezas. Sin embargo, las danzas surgieron muy bien tocadas, con brillantez, voltaje, vigor y acentos vibrantes, con lo que pudimos evocar mentalmente un esplendoroso fin de fiesta con sus habitantes en animada furia danzante en cualquier celebración popular de un pueblo de bohemia. Fueron aplaudidas todas y cada una.
Como regalo, el propio Pappano anunció la danza número 2, Dumka, del grupo de danzas eslavas del Op 72, que Dvorák compuso a requerimiento del editor Fritz Simrock, ante el éxito de la primera serie.
Fotos: IMPACTA / Tarek Mohamed
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