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Crítica: Recital de Arcadi Volodos en Úbeda

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Autor: José Antonio Cantón
31 de mayo de 2022

El Festival Internacional de Música y Danza Ciuad de Úbeda acoge un recital de Arcadi Volodos centrado en obras de Schubert y Schumann

Arcadi Volodos

Prodigio

Por José Antonio Cantón
Úbeda, 27-V-2022.  Auditorio del Hospital de Santiago.  XXXIV Festival Internacional de Música y Danza Ciudad De Úbeda 2022.  Recital de piano de ARCADI VOLODOS. Obras de Franz Schubert y Robert Schumann.

   Una de las citas destacadas de la presente edición del Festival de Úbeda ha sido la presencia del petersburgués Arcadi Volodos, un músico integral que se expresa a través del teclado con un sublime nivel de excelencia. Sus recitales son toda una experiencia referencial tanto para aficionados como para profesionales del piano, cumpliéndose en esta ocasión tal premisa con creces. Obras de dos compositores sustanciales del repertorio romántico, Schubert y Schumann, la Sonata en re, D 850, «Gasteiner» del primero y Kinderszenen, Op. 15 y Fantasia en do, Op. 17 del segundo, le han servido para demostrar su enorme capacidad poética desde un análisis sonoro que genera tal grado de información para el oyente, que éste se siente desbordado en su inicial percepción y posterior asimilación. Su actuación significó todo un análisis que abarcaba  una serie de aspectos que se manifestaban desde la forma, la estructura, la armonía, la melodía, el estilo y la semiótica sonora hasta en sus más mínimos detalles, facilitados por su portentosa aportación técnica, que le permite jugar con los detalles del pensamiento creador hasta límites inimaginables para un avezado escuchante, enriqueciendo así todo el bagaje que se pueda tener de dichas piezas que, en sus manos, adquirieron máximo y hasta nuevo sentido estético.

   En el inicio de la decimoséptima sonata del compositor vienés, Volodos buscó la expansión acústica por encima de cualquier otro efecto apoyado en la rítmica que en ella se propone así como en las alternantes y a la vez alejadas tonalidades que integran su discurso, que exigían del pianista el desarrollo de todas sus posibilidades físicas incrementando progresivamente la enorme concentración que requiere su ejecución, que tuvo especial alcance en la reafirmación del concepto temático que supone su vital coda. La tensión del vivaz allegro quedaba compensada con la movida calma del segundo movimiento, con el que dio toda un lección de cómo hay que equilibrar la pulsación de un acorde desde la independencia de cada dedo con tan imaginativa musicalidad que llegaba a un verdadero esplendor sonoro perfectamente distinguible en sus líneas de canto, que aseguraban el carácter armónico prevalente de este segundo movimiento, todo un referente de controlada motilidad musical.

   El nervio que presenta el Scherzo quedaba definido en las manos de Arcadi Volodos como un elogio del aspecto danzante de la música popular, esencia de este movimiento donde aparece ese espíritu divertido a la vez que ingenuo del compositor, envuelto en un excelso nivel contrapuntístico que posibilitaba la sustancia de su contracanto. La acción pìanística llegaba a su máxima expresión en el trío al que dio ese carácter tirolés con elocuente autenticidad. El Rondo final fue, desde su aparente simplicidad, todo un ejemplo de afirmación vienesa con la que jugó el pianista hasta los límites de sus variadas manifestaciones ornamentales, dejando una sensación de  superior complacencia en el oyente, que le llevaba identificarse con la genial inventiva del compositor, dueño absoluto del lirismo romántico. Terminaba así un ejercicio de recreación musical sólo posible en un privilegiado elegido por la musas, como lo es este pianista, todo un portento de la recreación musical.

   La segunda parte del recital estuvo dedicada a Robert Schumann, empezando por sus mágicas Escenas de niños, con las que Volodos elevó el candor a la máxima categoría expresiva, dado el juego armónico que demostró en la primera pieza, exponiendo con nostalgia los paisajes en ella evocados. El saltarín ritmo de la segunda, Historia curiosa, lo proyectó con ese divertido humor que no terminaba de definirse manteniendo siempre expectante al oyente. Siguió con el resto de estas pequeñas piezas haciendo de cada una de ellas una condensada dicción como la alcanzada en la más famosa de ellas, Ensueño, en la que el dominio dinámico del pianista se puso a prueba. Su interpretación fue creciendo en expresividad hasta llegar a la poética de la última, que convirtió en una especie de ejercicio omnisciente del conjunto de esta colección reafirmado por la impronta de su singular belleza.

   Volodos quiso terminar con unos de esos monumentos pianísticos que llevan a este compositor sajón a situarle como una de las preclaras figuras del romanticismo musical. La pasión que encierra el primer movimiento de su Fantasía en do, Op.17 desbordaba la acústica del recinto sacro-musical ubetense hasta llegar a ese pasaje misterioso al que el intérprete convirtió en verdadero relato sonoro con un sublime efecto contrastante, en el que el piano parecía hablar desde su articulado sonido, creando contracantos sobre contracantos yendo así a la esencia de la muy particular música interna de Schumann, tan difícil de aprehender en sus detalles y de entender como personal razón de ser. La aparente fragilidad conceptual del movimiento central quedó diluida en su camino hacia la coda final, que tocó con una facilidad verdaderamente apabullante. Su majestuosa técnica de pedal se hizo presente en el último tiempo llegando a esa enormidad de poder distinguirse diez o más niveles dinámicos con esa naturalidad que tiene su origen en una portentosa capacidad mental, tanto intelectual como expresiva, que lo convierte, sin género de discusión, en uno de los más descomunales pianistas de entre siglos. Este Schumann se hace necesariamente acreedor a quedar registrado como documento fonográfico.

   Para completar tan asombrosa actuación, Volodos quiso quitar tensión con cuatro bises que, desde sus diferencias, crearon una fragancia pianística sorprendentemente gratificante por su calidad sonora y su emocional función redentora para el oyente: en primer lugar el Pájaro profeta, séptima pieza del Op. 82 también de Schumann cuyo sugestivo final dejó suspendido en el espacio. Siguió el concentrado Preludio en re menor, Op. 40/3 de su paisano Anatoly Lyadov, que tocó con magistral grado de seducción para dar paso a u mágico Segundo poema del Op.71, «Soñando» de Alexander Scriabin, antes de terminar definitivamente con las etéreas resonancias del último número de la Música callada de Federico Mompou, que constataron el altísimo nivel de este pianista, grande entre los grandes. Un asombroso prodigio.

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