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Crítica: Asher Fisch dirige «Fidelio», de Beethoven, en el Teatro Comunale de Bolonia

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Autor: Magda Ruggeri Marchetti
19 de noviembre de 2019

Una magnífica concertación

Por Magda Ruggeri Marchetti
Bologna. 10-XI-2019. Teatro Comunale. Fidelio [Ludwig van Beethoven  / Joseph Sonnleithner / Georg Friedrich Treitschke]. Nicolò Donini [Don Fernando], Lucio Gallo [Don Pizarro], Erin Caves [Florestan], Simone Schneider [Leonore/Fidelio], Petri Lindroos [Rocco], Christina Gansch [Marzelline], Sascha Emanuel Kramer [Jaquino], Andrea Taboga, Tommaso Norelli [dos presos]. Orquesta y Coro del Teatro Comunale. Director de escena: Georges Delnon. Director musical: Asher Fisch.    

   La escritura de esta ópera, la única de Beethoven, fue larga y atormentada. La primera versión es de 1805, la segunda de 1806 y la definitiva fue estrenada en Viena en el Teatro Kärntnertor el 23 de Mayo de 1814. Compuesta en plena madurez de su autor, puede considerarse el primer ejemplo de síntesis de música sinfónica y ópera.  El argumento está basado en el libreto de Jean Nicolas Bouilly, Léonor ou l’amour coniugal (1798) que narra un hecho real, sucedido en una prisión francesa durante el Terror, pero la historia se trasladó a la Sevilla del siglo XVII. Florestan ha desaparecido hace más de dos años y es prisionero de Pizarro, un cruel dictador. Su mujer, Leonor, busca a su marido disfrazada de Fidelio y sospecha, con razón, que se encuentra encerrado en las mazmorras de la cárcel en donde se sabe que hay un recluso encadenado y torturado.

   El Teatro Comunale ha coproducido esta ópera con la Staatsoper de Hamburgo y ha contado con el director de escena Georges Delnon, que traslada la historia a los años 70. Es evidente en su montaje la referencia a la división de Alemania y a la República Democrática, de cuyo final, no casualmente, se está celebrando el 30 aniversario. La escenografía de Kaspar Zwimpfer y los vídeos de fettFilm contribuyen a crear una atmósfera claustrofóbica. Al principio todo parece desarrollarse en un salón burgués con una mesa, un piano y un escritorio aparte, pero en ocasiones se abre a la izquierda una pared que esconde a hombres dolientes y malheridos, recostados sobre literas que evocan las de los campos de exterminio nazis o las estrechas celdas de la Stasi. Los grandes ventanales que constituyen el fondo y el lateral derecho se asoman a un denso bosque que avanza amenazador y en el que aparece un fantasmagórico lobo con brillantes ojos amarillos. La ocasión del aniversario sirve para subrayar que ya Beethoven identificaba una antigua pulsión de la cultura alemana por la que el Estado y la disciplina eficiente de sus servidores alcanzan un valor sacral. El desviar la mirada de la inmoralidad, del sufrimiento que pueden provocar las decisiones gubernativas, se tramuta en el deber funcionarial de «cumplir las órdenes», coartada esgrimida sistemáticamente por los jerarcas nazis en el juicio de Nuremberg y que impregnaba igualmente al aparato represor de la DDR.

   Tras el éxito en dos magníficos conciertos de la temporada sinfónica del Teatro Comunale, se encarga ahora de la dirección musical Asher Fisch, especialista del repertorio mitteleuropeo, director pincipal de la West Australian Symphony Orchestra de Perth y huesped de los más prestigiosos teatros. El maestro nos ofrece una concertación magnífica calibrando la difícil coordinación instrumental y explotando el potencial de la orquesta que transmite eficazmente los diferentes sentimientos del alma exaltados por la situación trágica de una cárcel: el amor, la fidelidad, la venganza, la piedad. La gran habilidad del director es la de pasar con naturalidad de un estilo a otro, crear tensión musical, resaltar los contrastes entre lo épico y lo poético, inspirar emoción y pasión, en una palabra dar prueba de consumado oficio. Recordamos especialmente la maravillosa obertura, fuerte y enérgica, que subraya el cambio estilístico con las primeras escenas sosegadas y teñidas de tristeza, la entrada de Pizarro en que la orquesta se expresa con toda su potencia y violencia, y el cuarteto del I y del II Acto.


   El reparto canoro es de buen nivel. Destaca Simone Schneider que encarna a una fuerte Leonor, limpia y segura en los agudos con inflexiones matizadas y un buen timbre. Magnífica su aria del I Acto y siempre perfecto su canto en los ensemble. Christina Gansch es una Marzelline pizpireta que luce en los fraseos y en las medias voces. El sonido de las trompas introduce la dramática aria de Erin Caves que borda un Florestan doliente pero no vencido. Lucio Gallo, un rotundo Pizarro con agresividad y fuerza en la voz sobresalió en el dúo con Rocco (Petri Lindroos), un criado que ejecuta las órdenes e intenta no ver la maldad subyacente. Eficaz Nicolò Donini en la intervención liberadora de Don Fernando. Correcto Sascha Emanuel Kramer como Jaquino. El coro, preparado por Alberto Malazzi, ofrece una actuación vigorosa no solo en el coro de los presos que ven finalmente el sol, sino también en el del grandioso final, potenciado por el blanco de la vestimenta, símbolo de libertad tras la opresiva oscuridad de la cárcel o quizá también de la instauración de una nueva uniformidad. Es una duda comprensible pensando en especial en la frase que se proyecta al principio sobre el telón corrido «He tenido un sueño, me he despertado y todo iba bien». Seguramente se ha querido dejar abierto el final que Beethoven deseaba positivo. Todo el conjunto, con la orquesta a la cabeza, consiguió un gran espectáculo que arrancó reiterados y efusivos aplausos de un público entusiasmado, con ovaciones especiales para Simone Schneider y el maestro.

Foto: Andrea Ranzi-Studio Casaluci

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