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Crítica: El Cuarteto Belcea en el Konzerthaus de Viena

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Autor: Pedro J. Lapeña Rey
15 de diciembre de 2022

Belcea Quartet ofrece un concierto en el Konzerthaus de Viena con música de Shostakóvich, Beethoven y Haydn

Belcea Quartet

Beethoven al límite

Por Pedro J. Lapeña Rey
Viena, 7-XII-2022, Konzerthaus. Belcea Quartet. Cuarteto de cuerda en do mayor op. 20 nº2, H.III:32 de Franz Joseph Haydn; Cuarteto nº 8 en do menor, op. 110 de Dmitri Shostakovich, y Cuarteto nº 7 en fa mayor, op. 59 nº1 de Ludwig van Beethoven. 

   Con la sala Mozart del Konzerthaus de Viena a rebosar, el pasado 7 de diciembre tuvimos un nuevo concierto del ciclo de cámara, en esta ocasión con el popular Cuarteto Belcea. En liza desde 1994, y tras varios cambios en su formación en la primera década de este siglo en la que sólo permanecieron la violinista Corina Belcea y el viola Krzysztof Chorzelski, parece que en esta última época tanto Axel Schacher como Antoine Lederlin se han consolidado respectivamente como segundo violín y chelista, lo cual siempre es bueno para la estabilidad de estas formaciones de cámara. En cualquier caso, nos esperaban varios cambios al entrar a la sala. Por motivos de salud, Axel Schacher, el segundo violín fue sustituido por Sébastien Surel, primer violín del veterano Cuarteto Ludwig. Y por motivos desconocidos, el cuarteto de Claude Debussy con el que iba a terminar el concierto fue sustituido por el primero de los cuartetos op.59 de Ludwig van Beethoven, los conocidos como «Rasumovski».

   Comenzamos la tarde con el Cuarteto de cuerda en do mayor op. 20 nº2 de Joseph Haydn. Mucho menos populares que sus hermanos los Op. 64, Op. 76 u Op. 77, los seis cuartetos Op. 20, compuestos en 1772, suponen un avance sustancial en muchos sentidos. Haydn ya tenía bastante experiencia en el género -no olvidemos que van desde su vigésimo tercero a su vigésimo octavo-, pero aún sigue estableciendo las reglas que han permanecido prácticamente intactas durante los siguientes 250 años. En sus trabajos previos ya había fijado la estructura en cuatro movimientos, con dos rápidos en los extremos, y una danza y un movimiento lento en el intermedio. Sin embargo, aquí aún sigue evolucionando y la escritura es compleja y un tanto oscura, lejos de la plenitud, belleza y luminosidad que consigue en sus últimos cuartetos. 

   El Belcea planteó la interpretación de manera bastante desapasionada y un tanto fría. El Moderato inicial fue bastante plano a pesar de que la bella introducción del chelista prometía algo más. Tampoco terminó de despegar un Adagio algo más entonado y que mejoró en la parte final con el casi solo de Corina Belcea, que continuó en un Minuetto en perfecto estilo. En la compleja Fuga final, una de las primeras del género, los miembros del cuarteto parecieron despertarse y la música fluyó mucho mejor tanto a nivel de conjunción como de sonido.

   Continuó el concierto con el más popular de los cuartetos de Dmitri Shostakovich, el Cuarteto nº 8 en do menor, op. 110. Compuesto durante una visita a Dresde en julio de 1960, donde vio de primera mano cómo la ciudad seguía medio en ruinas después del bombardeo aliado del 13 al 15 de febrero de 1945, es decir 15 años antes-, Shostakovich utiliza su conocido motivo DSCH que utilizó recurrentemente para incluirse en sus partituras -lo podemos encontrar al menos en 3 de sus sinfonías y en alguno de sus conciertos- así como citas a varias de sus sinfonías y a su ópera Lady Macbeth de Mtsensk

   Con el recuerdo de la fabulosa interpretación del Cuarteto Hagen -en el ciclo Shostakovich que dieron aquí la temporada pasada- en la memoria de la mayor parte de los asistentes -comparten el mismo abono-, los miembros del Belcea se pusieron desde el inicio el mono de trabajo. En la fuga con la que arranca el Lento inicial, donde el tema del motivo DSCH empieza a exponerse, todos pusieron la carne en el asador y Corina dio un paso al frente en el bellísimo y melancólico desarrollo posterior. En el subsiguiente Allegro molto, donde parece que estamos bajo un nuevo bombardeo, los del Belcea exhibieron una profunda hondura con el sonido árido de la obra y una sincronización de primera. Corina interrumpió la última repetición para meternos de lleno en un Allegretto llevado a un tempo quizás demasiado rápido pero ejecutado con mucha solvencia y que nos volvió a mostrar la crudeza de los bombardeos. Luego el silencio y la resignación en los dos últimos Largos, donde escuchamos quizás la música más pura de toda la velada en una interpretación sublime.

   Tras el descanso fue el turno de Beethoven y su impresionante Cuarteto nº 7 en fa mayor, op. 59 nº1. Compuestos entre 1805 y 1806, los Op. 59 significaron al cuarteto de cuerda lo que la Heróica a la sinfonía. Superar definitivamente el clasicismo de Haydn y Mozart, y llevarnos a una nueva era donde musicalmente hablando importan mucho más la creatividad, las tensiones o los sentimientos, y donde se busca que la forma o una nueva sonoridad no coarte la expresión. Beethoven vuelve a ser el revolucionario que casi a cada paso que da, consigue que la música avance 30 o 40 años. 

   El Belcea planteó su versión en cierto modo revolucionaria, es el sentido de romper la forma y la sonoridad, pero quizás más de la cuenta. Aunque se puede aplicar a cualquier compositor, Beethoven debe sonar a Beethoven, y cada vez me cuestiono mas ese afán que vemos en muchos músicos actuales -no solo cuartetos- de llevar las dinámicas al límite. Es evidente que funciona de maravilla en la sala de conciertos, pero… ¿es necesario? Creo que Beethoven se basta por sí solo para ir a donde quiere, y no es necesario el ayudarle a ir más allá. En cualquier caso, la música del de Bonn es de tal calibre que admite todo tipo de propuestas, y la del Belcea fue brillante, de tímbrica luminosa, de tensiones superlativas pero a la que le faltó algo de poso. Corina fue la líder explosiva de siempre exhibiendo su acostumbrado sonido compacto de tímbrica excelente y su fraseo flamígero. Sébastien Surel se conjuntó de manera más que aceptable con el resto de sus improvisados compañeros. El violonchelista Antoine Lederlin, con su hermoso sonido y su fenomenal capacidad rítmica, fue la base sólida de siempre, y el viola Krzysztof Chorzelski, siempre pendiente de todo con su continuo control visual, fue como suele ser habitual el cerebro en la sombra sobre el que todo gira.

   Tras los muchos aplausos, el perdido cuarteto de Claude Debussy apareció siquiera someramente. El precioso “Andantino” fue el colofón de la velada.

Foto: Marco Borggreve

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