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Crítica: Carlos Domínguez-Nieto dirige la «Octava sinfonía» de Bruckner con la Orquesta de Córdoba

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Autor: José Antonio Cantón
11 de septiembre de 2022

Carlos Domínguez-Nieto dirige la Octava sinfonía de Bruckner en la temporada de la Orquesta de Córdoba

Crítica de Carlos Domínguez-Nieto con la «Octava sinfonía» de Bruckner en Córdoba

Admirable sentido bruckneriano

Por José Antonio Cantón
Córdoba, 7-X-2022. Gran Teatro. Orquesta de Córdoba (OC) con la colaboración de la ORQUESTA JOVEN DE CÓRDOBA (Director: David Fernández Caravaca). Dirección: Carlos Domínguez-Nieto. Obra: Octava sinfonía en do menor de Anton Bruckner.

   Sólo desde un profundo y vasto conocimiento de la obra de Anton Bruckner se puede entender el excelente resultado del concierto inaugural de la trigésima temporada de la Orquesta de Córdoba. Carlos Domínguez-Nieto, su director titular, ha demostrado tenerlo con gran seguridad en concepto y enorme eficacia en su traducción sonora, cualidades materializadas con un poder de transmisión hacia la orquesta y público fuera de toda duda. La información que generó el maestro madrileño fue tan pormenorizada que no cabe sino admirar el ejercicio de memoria -dirigió sin partitura- que le supuso interiorizar tan vasta sinfonía en sus más mínimos detalles, lo que demuestra su alta capacidad de recreación y sólida experiencia como intérprete del gran sinfonista austriaco.

   Con la inestimable colaboración de la Joven Orquesta de Córdoba, bien preparada por su director, David Fernández Caravaca, más de un centenar de músicos se concitaron en el escenario para la ejecución de esta magna obra orquestal que llegó a ser valorada por la prensa de su tiempo como “la pieza regia de la música sinfónica de final del siglo XIX”, con pocas aseveraciones a sensu contrario como las vertidas por el famoso crítico checo afincado en Viena, Eduard Hanslick, molesto por su larga duración y excesiva expresividad. Precisamente esto último ha sido el valor más relevante de este concierto superándose ese juego de formas en el que venía a sustentarse el gran repertorio sinfónico romántico, aspecto que en esta composición queda muy definido como manifiesto propósito del autor.

   Ningún oyente pudo quedar ajeno a la presencia de las tremendas fuerzas  y estímulos emocionales que extrajo el director de sus pentagramas, desarrollando enormes crescendi de sucesivos y progresivos clímax, que reflejaban el sentido y la riqueza sensible de cada pasaje, contrastados, después de una consecuente interrupción normalmente de manera abrupta, por otros de una poética musical llena de delicado lirismo. Ese alternante juego dinámico y estético tan propio de Bruckner fue perfectamente conseguido por el director, generándose en su figura todo un ejemplo plástico de encontradas y acentuadas tensiones que venían a contraponerse a motivos de una serenidad y sencillez sonora sublimes, que dejaban constancia, por la belleza de las sonoridades conseguidas, del arduo trabajo realizado en los ensayos llevando las matizaciones a ese particular extremo de precisión que exige la ejecución de la música de cámara.

   Este aspecto, muy cuidado por el maestro Domínguez-Nieto, no hizo sino favorecer la claridad y la lógica construcción que contiene la obra en cada uno de sus cuatro monumentales movimientos, que sonaron desde el respeto e identificación que siente este director por sus proporciones que, pese a las pausas que sostuvo entre ellos, no faltó en momento alguno ese sentido de conjunto que ha de tener esta sinfonía, haciendo que su esquemática armónica tuviera ese protagonismo que desea el compositor,  realidad que estuvo siempre sustentada en un magnífico ejercicio del rico arte de la modulación, del que Bruckner era un maestro consumado y que el director supo implementar con un cuido especial de las conexiones de terceras como medio donde se producían las imponentes asociaciones armónicas que crea este compositor. Para lograr esta esencialidad bruckneriana, Domínguez-Nieto cuidó la tímbrica orquestal hasta el límite de las capacidades del gran instrumento que tenía delante, que se percibían enriquecidas por el entusiasmo de los componentes de la Orquesta Joven de Córdoba y la experiencia de los veteranos de la plantilla de la OC, lográndose así un más que interesante equilibrio sonoro, como el ofrecido en el solemne Adagio, en el que el director destapó las mejores esencias de la musicalidad bruckneriana.

   Con este concierto la Orquesta de Córdoba ha logrado uno de los hitos de su historia, confirmándose, después de haber dirigido anteriormente la mayor parte del gran repertorio orquestal de este compositor, la calidad de su titular como insigne traductor de una de las grandes figuras del sinfonismo romántico. Sólo queda esperar lo siga programando en su repertorio de motivo religioso con dos obras sustanciales de este específico catálogo como son su famoso Te Deum y la Tercera misa en fa menor, a realizar, de ser posible en ese singular e ideal escenario sagrado cual es la Mezquita-Catedral de Córdoba.

Foto: Orquesta de Córdoba

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