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Crítica: «Carmen» en la temporada de la Orquesta y Coro de Radiotelevisión española

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Autor: Raúl Chamorro Mena
25 de mayo de 2022

Pablo González dirige la ópera Carmen en versión de concierto dentro de la temporada de la Orquesta y Coro de Radiotelevisión Española

«Carmen» de Bizet en el Teatro Monumental

Una Carmen envuelta en decibelios

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 21-V-2022, Teatro Monumental Cinema. Temporada Orquesta y coro de Radiotelevisión española. Carmen (Georges Bizet). Ketevan Kemoklidze (Carmen), Dmytro Popov (Don José), María José Moreno (Micaela), Kyle Ketelsen (Escamillo), Sofía Esparza (Frasquita), Inés Moraleda (Mercedes), César San Martín (Dancaire), Néstor Galván (El Remendado), Isaac Galán (Morales), Vicente Martínez (Zúñiga). Coro infantil Sinan Kay, Lara Diloy directora. Orquesta Sinfónica y coro de RTVE. Director del coro: Marco Antonio García de la Paz. Dirección musical: Pablo González. Dirección de escena: Ángel Ojea. Versión semiescenificada. 

   La ópera Carmen, una obra maestra absoluta del teatro lírico y que forma parte de ese selecto número de títulos que transcienden al género operístico, tardó en imponerse en su Francia natal después de su estreno parisino –Opera-comique- de 1875. Sin embargo, en su traducción italiana fue un éxito arrollador en la península, revelándose como una obra clave para la implantación y asentamiento en Italia del llamado género verista-naturalista con la cruda “lucha de sexos” que consagra y que sustituía a la «lucha entre el bien y el mal», base de la ópera romántica. 

   El impacto en la sociedad burguesa del último cuarto del siglo XIX de esa mujer indómita, «que vive libre y libre morirá», independiente, que desprende un erotismo salvaje y halo de femme fatale fue enorme. El exotismo tan de moda en la Europa de la época se plasma en la raza gitana de esa mujer emancipada e ingobernable y en la ambientación española, pues lo español ejercía gran influencia en los salones parisinos de la segunda mitad del siglo XIX, además de considerarse un marco exótico, singular, uno de los elementos propios de la Opéra-comique, género al que pertenece Carmen en su origen. 

   Afortunadamente y a diferencia de la fría versión concierto «pura y dura» que vimos recientemente en la Siberia de Giordano del Teatro Real o de las anteriores óperas -las puccinianas Edgar, Le Villi y La Rondine- ofrecidas en la temporada de la Orquesta y coro de RTVE, se ofreció una versión escenificada en la que se habilitó un espacio entre la orquesta y el coro donde los artistas, además de disfrutar una mejor acústica que colocados en la parte delantera del escenario con la orquesta detrás, pudieron interactuar y desarrollar un movimiento escénico, siquiera somero, pero indudablemente eficaz y totalmente válido, bajo la dirección de Ángel Ojea. Se interpretó la versión original despojada de los recitativos musicados por Ernest Guiraud y con diálogos abreviados.

   En la encarnación de la protagonista asumida por la georgiana Ketevan Kemoklidze hay que diferenciar el aspecto vocal -discutible- del interpretativo - más interesante. Lo primero que se pone de manifiesto es la emisión retrasada y desigual de la cantante nacida en Tiflis, con un sonido deshilvanado, sin fusión entre registros. Un grave desguarnecido, franja en la que la Kemoklidze exagera y carga constantemente en el pecho en la búsqueda de resonancia, un centro opaco y sin armar, junto a un agudo que gana algo de brillo. La línea de canto de la Kemoklidze carece de clase y resulta ajena al estilo de canto francés, por lo que se salva en los momentos más dramáticos, gracias a unos acentos vibrantes y una indudable implicación e intensidad dramática. Todo ello conecta con la faceta escénica de su Carmen, pues compone un personaje plausible, temperamental, con el carácter bravío y la sensualidad que se requiere, así como la apropiada implicación dramática, bordeando en algún momento el exceso, pero con la suficiente habilidad para evitarlo. 

   Escaso de estilo y avaro de sutilezas se mostró también el tenor ucraniano Dmytro Popov, al que no se puede negar cierta entidad a su material, sonoro, pero nada bello y sin liberar -no hay una nota sul fiato-, con algunos agudos apreciables -bien que atacados «por las bravas»- así como su gran entrega y arrebato, por lo que conectó con la importante tradición de los Don José italianos y españoles, por incandescencia y acentos apasionados, no por escuela de canto, obviamente. Fuera de juego en las bellísimas, muy líricas, frases del dúo con Micaela del primer acto, Popov salvó el aria de la flor por entrega y ardor, más que por línea canora, aunque debe valorarse el ataque en pianissimo, en misto, del si bemol agudo que culmina la frase «J'étais une chose à toi» al final de la justamente famosa aria. Más en su salsa, entregado, vigoroso y vehemente de acentos y superando la escritura dramática en el tercer acto, tanto en su enfrentamiento con Escamillo como en el final del acto con ese exaltado «Ah!, je te tiens, fille damnée!». Tanto Popov como Kemoklidze garantizaron el voltaje dramático del dúo final, aunque sobró el extraño y antimusical agudo, más bien alarido, que el tenor ucraniano se inventó después de su última frase y antes del último acorde orquestal. Popov salió a saludar al final de la ópera envuelto en la bandera de Ucrania ante las ovaciones del público. 

   El genuino canto francés, su pureza estilística, estuvo presente en la magnífica Micaela de la soprano María José Moreno. Desde su aparición al comienzo de la ópera, brillaron la impecable colocación, el sonido proyectado y ortodoxamente apoyado sobre el aire, así como un timbre sano, juvenil y luminoso. Micaela representa la mujer sumisa y abnegada propia de la sociedad burguesa, que contrasta con la indómita, liberada y voluble Carmen, pero es cualquier cosa menos gazmoña y mojigata. Es valiente, pues se marcha a las montañas llenas de bandoleros y contrabandistas a buscar a su amado. La Micaela de la Moreno se ajustó perfectamente a las premisas citadas y su determinación brilló a la altura de sus agudos, rutilantes, de gran penetración tímbrica y su refinadísima línea de canto, que pudo apreciarse en todo su esplendor en la hermosísima aria «Je dis que rien ne m’epouvante». Que María José Moreno, que además de esta magnífica interpretación, acaba de obtener un gran triunfo en el Teatro Real como Condesa en unas Bodas de Figaro en las que ha sido la mejor y así lo ha valorado el público, no esté presente en las temporadas de los teatros españoles es una prueba clara de la situación actual de la lírica. Los tejemanejes de agentes, los aspectos extramusicales, unas veces y otras, los gustos particulares y normalmente errados de unos señores que regentan teatros y se olvidan de que manejan dinero público, se imponen lamentablemente a las genuinas calidades artísticas. 


«Que María José Moreno no esté presente en las temporadas de los teatros españoles es una prueba clara de la situación actual de la lírica. Los tejemanejes de agentes, los aspectos extramusicales, unas veces y otras, los gustos particulares y normalmente errados de unos señores que regentan teatros y se olvidan de que manejan dinero público, se imponen lamentablemente a las genuinas calidades artísticas»

   Arrogante y engreído, desafiante y fatuo, como todo Escamillo que se precie, resultó Kyle Ketelsen como el «Torero de Granada». En lo vocal destacaron los acentos intencionados sobre un timbre sonoro, pero irregularmente emitido y cierta rudeza en su canto, lo que se reveló particularmente en su lírico dúo con Carmen del cuarto acto. Sus famosos couplets de salida, expuestos con arrojo, fueron muy aplaudidos.

   Cumplieron todos los secundarios con acreditada profesionalidad e implicación teatral, pero es justo destacar a Sofía Esparza, que dotó a Frasquita de timbre juvenil y agudos luminosos. Más floja Inés Moraleda de timbre opaco y pobretón. La pareja de contrabandistas Dancairo y Remendado encontraron en César San Martín y Néstor Galván unos intérpretes adecuados en lo escénico y correctos en lo vocal, incluida una buena intervención en ese magnífico quinteto, genuino de opera-comique, del segundo acto. Un tanto avaro de acentos, pero musical, el Morales de Isaac Galán y cumplidor, a pesar del engolamiento, el Zúñiga de Vicente Martínez.

   Desde la obertura pudo apreciarse el exceso de decibelios que presidió la dirección musical de Pablo González. Dentro del planteamiento de trazo grueso de la batuta, sin gama dinámica ni matices, la orquesta de RTVE sonó aceptablemente bien conforme a su acreditado nivel. El constante forte y mezzo forte, la martilleante espiral de decibelios terminan abrumando al oído y resultan tan contraproducentes como el pulso enérgico convencional y uniforme, que debe contrastarse para no comprometer la verdadera tensión teatral y progresión narrativa. El resultado es duro cemento en lugar de un noble material moldeable, además de quedarnos sin las sutilezas de la orquestación de Bizet y sin el refinamiento y los nuances propios de la música francesa. El coro, en la misma línea, mostró aparato sonoro, sin flexibilidad ni gama dinámica, en un forte constante. Buena actuación del coro de niños Sinan Kay, bien nutrido y con abrumadora mayoría femenina. 

Foto: Facebook OCRTVE

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