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CD: Daniel Barenboim 'On my new piano' (Deutsche Grammophon)

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Autor: F. Jaime Pantín
17 de enero de 2017

"El tiempo hablará sobre el recorrido de un instrumento cuya comercialización parece altamente improbable y puede que todo quede en un intento fallido de recuperar sonoridades olvidadas, pero si alguien puede hacerlo posible, será Barenboim".

ON MY NEW PIANO

   Por F. Jaime Pantín
Daniel Barenboim. On my new piano. Obras de Sacarlatti, Beethoven, Chopin y Wagner- Liszt. Deutsche Gramophon 2016.

   Con este título presenta Daniel Barenboim su última grabación para el sello Deutsche Gramophon, grabación realizada en el nuevo piano que lleva su apellido y que contiene obras aparentemente inéditas en su extensa discografía.

   El retorno al sistema de cuerdas paralelas y su supuesta ventaja en términos de claridad y riqueza tímbrica, parece constituir la esencia de este nuevo instrumento que, diseñado por el constructor y restaurador de pianos históricos Chris Maene con la supervisión técnica de Steinway, ha visto la luz en 2015. La idea no es nueva y ya han pasado 20 años desde que Stephen Paulello comenzó a construir de manera artesanal en su taller de Villethierry pianos con las cuerdas paralelas, en un intento de resucitar el timbre de los antiguos Erard o Pleyel que tanto fascinó a Liszt o a Chopin, al margen de otros prototipos que el constructor y pianista desarrolló posteriormente, como su famoso piano de 102 teclas.

   En varias entrevistas se refiere Barenboim a la necesidad que sintió de buscar una sonoridad diferente a la del Steinway D, piano que le ha acompañado durante 60 años en la mayoría de sus recitales y en todas sus grabaciones, el piano que en definitiva prefieren la inmensa mayoría de los pianistas, por lo que su presencia se ha impuesto de manera masiva en la práctica totalidad de las salas de concierto de relevancia en todo el mundo. Piano de calidad incontestable, el Steinway ha ejercido una hegemonía tiránica sobre el resto de los pianos. No importa que los Steingraeber & Söhne o los Fazzioli -pianos más artesanales y costosos- puedan tener más calidad o que los modelos de alta gama de Yamaha o Shigeru Kawai funcionen mejor. Los pianistas siempre exigirán un Steinway en la sala y el resto de los pianos -algunos excelentes- quedarán relegados a un papel testimonial.

   No cabe duda de que esto ha podido contribuir –aparte de otros aspectos mucho más determinantes- a esa cierta uniformidad que se observa en la interpretación pianística en la actualidad y  hace ya casi 25 años que András Schiff elegía para la grabación de su integral de las sonatas de Schubert un Bösendorfer Imperial reflexionando que en nuestros días casi todos los oyentes y críticos asocian la sonoridad del piano con el sonido Steinway, cuando existen otras sonoridades al margen de ese excelente pero objetivo piano.

   Lo cierto es que en bastante más de 100 años el piano ha cambiado muy poco en su construcción, al margen de innovaciones más o menos exóticas que periódicamente se presentan sin que su interés trascienda de lo puramente anecdótico (el año pasado, por ejemplo, se presentó el Bogányi, un piano con aspecto de Lamborghini que venía a recordar al famoso Pleyel Peugeot de 2012) e incluso son muchos los pianistas que aseguran que los pianos que en la actualidad se construyen no alcanzan la calidad de los de unas décadas atrás. En todo caso, el Maene-Baremboim es un hermoso instrumento cuyas cualidades habría que valorar de manera directa y no a través de una grabación que, aunque excelente en este caso, está sometida a complejos procesos de manipulación. Incluso sería interesante comprobar su rendimiento con una gran orquesta sinfónica, verdadera prueba de fuego para cualquier instrumento.

   Por lo que en el disco se aprecia, estamos ante un buen piano, excelentemente preparado, con un notorio equilibrio en las distintas tesituras, dúctil y sensible y que mantiene una notable calidad de sonido en los registros dinámicos medios. Se percibe cierta tendencia a la estridencia y a la distorsión en las dinámicas más altas y el piano no soporta de manera satisfactoria ciertos ataques muy directos e incisivos que Barenboim utiliza con frecuencia.

   La tan valorada claridad en el registro grave que  suele atribuirse a este tipo de instrumento es perceptible, si bien no supera la de un buen piano convencional, echándose en falta sin embargo una mayor densidad y profundidad en los bajos en muchos momentos de la grabación. El propio Barenboim habla de la dificultad específica que este piano presenta en lo relativo al control del sonido y a la técnica del pedal de resonancia, algo que se percibe claramente en el disco. Las transiciones dinámicas al forte resultan sorprendentemente bruscas cuando quien toca es todo un maestro del control del sonido como el pianista argentino, y la pedalización resulta confusa en muchos momentos, percibiéndose la intención de utilizar frecuentemente el pedal de manera simultánea al ataque, a veces de manera violenta y ruidosa, algo realmente extraño a la manera habitual de tocar de Baremboim quien, al margen de su fascinación por el nuevo instrumento, no parece estar, de momento, muy cómodo con él. Parece claro que el Maene es un piano diferente que plantea nuevos retos al pianista y éste  necesita una mayor adaptación técnica para desarrollar todas sus posibilidades.

   El repertorio elegido por Barenboim, Scarlatti, Beethoven, Chopin y Liszt, recorre un variado espectro de posibilidades sonoras, aunque resulta incompleto para valorar todos los registros del instrumento. Se echa en falta música de Bach, de Brahms y del Impresionismo francés para obtener una valoración más precisa.

   Las tres sonatas de Scarlatti se exponen desde un prisma contemplativo y preciosista. Tempi moderados en general y sonido de gran belleza. Quizás es el momento del disco en el que el piano suena mejor y así en la sonata K159 que abre la grabación nos impresionan los bajos aterciopelados y la ductilidad del instrumento en una interpretación que combina la frescura de un sonido plateado con un trasfondo de tintes melancólicos. La transparencia de unos trinos impecables, en los que el pianista parece recrearse, protagonizan una sonata K 9 en la que Barenboim presenta una pastoral preciosista, plena de romanticismo, evocadora y melancólica en la que el lamento parece prevalecer sobre la danza, cerrándose el ciclo con una Sonata K 380, cuya relativa marcialidad aparece atenuada, en una visión introspectiva que parece tener continuidad en las 32 Variaciones en do menor WoO 80 de Beethoven, cuya potencia dramática es notablemente soslayada, centrando el pianista su trabajo en  las dinámicas medias y eludiendo así los contrastes en una obra que, en su brevedad, supone un auténtico muestrario de los recursos pianísticos beethovenianos y en la que el piano muestra potencia insuficiente en los registros graves, algo que también pudiera observarse en la Balada op.23 de Chopin, donde se echa de menos una mayor densidad armónica en una versión contemplativa, con tempi muy moderados en las secciones líricas, algo falta de plenitud en los fragmentos expansivos,  pedales muy largos y en la que el piano parece ahogarse por momentos.

   Tres obras de Liszt cierran el recital. Parecen elegidas para mostrar las posibilidades del piano en una escritura de marcado carácter orquestal, con un evidente protagonismo de los registros graves, al menos en las dos primeras obras.

   Los efectos de campanas y timbales del comienzo de Funerales (de Armonías Poéticas y Religiosas) suenan con notable claridad -aunque no superior a la que Jorge Bolet obtenía con su Baldwin, por ejemplo- al contrario que la famosa cabalgada de octavas de la sección central, que suena confusa y técnicamente forzada.

   El Mephisto Vals nº 1 que culmina el disco tampoco suena con la claridad acostumbrada, en una versión algo confusa y falta de nervio en la que la cabeza va por delante de los dedos en una concepción intensa y dramática a la que en esta ocasión no acompaña el virtuosismo.

   Dada la expectación mediática creada en torno a este nuevo piano, el resultado no puede considerarse satisfactorio. El tiempo hablará sobre el recorrido de un instrumento cuya comercialización parece altamente improbable y puede que todo quede en un intento fallido de recuperar sonoridades olvidadas, pero si alguien puede  hacerlo posible, será Barenboim.

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