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Crítica: Cecilia Bartoli en el Teatro Real

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Autor: Raúl Chamorro Mena
3 de noviembre de 2022

Recital de la mezzo Cecilia Bartoli en el Teatro Real de Madrid acompañada de Les Musiciens du Prince-Monaco

Cecilia Bartoli en el Teatro Real de Madrid

Show de la Bartoli

Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 1-XI-2022, Teatro Real. Concierto Cecilia Bartoli. «Farinelli y su tiempo». Obras de Georg Friedrich Händel, Nicola Porpora, Johann Adolf Hasse, Georg Philip Telemann, Antonio Vilvaldi, Agostino Steffani y Ernesto de Curtis. Nicolás Payan, actor-bailarín. Les Musiciens du Prince-Monaco. Director: Gianluca Capuano. 

   Efectivamente, un show, una exhibición de «Bartolismo» en lo que podríamos llamar una «experiencia global», pero eso sí, con un programa muy bello y magníficos músicos, ella también lo es, por supuesto, como el conjunto barroco Les Musiciens du Prince-Monaco y una espléndida sucesión de solistas instrumentales. 

   Después de 30 años de carrera y muchos en el estrellato, Cecilia Bartoli se ha ganado una posición en la que puede hacer, prácticamente, lo que quiera. Recuerdo su exitoso debut en Madrid, Auditorio Nacional, allá por 1991, con apenas 25 años y aún lejos de la fama que vino después. La voz de mezzo acuto, justa de volumen, pero atractiva y con mucho más brillo y timbre que hoy día, se centraba en esos primeros pasos en Mozart y Rossini. Posteriormente, se convirtió en un adalid del renacimiento del repertorio barroco, en el que ha realizado toda una labor de investigación musicológica, sacando a la luz muchas obras y compositores olvidados, con la publicación de espléndidos discos, impecablemente editados y presentados, con abundante documentación y magníficos textos acompañatorios. Muy despierta e inteligente, la Bartoli ha reducido sus representaciones operísticas a teatros muy concretos, de reducidas dimensiones y con orquestas y directores de su elección y a su servicio. Sin embargo, se ha centrado en recitales, a los que ha intentado dotar siempre de temáticas o dedicatorias a compositores o cantantes legendarios, apoyados en su indudable personalidad y que causan furor a sus numerosos fans. 

   En esta su cuarta comparecencia en el Teatro Real, la Bartoli dedicó su espectáculo, ya ofrecido en Barcelona y previsto para el jueves en Valencia, al mítico castrato Carlo Broschi "Farinelli" , de tan importante conexión con España, donde permaneció casi 25 años aliviando con su arte las depresiones al Rey Felipe V, que además de hacerle rico, llegó a nombrarle primer ministro. Se subraya la denominación «espectáculo», pues el concierto contenía una cierta dramaturgia con elementos escénicos, como la mesa y espejo de un camerino y el perchero con los trajes –pues la cantante romana lució variados atuendos según el pasaje a interpretar- concurriendo abundante improvisación e interactuación con los instrumentistas. Asimismo, proyecciones de hermosas pinturas en el fondo del escenario nos conectaban con las bellas escenografías de «la fantasia della meraviglia», que constituye la esencia de la ópera barroca. No faltaron momentos discutibles y excesos, pero, como ya se ha subrayado, estamos ante una estrella lírica carismática, con asentadas trayectoria y personalidad y numerosos seguidores, que se puede permitir casi todo en sus conciertos y recitales. 

   Händel fue el compositor más interpretado del evento, que comenzó con la obertura de su ópera de 1711 Rinaldo y continuó con la espléndida aria –con oboe obbligato- de Aci «Lusingato dalla speme» de la ópera de Nicola Porpora Polifemo (Londres, 1735), que reunió en su estreno, nada menos, que a los legendarios castrati Farinelli y Senesino, además de la excelsa soprano Francesca Cuzzoni. La Bartoli realizó una entrada de gran efecto, con una doble messa di voce mantenida durante interminables segundos. Transcurrido el efecto, pudo apreciarse una emisión retrasada, limitada de proyección, muy escasos timbre y brillo, con un centro hueco y sordo y una franja aguda que ya no comparece. Por supuesto, permanecen la musicalidad, el dominio del legato y el buen gusto de la cantante romana, que brillaron especialmente en la gema «Lascia la spina» del oratorio de 1707 Il trionfo del tempo e del Disinganno también de Händel, más conocida por su versión -misma música, distinto texto- como aria de Almirena «Lascia chìo pianga» de Rinaldo.

   La Bartoli demostró su inteligencia incluyendo este hit en su concierto –el público demostró sonoramente que era la pieza más famosa- e interpretándola con exquisitez y contenida expresión, consiguiendo un efecto de suspensión temporal y las correspondientes ovaciones del público. Les Musiciens du Prince-Monaco bajo la dirección de Gianluca Capuano volvieron a lucir su sonido refinado, transparente y aquilatado en la Sinfonia de Marc’Antonio e Cleopatara de Hasse, adecuado pórtico a una de las inspiradísimas arias que canta Cleopatra en la cumbre Handeliana Giulio Cesare in Egitto (Londres, 1724), la espléndida «V’adoro pupille», bien delineada, cómo no, por la Bartoli, pero con un sonido demasiado pobre tímbricamente y falta de sensualidad en la expresión. Thibaud Robinne se lució en el muy exigente concierto para trompeta de Telemann y acompañó, a continuación, junto al oboe de Pier Luigi Fabretti, que ya se había lucido en el aria de Polifemo, en el aria de bravura «Desterò dall’empia Dite» de otra ópera de Händel, Amadigi di Gaula (Londres, 1715). La pieza se planteó como un duelo entre oboe y trompeta, espléndidos ambos solistas, en el que terció la Bartoli. Llevaba años sin escucharla en vivo, pero siempre recordaba esas volate interminables, genuina exhibición de coloratura rápida, un tanto espasmódica, si se quiere, pero impactante. Por ello, esperaba este fragmento con interés y me decepcionó encontrarme con una coloratura ya más limitada, correcta, pero lejos de esas impactantes roulades de semicorcheas, en la que se oía cada nota durante larguísimos fiati, así como precisos staccati. Una de las habilidades de un artista es saber encauzar y disimular su declive y, desde luego, la Bartoli demostró saber hacerlo. 

   Ahora, la cantante romana se centra en las arias lentas para lucir su buen gusto canoro y canto legato, con capacidad todavía para ofrecer notas mórbidas. Así ocurrió en la bellísima aria, con flauta obligada –brillante Jean-Marc Goujon- «Sol da te mi dolce amore» de Orlando furioso de Antonio Vivaldi. 

   Finalmente en «Augelletti che cantate» de Rinaldo, la Bartoli enarboló un pajarito de atrezzo, concurrió una buena prestación por parte de Goujon con el flautín o flauta-piccolo, así como gestos y risas, más que canto por parte de la protagonista del concierto, siempre con la sensación de que uno escucha un sonido que proviene de una lejana habitación con dos o tres puertas por medio. El chelo solista de Marco Frezzato brilló en «What Passion cannot music raise and quell» de la Ode for St. Cecilia’s day con la que se cerró el programa oficial. 

   El capítulo propinas, anunciadas por la propia Bartoli con su innegable comunicatividad y sonrisa cómplice, se abrió con el aria «A facile vittoria» de la ópera de Agostino Steffani, Tassilone (Düsseldorf, 1709), en la que pudo escucharse alguna muestra de la coloratura actual de la cantante romana, otrora deslumbrante y arrolladora, en una pieza que derivó en una improvisación jazzística por parte de trompeta y orquesta y con la Bartoli cantando «Summertime» de Porgy and Bess de George Gershwin. A continuación, se ofreció una amaneradísima versión, por parte de la mezzo romana y la orquesta -con un arreglo estrambótico- de la canzone Non ti scordar di me de Ernesto de Curtis.  Una última pieza con la Bartoli vestida de rojo fuego con bata de cola y plumas de cabaret puso fin al «espectáculo variado» o «experiencia global» que protagonizó en su regreso al Teatro Real.

Foto: Kristina Schuller / Decca

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