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Crítica: Christian Gerhaher en el Ciclo de Lied del CNDM

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Autor: Óscar del Saz
31 de enero de 2024

Crítica del recital ofrecido por el barítono Christian Gerhaher en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]

Christian Gerhaher en el Ciclo de Lied del CNDM

Dos recitales en uno

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 29-I-2024. Teatro de la Zarzuela. XXX Ciclo de Lied del Centro Nacional de Difusión Musical [CNDM]. Recital 5. Obras de Gabriel Fauré (1845-1924), Piotr Ilich Chaikovski (1840-1893), Frederic Chopin (1810-1849), Pavel Haas (1899-1944) y Hector Berlioz (1803-1869). Christian Gerhaher, barítono; Gerold Huber, piano.

   Atendemos en esta velada, como cada edición del Ciclo de Lied, a un nuevo recital del barítono alemán Christian Gerhaher (1969) y su habitual y estupendo acompañante, el pianista Gerold Huber (1969), que se enfrentan siempre como «Una Sola Ánima» al repertorio diseñado. Observamos con cierto asombro la densidad de la agenda de nuestro barítono, que es capaz de atender hasta 30 recitales -con muy distintos programas- de aquí a mediados de mayo, incluyendo además ópera (Parsifal), oratorio (Un réquiem alemán, de Brahms) y Lieder múltiples.

   De París a Moscú pasando por Varsovia. El recital se abrió con siete melodías de Gabriel Fauré. También en la primera parte, se barajaron seis canciones del ruso Piotr Ilich Chaikovski con tres mazurcas de Chopin (las número 13, 21 y 28), a modo de balsámicos y/o vibrantes interludios pianísticos. En la segunda parte se interpretaron las Cuatro canciones sobre poesía china (1944), de Pavel Haas, compuestas en el campo de concentración de Terezín -cerca de Praga-, poco antes de que su creador fuese gaseado en Auschwitz. Tras la Balada n.º 4 en fa menor de Chopin, como nuevo y -quizá demasiado extenso- interludio, el programa se completó con el raramente ejercitado ciclo Les nuits d’été, de Hector Berlioz, compuesto por seis canciones, con la consabida temática del amor perdido, aunque éste nunca deje de existir.

   Bien es cierto, que a pesar del cambio idiomático -francés, ruso, checo, francés-, en esta ocasión debemos señalar que Gerhaher eligió un programa demasiado monotemático, sin alternancias en cuanto a los muy parejos caracteres de las canciones elegidas, lo que llevó a una acusada y tediosa «inmovilidad sentimental» de su recital. Curioso es que él mismo cite al gran director Otto Klemperer cuando argumenta que en la música, en el canto, «Hace falta emocionalidad, pero no sentimentalidad». A nuestro juicio, en este recital, Gerhaher se contradijo a sí mismo, resultando finalmente un recital excesivamente pesaroso, cargado de giros sentimentaloides, abundamiento en el afectamiento en el canto y una actitud comunicativa para llegar al escuchante, alicortada. Además, el artista estuvo -en muchos casos- demasiado dependiente de la partitura.  

Christian Gerhaher y erold Huber  en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del CNDM

   Es obvio, aun así, que lo que comentamos se encuadra dentro del excelente nivel del que es capaz alcanzar este artista, que juega con la maestría del manejo de la voz con respecto a los textos, solventando múltiples dificultades musicales y técnicas -aquí también involucramos el magnífico quehacer de Huber-, con impecable dicción y proyección, donde su maestría queda fuera de toda duda en el fraseo y en el legato. La voz resultó siempre fresca y bien proyectada, aunque demasiado atenorada, sobre todo en el repertorio francés donde mostró un excesivo clareo vocal no enfocado realmente al colorismo -como debiera-, abusando en la dinámica de los fortes súbitos agudos -sobre todo en los finales-, que no resultaron procedentes en muchos de los casos. Su falsettone –utilizado como recurso expresivo– enmascaró artificialmente una emisión de verdadero color de barítono que el artista sí posee, pero que sólo mostró en el repertorio ruso y parcialmente en el checo.

   Notabilísima fue la interpretación de Notre amour [Nuestro amor], de Fauré, con poemas de Armand Silvestre (1837-1901), en una versión un poco más rápida de lo que a nosotros nos gusta, pero con la dificultad -mayor para un barítono- de tener que rampar de forma incremental, y sin que se noten los cambios en la emisión, hacia los agudos finales sin que se pierda el romanticismo y uno se coordine con la elegancia inflamada de Huber en el piano, que lo impregna todo, entre lo liviano, lo encantador, lo sagrado, lo infinito o lo eterno.   

   El universo de Chaikovski, no es precisamente conocido por sus creaciones para el Lied. Varias de ellas se ofrecieron como primicia en este Ciclo de Lied. En las canciones seleccionadas, prevalece el desengaño amoroso, la incomunicación y la melancolía. Destacamos sobremanera la Canción de cuna, del poeta Apolón Nikoláievich Máikov (1821-1897), cincelada con bello comedimiento y plácida armonía, dotadas por las tres singulares niñeras de las que habla la canción: el viento, el águila y el sol. 

   Como se ha comentado, durante la primera parte del recital se interpretaron por parte del magnífico pianista Gerold Huber las tres mazurcas de Chopin reseñadas, muy bien reflejadas en su contraste de sencillez-complejidad técnicas. Quizá él eligió el orden en función de una creciente complejidad técnica, demostrando virtuosismo en la digitación y uso del pedalier, y acertó profundamente con la magia intrínseca que alberga toda mazurca que se precie. En la segunda parte, la Balada n.º 4 de Chopin constituyó el largo interludio -unos 12 minutos-, cuya dificultad radica en mostrar de forma transparente una atmosfera hipnótica que se va complejizando para terminar descargando todo su alto voltaje.

Christian Gerhaher y erold Huber  en el Teatro de la Zarzuela, dentro del Ciclo de Lied del CNDM

   Muy adecuados estuvieron los enfoques del material propuesto del checo Pavel Haas, el alumno más aventajado de Leos Janacek (1854-1928), con poemas del arcaico noble chino Wei Jing-Wu (737-792). Para los que no conozcan estás canciones, recomendamos fervientemente su escucha: Por cuenta del binomio Gerhaher-Huber, Oí gansos salvajes, resultó inquietante esa extraña interválica que atesora; En el bosque de bambú, se imprimió muy adecuadamente un carácter rítmicamente cómico; Lejos la luna es el hogar, albergó una ambientación gravemente temerosa; y Noche de insomnio, reflejó trazas esperanzadas, como si el músico visualizara poder volver a la vida habitual. Pero no pudo ser…

   El tramo del recital, el dedicado a Berlioz, debió resultar arduo al escuchante no habituado a las temáticas excesivamente bucólicas que rezuman de los textos del poeta Théophile Gautier (1811-1872), amigo del compositor, en torno al desencanto amoroso. De las cinco, resaltamos la tercera, En las lagunas [Sur les legunes], de profunda densidad mortuoria en torno al óbito de la amiga. También la última, La isla desconocida [L’ile inconnue], o alegre invitación a una joven para visitar bellos lugares. En todas ellas, confesamos que nos gustó más Huber que Gerhaher.  

   Con un lleno absoluto en el Teatro de la Zarzuela, ambos artistas fueron vitoreados, tanto al finalizar la primera parte como -aún más- en la conclusión del concierto. Ninguna propina fue necesaria para redondear más su triunfo. Y nosotros, contentos, porque al final disfrutamos de dos recitales por el precio de uno. El Ciclo de Lied continúa en todo lo alto, esperando la nueva visita de uno de los fijos de cada año, Matthias Goerne.

Fotos: Rafa Martín / CNDM

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