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Crítica: Recital de Christian Gerhaher en el «Ciclo de Lied» del Teatro de la Zarzuela

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Autor: Óscar del Saz
10 de febrero de 2021

Un recital «cajita de música»

Por Óscar del Saz | @oskargs
Madrid. 8-II-2021. Teatro de la Zarzuela. XXVII Ciclo de Lied, coproducido por el CNDM y Teatro de la Zarzuela. Recital 6. Robert Schumann (1810-1856), Claude Debussy (1862-1918). Christian Gerhaher (barítono), Gerold Huber (piano).

   El ya afamado barítono Christian Gerhaher vuelve a visitar el Ciclo de Lied del Teatro de la Zarzuela, coproducido por el CNDM, acompañado por su pianista habitual Gerold Huber, del cual siempre habremos de escribir adjetivos para el ensalce de su excelente quehacer. Ambos serán los protagonistas de una pequeña gira española, que recalará en Valencia, Palau de Les Arts (12 de febrero), y en el Teatro Arriaga de Bilbao (10 de febrero), ambas con el mismo programa que nos ocupa hoy.

   En el diseño del mismo, se intercala a Schumann (20 canciones) y a Debussy (6 canciones), para que comprobemos que el buen cantante de Lied no debe tener cortapisas que le circunscriban sólo al Lied alemán, sino que puede -y debe- peregrinar por estilos muy distintos de concebir la canción -tanto por la temática (que no siempre ha de ser romántica) como por el tipo de textos/poetas seleccionados-, sin olvidar que los estilos interpretativos deben ser diferentes y eso se debe notar en el recital.  En concreto, las obras ofrecidas fueron Sechs Gesänge, op. 107; Trois chansons de France; Lieder und Gesänge op. 96; Sechs Gesänge, op. 89;  Trois poèmes, de Stéphane Mallarmé; Lieder und Gesänge, op. 83, que fueron engranadas en este orden, sin solución de continuidad, con gran virtuosismo por ambos intérpretes.


   La comentada diferenciación estilística -sobre todo por el colorismo francés del que es necesario dotar a la música de Debussy-, se hizo mucho más patente en el piano -admirable, Huber- que en la voz, pues el instrumento de Gerhaher es menos potente cuando ha de desplegar una emisión más coloreada. La asimilación de los sonidos a los colores para pintar enigmáticas escenas naturales en La Grotte [La Cueva] o psicológicas Rondel I y II (“El placer ha muerto…”, se dice en esta última) quedó, por tanto, dibujada de forma asimétrica por el binomio Gerhaher-Huber. Bastante mejor en la segunda sección de Debussy, hacia el final del recital, ya que entendemos que los versos de Mallarmé (1842-1898), dado su declarado simbolismo -por antítesis del naturalismo y el realismo- se prestan más -musicados por Debussy- a un canto más ensoñado y sublimado que Gerhaher sí supo conferir, como en la cálida Soupir [Suspiro], en la enrevesada y aguda Placet futile o en la evocadora Éventail [Abanico].

   Además del Debussy comentado, que sirvió para recalar en pequeñas islas para «colorear los sonidos», la singladura principal estuvo conformada por distintos -y ya mencionados- Lieder de la última etapa de Schumann, todos ellos de muy distinta temática, sin abandonar el imaginario romántico al uso. Curioso es que contemplando el amplio corpus de música vocal Schumanniana, de casi 60 Opus de Lieder, uno se dé cuenta de que en poco más de diez años -los comprendidos entre 1840 y 1853- se concentrara en el genio de Sajonia la década más esplendorosamente romántica de su catálogo para voz, que coincide, obviamente, con el revulsivo anímico de su enamoramiento de Clara Wieck (Schumann).

   Desde luego, Schumann le va como un guante a nuestro barítono, y así lo demostró en todos los Lied que abordó. Y, desde luego, lo pendiente que estuvo Huber silabeando desde el piano los textos que Gerhaher cantaba da evidentes muestras de que con pianistas así es un lujo cantar este repertorio, contando además con que en Schumann el instrumento pianístico debe implicarse más en la interpretación conjunta, simbiótica, dando como resultado una malla sonora voz-piano que llegue y transmita la emoción -de forma sinergiada- al escuchante.


   De Sechs Gesänge, op. 107 destacamos las dos centrales: Der Gärtner [El jardinero] y
Die Spinnerin [La ruleta]: en la primera, por la buena factura de los ecos que el cantante hizo visibles en las dinámicas aplicadas, y en la segunda porque la aportación del piano de Huber nos trascendió de forma hipnótica. En Lieder und Gesänge op. 96, nos complacieron la bellísima Ihre Stimme [Su voz] y -la tempestuosamente ejecutada al piano- Gesungen! [¡Cantado!]. Ya en la sección de Sechs Gesänge, op. 89, podríamos destacar la excelente interpretación de casi todas, pero nos quedamos con la admirablemente fraseada Heimliches Verschwinden [Desaparición secreta], la muy compleja para piano y voz Ins Freie [Al aire libre] y la ‘bailable’, con sonido de «caja de música» al fondo, Röselein, Röselein!

   Para finalizar, un terceto de canciones de esos personajes grises, melancólicos, que se le dan tan bien dibujar vocalmente a Gerhaher: Resignation, Die Blume der Ergebung [La flor de la rendición] y Der Einsiedler [El recluso]. La primera, quizá recargada con un exceso de afectación, y la última interpretada muy lenta, pero de forma muy efectiva para expresar de forma explícita la desgracia de un personaje maltratado en vida pero ya sin vida.

   Con un lleno casi absoluto en el Teatro de la Zarzuela, ambos artistas fueron muy aplaudidos. Dos últimos destellos de luz, a modo de propinas, fueron dos Lieder de  Schumann, el segundo dedicado a Mendelssohn. Sin duda –y matices puramente vocales aparte, los de una voz más atenorada de la cuenta y con cierta tendencia a la uniformidad expresiva ayudada por una presencia escénica transida, incluso «ausente»-, fue una velada muy completa, que aunó lo más granado de la esencia romántica del Schumann más universal con retoques embellecedores de un colorista Debussy. De contrastes está hecha la belleza, sin duda. Hay que reconocer que Christian Gerhaher, junto con Gerold Huber, es uno de los más valorados liederistas de la actualidad, que mantiene en alguna medida el pabellón de los históricos -e insuperables por el momento- Dietrich Fischer-Dieskau o Elisabeth Schwarzkopf.

Foto: Rafa Martín / CNDM

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