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Crítica: Christian Thielemann, Daniil Trifonov, Renée Fleming y Staatskapelle Dresden cierran temporada en Ibermúsica

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Autor: Raúl Chamorro Mena
22 de mayo de 2017

DESLUMBRANTE STRAUSS

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid, 16 y 17-5-2017, Auditorio Nacional. Ciclo Ibermúsica. Obras de Gabriel Fauré, Maurice Ravel, Arnold Schoenberg y Richard Strauss. Daniil Trifonov, piano. Renée Fleming, soprano. Staatskapelle Dresden. Director: Christian Thielemann.

  Broche de oro a la temporada de Ibermúsica con la actuación en dos conciertos de una orquesta –con su titular Christian Thielemann en el podio- tan maravillosa como la Staatskapelle Dresden, una de las más antiguas del mundo y que cuenta con una personalidad única, tanto como su sonido, singular y propio. El que firma tiene memorables recuerdos de las funciones operísticas vividas en la Semperoper Dresden con este conjunto en el foso y Thielemann a la batuta. Al no haber completado a tiempo Sofia Gubaidulina su nueva obra La cólera de Dios, el concierto del día 16 comenzó con el preludio de Pélleas y Melisande de Fauré en el que pudo apreciarse una cuerda esplendorosa, con la que uno tiene la sensación dado su prodigioso empaste y flexibilidad, que toca un solo músico pero que suena como cincuenta. Prácticamente sin solución de continuidad y con el pianista ya situado en su sitio desde el principio del concierto, Thielemann atacó el golpe de fusta con el que se abre el espléndido Concierto en sol de Ravel.

   Aunque no sea el repertorio más afín ni a orquesta ni director, pudo escucharse un sonido transparente y radiante, una precisión quirúrgica en el acompañamiento y las entradas de los instrumentos y secciones, que enmarcaron el sonido potente y sonoro, pero no especialmente bello, del pianista ruso Daniil Trifonov que tocó con esa energía, entusiasmo y exuberancia típicas de la escuela rusa (aunque hay algún ilustre representante de la misma, como el gran Richter, que, por el contrario, era más teutónico e intelectual), pero ayuno del refinamiento propio de la música francesa y de esa mezcla de perfume francés, elementos impresionistas y toques jazzísticos de la genial composición de Ravel. En el sublime segundo movimiento, el sonido del móvil de un desalmado rompió toda la magia del momento, si bien pianista orquesta y director tuvieron el mérito de lograr crear un nuevo clímax a continuación. En el vertiginoso último movimiento, Trifonov demostró una deslumbrante agilidad de digitación, superando de manera sobrada la virtuosística escritura, aunque queda la sensación en conjunto, de estar ante un artista más efectista que sensible y elegante, más impetuoso que reflexivo. Se podrá discutir la afinidad de orquesta y director con esta música, pero nunca la precisión y pulimiento sonoro demostrado por una y otro. Como propina, Trifonov ofreció Reflejos en el agua de Claude Debussy.

   La segunda parte del concierto del martes día 16 estuvo dedicada al poema sinfónico Pélleas und Melisande op. 5 de Arnold Schoenberg basado en la obra de teatro de Maurice Materlinck que tantas composiciones musicales ha inspirado. Una obra temprana del compositor, más bien postromántica y lejos aún del estilo de lo que sería la segunda escuela de Viena. La estupenda agrupación sonó densa, vigorosa y compacta como exige la obra, pero nunca pesante y sin perder esa transparecencia, esa luz resplandenciente, ese equilibrio y sonido propio bajo la dirección precisa, intensa y talentosa de Thielemann, indiscutible  heredero actual de la gran tradición germánica.

   El día 17 la Staatskapelle Dresden demostró su total identificación con la música de Strauss –no en vano fue destinataria de gran parte de sus composiciones- así como la gran categoría de Thielemann como director straussiano. Su acompañamiento en los fascinantes cuatro últimos lieder a una declinante Renée Fleming, mermada de volumen, timbre y brillo, a lo que hay que sumar la acústica de la sala poco favorable para las voces y cantar con la orquesta detrás y a su altura, resultó ejemplar, pues la cuidó con absoluto mimo y posibilitó que la diva norteamericana desplegara la clase que aún conserva. Un sonido sedoso, luminoso, diáfano, de un pulimiento tímbrico inigualable, con un Thielemann reclamando constantemente piani y recogiendo la orquesta, sustentó el fraseo aquilatado de Fleming –despúes de un comienzo en “Frühling” en que se mostró dura y vacilante- en un repertorio que siempre ha dominado y en el que sabe transmitir esa nostalgia por el paso del tiempo, esa sensación de fin de toda una era que encierran estas piezas.

   En plena salsa encontramos a director y orquesta en la segunda parte del concierto del día 17 con la interpretación de Eine Alpensifonie (Una sinfonía alpina) de Richard Strauss, el último de los poemas sinfónicos compuestos por el genial músico bávaro –estrenado en 1915- y precisamente dedicado a la orquesta que protagonizaba el concierto. Realmente deslumbrante el brillo caleidoscópico de la orquesta, la suavidad, empaste, brillo y gama dinámica de la cuerda, con los ocho contrabajos colocados a la izquierda, las diáfanas texturas, el fulgor y exactitud de las maderas, los momentos de recogimiento camerístico, el esplendoroso colorido y primorosas tímbricas orquestales que pusieron de relieve todo el inmenso talento como orquestador de Strauss, que alcanza una especie de cénit con esta obra aunque aún habrá más, como por ejemplo la admirable orquestación de su ópera Die frau ohne shatten “La mujer sin sombra” estrenada en 1919. Si acaso podría reprocharse a la interpretación un exceso de hedonismo sonoro (bienvenido por otra parte), algún momento de amaneramiento, que sobre todo en la primera parte de la ejecución, tuvo como consecuencia que no se sintiera totalmente la progresión narrativa que contiene la obra (no olvidemos que estamos ante un ejemplo fundamental de música programática), que relata una ascensión a los Alpes Bávaros, ni se crearan las correspondientes atmósferas. Irreprochable, sin embargo, la segunda parte con una estupenda tempestad bien contrastada con la calma posterior en que la orquesta alcanzó niveles sublimes de filigrana dinámica y sonora. Magnífico el concertino que también había estado sobresaliente en el tercero de los cuatro últimos lieder, “Beim Schlafengehen” (“Al irse al dormir”) . Éxito absoluto.  

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