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Crítica: Diego García Rodríguez dirige 'Rigoletto' en Vigo

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Autor: Roberto Relova Quinteiro
9 de noviembre de 2017

MÁGICA MALDAD

   Por Roberto Relova Quinteiro | @RobertoRelova
Vigo. Teatro Afundación Abanca. 5-XI-2017. Otoño Lírico 2017. Temporada Amigos de la ópera de Vigo. Rigoletto. Melodrama en tres actos de G. Verdi. Estrenada en La Fenice el 11 de marzo de 1851, con libreto de Franceso Maria Piave, basado en la obra teatral “Le Roi s´amuse” de Victor Hugo. Luis Cansino (Rigoletto) Olena Sloia (Gilda) Fabián Lara (Duque de Mantua) Cristian Díaz (Sparafucile) Sandra Ferrández (Maddalena) Manuel Mas (Monterone) Pedro Martínez Tapia (Marullo) Marina Penas (Giovanna/Condesa de Ceprano) Pablo Carballido (Borsa) Gabriel Alonso (Conde de Ceprano) Anais Fernández (Paje) Maestro correpetidor: Carlos E. Pérez. Coro Rías Baixas (Dir. Bruno Díaz) Orquestra Sinfónica Vigo 430.Vestuario: Ana Ramos. Iluminación y escenografía: Alejandro Contreras. Director de escena: Ignacio García. Dirección musical: Diego García Rodríguez

   Rigoletto es uno  de los mejores y grandes melodramas de la historia del teatro musical que continúa fascinando y atrapando al espectador por unos personajes que ejercen y viven peligrosamente con el mal. También es un producto que ambiciona cualquier director de orquesta o escénico. Los primeros, los músicos, por una extraordinaria partitura, con claves y miradas hacia el pasado y la modernidad. Y para el universo teatral por la eterna y reconocible mirada sobre los abusos de poder. Ciertamente, el Duque se presenta como un depredador sexual, un cínico que engaña hasta los propios cimientos del mal. El propio Rigoletto vive del cinismo y su monstruosidad compite con la de los poderosos e incluso, como él mismo reconoce, con la de los sicarios.

   Ortega y Gasset  escribía en 1933 en un artículo acerca de Goethe que: “No hay más que una manera de salvar al clásico, usando de él para nuestra propia salvación, trayéndolo hasta nosotros, contemporaneizándolo… Intentar su resurrección, re-sumergiéndolo en la existencia”. Esta reflexión de Ortega invita a la observación de la transformación que el propio Verdi lleva a cabo desde la obra de Victor Hugo,  autor del texto que traslada a su Rigoletto y que la impregna de una visión oscura, negra, digna del Shakespeare más dramático tal como el propio Verdi había expresado. Estamos ante una tragedia, no hay caminos iniciáticos, no hay personajes admirables, no existe el elemento wagneriano de la redención ni el mozartiano espíritu conciliador (eso creíamos). Nadie se salva, la más perjudicada y por voluntad propia es Gilda que a modo de Carmen decide enfrentarse con el Destino, con la Muerte. Todo parece envolverse en una mágica maldad. Es muy complicado entender o justificar a Verdi en esta ópera. Reina tanto mal, tanta desdicha que sólo la partitura resuelve las apariencias o las subraya con un poderoso contrapunto musical. Desde las primeras y lacerantes  notas del preludio orquestal se construye en la tonalidad de do menor el motivo de la maldición protagonizado por trombones y trompetas. Su ritmo obsesivo llega a ser asfixiante, agónico. De esta manera Verdi, de forma subliminal, se comunica a través de la propia música con el espectador, el musicólogo Vincent Godefroy afirma que en el Acto II, mientras Rigoletto implora  compasión "la orquesta está comentando la experiencia de su hija detrás de la puerta cerrada, concéntrate en la orquesta y escucharás la violación de Gilda”.

   El teatro de la Afundación Abanca recibió una lección magistral en la sesión final de Amigos de la ópera de Vigo. Magisterio, sin duda, la del director de orquesta Diego García. Muestra máximo respeto por transmitir los elementos emocionales con honestidad. Sin duda ama la partitura de Rigoletto, su visión vocal y orquestal la desarrolla a partir de las premisas mozartianas acerca de la cristalina visión de los concertatos que se suceden en Las bodas de Figaro. También Diego García cultiva ese mismo ideal desde el sexteto de Lucía de Lammermoor de Donizetti.  Su análisis de la concertación se elevó a grandes niveles de interpretación. La versión del cuarteto del tercer acto fue memorable al igual que el dominio de los tiempos, dinámicas, capturando el espíritu esencial e idiomático de la ópera. Así, desde la gran reflexión del preludio hasta la vertiginosa energía de los dos primeros actos logró una aplastante conclusión del drama. La siguiente gran protagonista fue Sandra Ferrández que desarrolló en su seductora Maddalena un tono profundo, rico e impecable magisterio. Impagable su contribución escénica y actoral. Luis Cansino ofreció una versión de Rigoletto muy dramática. El tenor Fabián Lara se mantuvo como un tenor firme y sólido mostrando un sentido lírico natural. Olena Sloia buscó asentarse en el papel de Gilda desde su inicio. A medida que avanzaba la velada la soprano encontró más enfoque en su voz y su canto fue ejemplar en el "Caro nome". Espectacular la voz de Cristian Díaz  en un arriesgado y épico Sparafucile.  Impecables Pedro Martínez,  Marina Penas y Anais Fernández.

   Bruno Díaz dirigió con mucha valentía el coro Rias Baixas, admirable el esfuerzo y la profesionalidad de todos sus miembros. La orquesta Vigo 430 deslumbró en sus secciones de viento metal, en la madera extraordinarios los fagots, flautas y oboes. La cuerda, especialmente las violas, emocionó en los momentos más emotivos en una expresionista puesta en escena firmada por Ignacio García y Alejandro Contreras. La iluminación, diseñada también por Contreras, fue todo un acierto dotando a la escena de una extraña y mágica perversidad, contribuyendo a que la ópera se moviera entre las sombras más shakesperianas posibles. Perfecto y modélico el trabajo de Ana Ramos en el vestuario.

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