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Crítica: Recital de Arcadi Volodos en el Festival Internacional de Santander

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Autor: Pablo Sánchez Quinteiro
28 de agosto de 2020

Íntimo reencuentro con la música de Arcadi Volodos en Santander

Por Pablo Sánchez Quinteiro
Santander. 24-VIII-2020. Festival Internacional de Santander. Palacio de Festivales. Obras de Liszt y Schumann

   En estos tiempos de incertidumbres y zozobras globales, que un evento tan arraigado en nuestra vida musical como es el Festival Santander haya podido llevar a cabo su 69ª edición, representa un estimulante rayo de esperanza. A pesar de que el Festival no se haya podido celebrar con la tan ansiada pero todavía lejana nueva normalidad, los organizadores han diseñado una programación atractiva y multiestilística en la que únicamente se echó en falta la habitual visita de grandes orquestas y directores foráneos.

   A falta de los mismos, la programación de este año se construyó sobre dos excelsos recitales pianísticos impartidos a priori por dos de los grandes nombres de la escena pianística: el ya veterano Grigori Sokolov y el todavía joven Arkadi Volodos. Desafortunadamente, el primero de ellos tuvo que cancelar a ultimísima hora debido a los riesgos inherentes al viaje desde Italia a España ¡Quien lo diría hace escaso medio año! Aunque la sombra de la cancelación planeaba sobre el recital de Volodos, éste afortunadamente sí pudo llevarse a cabo, con medidas extremas de seguridad contra la Covid-19, como fueron por ejemplo el amplio distanciamiento entre los espectadores, la entrada y salida escalonada a la sala y la supresión del habitual descanso para así poder reducir al máximo las aglomeraciones.

   Volodos hizo su aparición en una sala en casi completa oscuridad, cuyos únicos focos se dirigían al centro del escenario. Una puesta de escena intimista, muy adecuada al sutil pero a la vez denso programa; y que necesariamente concentraba la atención del público única y exclusivamente hacia el intérprete y su instrumento, integrando desde el mismísimo inicio del recital a ambos, a la música y al público en un ente absoluto.

   En su progresivo alejamiento de los virtuosísticos programas que hace un par de décadas le abrieron las puertas de los principales escenarios del mundo, Volodos muestra en los últimos años una progresiva inclinación hacia programas mucho más densos y cohesionados, en los que, a lo largo de meses, explora y profundiza algunas de las obras menos conocidas de grandes nombres del piano; Schumann y Liszt en este caso. Se trata de un programa que ya a finales del año pasado presentó en salas como el Barbican de Londres y que tras el confinamiento ha retomado, sin ir más lejos, recientemente en San Lorenzo del Escorial, concierto reseñado en CODALARIO. Asistíamos por tanto a una nueva fabulosa disección por parte de Volodos de las cuatro piezas que han marcado su carrera a lo largo de esta temporada 2019-20: la Balada nº2 y la Leyenda nº1 de Liszt y la Marcha de las Bunte Blätter y la Humoreske de Schumann.


   El programa se abrió con la que sin duda era el plato fuerte del programa para aquellos que deseaban ver -al menos mínimamente- al Volodos más prestidigitador: la Balada nº2 en si menor S171 de Liszt, contemporánea y parangón de la célebre Sonata en idéntica tonalidad. Menos interpretada, es la Balada una creación no menos fabulosa que se construye, como tantas de sus grandes obras pianísticas, en base a una bipolaridad extrema, sin duda ideal para un pianista como Volodos, absolutamente proclive a la interiorización y a la búsqueda del color más refinado, pero al mismo tiempo dotado para los más grandiosos clímax pianísticos. Volodos delineó la cuidada arquitectura interna de la obra, con sus turbulencias cromáticas, sus ornamentadas marchas, sus melodías casi operísticas y por supuesto sus abruptos clímax con una claridad y una sensibilidad abrumadora, que mantuvo al público en tensión de principio a fin. Todo ello, unido a la calidad y pureza del sonido extraído del piano, apoyado en un inteligente uso del pedal y una acústica receptiva, convirtieron la interpretación en un intensísimo preludio a la noche.

   Tras tan intenso arranque, sin solución de continuidad Volodos presentó en su peculiar estilo la Leyenda nº2 S175.1 «San Francisco de Asís». Pieza en ocasiones relegada por su carácter descriptivo desmedidamente onomatopéyico; en manos de Volodos, la pieza adquirió un sentido y una proporciones absolutamente nuevas. Tras los trinos de los pájaros, recreados con una limpieza y una precisión milagrosas, el cantábile central fue fraseado con un absoluto control de las texturas y de los planos sonoros, adquiriendo una dimensión espiritual inefable.

   Tras recibir los primeros aplausos de la noche -en lo que en condiciones normales sería el final de la habitual primera parte del concierto- Volodos abordó la Marcha nº11 de las Bunte Blätter op.99 de Schumann, sin duda el centro de gravedad del programa; nunca mejor dicho dado el carácter desolador de la interpretación de Volodos. Pero otro tipo de tragedia se apoderó de la sala cuando apenas transcurridos una docena de compases, un teléfono móvil en un tono inusualmente alto, probablemente pensado para personas con discapacidades auditivas, enviaba repetidos mensajes cuyo dueño era incapaz de anular. El inesperado protagonista de la noche no tuvo más remedio que abandonar la sala, entre los exabruptos del público y los posteriores aplausos a Volodos quien, tras mover resignadamente la cabeza, reemprendió la obra desde su inicio. Es de lo más curioso como esta inesperada repetición permitió disfrutar de dos interpretaciones distintas de la introducción a la marcha; siendo la primera más contenida y sutil, y la segunda ligeramente menos introspectiva. Hasta qué punto pudo ser esto el fruto de la desconcentración de Volodos no lo sabemos, pero lo cierto es que más allá de estos matices, el incidente no impidió que asistiéramos a una interpretación grandiosa y grandilocuente en lo expansivo, de esta sublime marcha fúnebre. Los pianissimos casi religiosos de Volodos se suspendieron en la sala, contrastando al máximo con un candorosísimo trío -nuevamente el Schumann bipolar- que en manos de Volodos emocionó por su preciosista fluidez, absolutamente conmovedora.

  Es curioso el hecho de que Sokolov había igualmente incluido esta pieza en su programa; en este caso en el contexto de la colección completa de las Bunte Blätter. Hubiera sido un auténtico lujo haber podido contrastar en apenas siete días la forma en que ambos genios del piano recrean tan apasionante partitura. Una pena. Es de justicia acompañar estas referencias a Sokolov, con la aclaración que desde el arranque del concierto la personalidad de Volodos, comparable a de su ilustre y veterano colega, disipó por arte de magia cualquier añoranza de una comparación entre pares.


   La nostalgia y la melancolía de las obras previas dieron paso en la Humoreske op.20 a un rango expresivo más variado y efusivo. Siendo una obra igualmente de extremos, su humor, fantasía y sus giros melódicos inesperados, nos permitieron disfrutar de un Volodos más poliédrico, pero no por ello menos interesante. Por supuesto este exhibió, a lo largo de la media hora de duración de la pieza, un control absoluto de todos los recovecos pianísticos de la obra. El rango expresivo de las Humoreske va más allá de la literalidad del título, desplegando Schumann en tan impulsiva partitura raudales de ironía y ternura. Todo un reto para el intérprete no caer en lo episódico o en lo efectista, pero Volodos supo impregnar a cada una de las variaciones de una sinceridad y una personalidad propia, arrastrando al público en el disfrute de divertimento musical en el que uno nunca puede ni siquiera intuir qué le deparará cada pieza. Fue especialmente satisfactorio el dilatado número final con su cómicamente pomposa marcha, su hipertrófico recitativo y su irrefrenable impulso final. Todo un poliédrico tour de force pianístico, que fue resuelto por Volodos con una clarividencia abrumadora.

   Cinco propinas regaló Volodos a un público de Santander entregado y agradecido, sin ningún tipo de reticencias, a pesar incluso de lo infrecuente y denso del programa. La primera de ellas fue una prolongación del mundo de Schumann: el Pájaro como profeta de las Escenas del bosque; breve, pero suficiente para que Volodos nos transmitiera una vez más su Schumann trascendentalizado en el que los elementos descriptivos y románticos son minimizados. En las dos siguientes propinas Volodos dio vida a dos infrecuentes miniaturas de Schubert que forman parte de su último CD: El Minueto D600 y el Minueto D334. Liviano y refrescante el primero, sin que Volodos dilatase el discurso en su evocador trío; sorprendente el segundo por su severidad bachiana, en el que la articulación singular de Volodos le confirió a la interpretación un carácter hipnótico: El contraste con la ingenuidad del trío fue máximo. Una pieza para recuperar, sin género de dudas. Tras ellas disfrutamos una pegadiza interpretación del más popular Momento musical, el D780, nº3.

  Volodos se despidió del público de Santander interpretando una de las más hermosas piezas de Federico Mompou, compositor reivindicado por el pianista en su referencial grabación monográfica de 2014. El Lago, segunda de las tres piezas que conforman el cuaderno Paisajes fue recreada con la máxima levedad y sutileza, y a un tempi muy moderado que se tradujo en una gran claridad de enunciación. Volodos exhibió su impecable control de las dinámicas en la evocación de los murmullos del agua y un sonido brillante y cristalino en la crispada sección central. El carácter descriptivo de la pieza pasó a un segundo plano sobre todo si se toma como referencia la grabación del propio Mompou al piano, pero el impacto emocional fue máximo, haciendo Volodos suyas las palabras de Mompou sobre su propia música «No se le pide llegar más allá de unos milímetros en el espacio, pero sí la misión de penetrar en las grandes profundidades de nuestra alma y las regiones más secretas de nuestro espíritu». No se me ocurre una frase más acertada para resumir la fuerte impronta que el recital de Volodos dejó sin duda en el público de Santander; un programa que movió y conmovió a los asistentes, tanto por su excelencia artística como por las complicadas circunstancias en las que se llevó a cabo. Un auténtico triunfo, en tiempos difíciles, no sólo del arte sino también del ser humano.

Foto: Festival Internacional de Santander / Pedro Puente Hoyos

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