
Crítica de Álvaro Cabezas del concierto ofrecido por el pianista Iván Martín y el director Pablo González, con la Sinfónica de Sevilla
Recreando la muerte de Tchaikovksy
Por Álvaro Cabezas
Sevilla, Teatro de la Maestranza. 15-5-2025. Iván Martín, piano; Pablo González, dirección; Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Programa: Siete principios herméticos de Daahoud Salim; Noches en los jardines de España. Impresiones sinfónicas para piano y orquesta de Manuel de Falla; y Sexta sinfonía en si menor, op. 74 "Patética" de Piotr Ilich Tchaikovsky.
Con pocos días de diferencia se han presentado las respectivas programaciones de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla y del Teatro de la Maestranza para la temporada 2025/2026, ambas plenas de novedades y sugestivas e ilusionantes propuestas donde, una vez más, estará muy presente la cuota española en el plantel artístico. A ella pertenece, por méritos propios, el asturiano maestro Pablo González, que ha aportado ya varias páginas a la historia de la orquesta y que ofreció en el Teatro de la Maestranza un notable concierto la pasada semana.
Empezaba la noche con el estreno absoluto de una obra de música contemporánea encargada por la Sinfónica a través de una serie de acuerdos con la SGAE y otras entidades que apoyan la creación artística. Su autor era Daahoud Salim, joven compositor muy vinculado a Sevilla y que bajo el enigmático título de Siete principios herméticos desplegó el mismo número de movimientos (Mentalismo; Correspondencia; Vibración; Polaridad; Ritmo; Causalidad; y Género), quizá queriendo participar en los debates de nuestro tiempo, aunque sus melodías pudieran asociarse más con reminiscencias espaciales tan del gusto de los años sesenta (estoy pensando en L'etoile Noir de François Morel o en Song and Dance de Loren Rush). En cualquier caso, la formación realizó un gran trabajo que González se tomó con profesionalidad y paciencia, sacando, como es costumbre, a saludar al compositor.
La segunda pieza del programa era Noches en los jardines de España, con el pianista canario Iván Martín como protagonista. Concierto para piano diluido en estructura y formato en las maneras impresionistas ravelianas teñidas con tinta andaluza que no sonó con el canonismo que ha hecho célebre un Achúcarro (aquí mismo en 2014, sin ir más lejos), sino, de alguna manera, limando todos los aspectos más claramente folclóricos y reforzando mucho una estructura que, a veces, parecía, demasiado rígida y no tengo muy claro si esto se debió al acompañamiento orquestal. De hecho, la Sinfónica sonó en todo momento refinadísima y transparente, poco apegada a la tierra, más bien parecía situada en la estratosfera. Sin embargo, el solista, en cada una de sus intervenciones, dedicadas y expresivas, eso sí, parecía poner los pies en el suelo, ralentizar el ritmo, anonadar a la audiencia. No creo, por tanto, que fuera una delicada labor de sincronía, sino más bien de cierta unión (y escasa) de conceptos contrarios. El final, por eso, resultó un tanto frío, aunque el público sevillano, con su cortesía habitual, cumplimentó a Iván Martín hasta que este ofreció su propina: una pieza bachiana donde el pianista brilló por completo mostrando su potencial e impregnó el aire de ideas de prestigio y amargura.
Tras el descanso, Pablo González, micrófono en mano ofreció un interesantísimo discurso (casi una pequeña clase de musicología), sobre la 6ª sinfonía de Tchaikovsky, recreando, con extrema elocuencia y sin el más mínimo fallo a la hora de expresarse o en su pronunciación, los últimos días de vida del compositor ruso, desde el estreno de la que sería su última obra hasta su fallecimiento debido a un supuesto suicidio. No suelen gustarme este tipo de introducciones sobre el escenario (sí en las previas de una retransmisión radiofónica o televisiva), pero hay que admitir que sean ciertas o no determinadas cuestiones biográficas, es un lujo saber el concepto exacto que tiene un director de orquesta acerca de una obra en concreto y, sobre todo, cómo le condiciona lo que sabe (o cree saber del compositor), a la hora de interpretar una de sus obras. También resulta sugerente su teoría acerca de la piadosa creencia de Tchaikovsky y de cómo utiliza una frase de Bach, adaptándola a su propio estilo hasta el punto de que toda la sinfonía sería un crescendo en torno a la pasión de Cristo con la marcha del tercer movimiento como una figuración musical del yugo imperial romano y el último movimiento como los compases finales de la muerte del Redentor en la cruz. En consecuencia con lo anterior, la ejecución fue extraordinaria, digna del disco y, desde luego, memorable para los allí reunidos. Si los dos primeros movimientos rayaron a un nivel muy alto, los dos últimos resultaron una sublimación musical de recuerdo imperecedero. El público tuvo la sabiduría de no aplaudir al final de la marcha (sólo se escucharon algunos suspiros maravillados), y de saber esperar para aplaudir después del diapasón que se ralentizaba hasta detenerse en el finale. Sin duda este 11º programa de abono marcó uno de los hitos de una temporada que ya ha cosechado unos cuantos.
Foto: María Casanova
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