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Crítica: Conlon dirige la 7ª de Shostakovich frente a la ONE

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Autor: Gonzalo Lahoz
7 de enero de 2015


SHOSTAKOVICH SALTÓ POR LA VENTANA


Por Gonzalo Lahoz
12/12/14 Madrid. Auditorio Nacional. Temporada de la Orquesta Nacional de España. Shostakovich: Sinfonía Nº7. Orquesta y Coro Nacionales de España. James Conlon, director.

   En marzo de 1949 Dmitri Shostakovich era “invitado” por un grupo de manifestantes a saltar por una de las ventanas del hotel Waldorf-Astoria de Nueva York, donde había sido también “invitado” por Stalin a participar en la Conferencia Cultural y Científica por la Paz Mundial, que serviría como inspirador caldo de cultivo para el macarthismo y la caza de brujas, tildándola de pro-comunista y con reveladoras dobles páginas de los implicados en revistas como Life, apuntando a los “amigos de los rusos” como Einstein, Copland, Bernstein, Mann, Chaplin o Miller. Nos encontramos en los albores de la Guerra Fría.


   El caso es que Shostakovich llevaba toda su vida saltando por la ventana; tal era su esquizofrénica relación con el poder, tan pronto enemigo del pueblo, tan pronto adalid soviético. “Nunca he halagado al poder con mi música”. Bueno. “Nunca he sido un cortesano”. Bueno. Caben muchas interpretaciones en cada uno de sus intentos por sobrevivir ante la estupidez humana y el galimatías de la política comunista. Pasado el tiempo se ha asentado la concepción de su fina o menos fina ironía, de la sátira más bien en sus obras, de su velada, siempre velada, crítica, en la que tal vez queramos, necesitemos ver más de lo que siempre hubo en las intenciones del compositor y, como al parecer él mismo explicó, su Séptima, ideada antes del asedio alemán, no habla sobre dicho asedio a Leningrado sino sobre la ciudad arrasada por el comunismo y finiquitada por el nazismo.
   Desde luego sí que Shostakovich concebía sus sinfonías como auténticos monumentos funerarios. Cómo no serlo la Séptima, por un lado vista por Stalin como la muestra de valores patrióticos que bien le valió la reintegración en el partido, por otro una verdadera oda funeraria, un réquiem por los caídos y por lo perdido. ¿Cabe en una misma música la exaltación de unos valores que producen  sufrimiento y, a la vez, un homenaje a las víctimas de estos? En ello consiste la Séptima, quizá una de las músicas más atadas a la historia, tanto de la humanidad como del propio compositor, que podamos escuchar. 

   Shostakovich se encontraba en Leningrado cuando fue asediada por los nazis, negándose a ser evacuado (llegó a ser bombero voluntario tras ser rechazado en el ejército por sus problemas de visión), mientras componía el grueso de la sinfonía, al menos los tres primeros movimientos, al tiempo que casi un millón de personas perecían y las que quedaban vivas se veían empujadas, según algunas fuentes, al canibalismo para sobrevivir. Finalmente, en octubre de 1941, el compositor era obligado a evacuar a la ciudad de Kuibyshev, donde completó la partitura y donde tuvo lugar el estreno de la obra, en pésimas condiciones. No obstante, pronto su música fue ensalzada como propaganda comunista por otros y como símbolo de la resistencia aliada contra el nazismo en medio mundo, incluido Estados Unidos...


   En lo musical, esta es una de esas sinfonías, como pueden serlo tantas otras ya pasado el romanticismo, que bien miden tanto a un director como a la orquesta que se avienen para tocarla. Por otro lado, encaja perfectamente como hemos visto en las “revoluciones” ideadas para esta temporada. 
  Se hacía cargo el estadounidense James Conlon,  que si bien de un tiempo a esta parte hemos podido escucharle en puntuales encuentros con la música de Shostakovich - Lady Macbeth, conciertos de violín, piano y sinfonías -, no se le viene observando como referente del mismo (podemos pensar a día de hoy en Jansons, Jurowski, Salonen... desde luego en Haitink o Rozhdestvenski); por más que siempre haya resultado digno merecedor de ello, como bien demostró al frente de la Orquesta Nacional, una formación que también lució sus buenos galones.

   En obras como esta resulta fundamental que el bosque no nos impida ver los árboles. Conlon, hábil constructor, erigió un sinfonismo con nervio, tenso y controlado en todas sus secciones, como bien se escuchó desde un principio, desde el grandilocuente tema inicial al crescendo militar a golpe de una perfecta percusión. Se disfrutó de una cuerda de carnoso sonido, al terminar de encajar la sección grave, y de las maderas, una vez más especialmente del fagot; así como de un adagio en el tercer movimiento, denso, de un dolor más incisivo que apesadumbrado, donde el contraste entre los imponentes vientos y las dúctiles maderas resultó realmente emocionante.

   Y es que es así, una vez más, la Orquesta Nacional ha vuelto a emocionar.

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