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Crítica: Violeta Urmana en el ciclo de lied del Teatro de la Zarzuela y CNDM

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Autor: Raúl Chamorro Mena
9 de noviembre de 2016

UNA GRAN VOZ EN EL CICLO DE LIED

   Por Raúl Chamorro Mena
Madrid. 7-11-2016. Teatro de la Zarzuela. XXIII Ciclo de lied coproducido por el Teatro de la Zarzuela y el Centro Nacional de Difusión Musical (CNDM). Violeta Urmana, mezzosoprano. Helmut Deutsch, piano. Obras de Franz Schubert y Richard Strauss.

   La primera vez que escuché a Violeta Urmana sobre un escenario fue hace 16 años en la Ópera de Viena en un Trovatore que constituía la despedida del papel de Manrico por parte del tenor Franco Bonisolli. Fueron dos funciones en que la Lituana interpretó la Azucena con una voz híbrida, propia de lo que se llama una soprano tipo falcon. Corposa en el centro, sólida en el grave y con un agudo desahogado, potente y brillante. Memorable fue el do optativo que emitió en el dúo del acto segundo. Por esas mismas épocas recuerdo unas estupendas Fricka y Kundry (con Plácido Domingo) en la propia Wiener Staatsoper. Posteriormente y por consejo de la gran Astrid Varnay, se pasó a la cuerda de soprano neta, lo que, con el paso tiempo, terminó por revelarse como una decisión poco acertada con un registro agudo que se fue deteriorando paulatinamente, lo que ha provocado que la cantante lituana vuelva a anunciarse como mezzosoprano. En esta cuerda, efectivamente, se ha anunciado en su tercera comparecencia en el ciclo de lied del Teatro de la Zarzuela con un programa basado en lieder de Franz Schubert en su primera parte y de Richard Strauss en la segunda, todos ellos con un hilo conductor basado, como bien explica Arturo Reverter en su artículo del programa de mano, en la influencia de la climatología, de las fluctuaciones atmosféricas, en definitiva, de la Naturaleza, en los sentimientos humanos.

   Urmana demostró desde el primer momento mantener todas sus virtudes. Centro ancho, denso, robusto y caudaloso, graves bien armados, emisión canónica, mórbida y homogénea, con unos impecables apoyo sul fiato y colocación a la máscara. Cómoda con la tesitura en este contexto, excepto en un pasaje empinado del lied “Suleika I”, que le planteó problemas, desgranó los 7 Lieder de Schubert que constituían la primera parte del evento con un legato de primera, fraseo de gran clase y elegancia suprema. Asimismo, esa sobriedad y contención expresiva que la caracterizan resultaron ideales para estas piezas, destacando el desdoblamiento vocal en los tres personajes del fabuloso “Der Zwerg” (El enano), así como la contundencia del registro grave en “Die Allmacht” (Omnipotencia), que cerró la primera parte. Richard Strauss abominaba de las voces duras y pesantes, las quería luminosas y flexibles, tanto para su tan discontinua como fascinante producción liederística como para sus memorables papeles femeninos operísticos. La Urmana resultó un ejemplo de ductilidad, blandura y firmeza en la emisión, capacidad para emitir notas flotantes, regular la intensidad del sonido y, en definitiva, exponer en todo sus esplendor las inspiradas melodías Straussianas, ya presentes en la selección de 13 lieder, todos de sus primeras etapas como compositor, que constituían el segundo capítulo del recital. Subrayar la capacidad de regulación dinámica en “Winterheihe” (Consagración al invierno) y el aquilatamiento del fraseo en “Freundliche vision” (Visión encantadora) en un bloque que estuvo todo él caracterizado por la excelencia.

   Cinco propinas de los mismos compositores que coparon el programa: dos de Franz Schubert (Geheimnis y Himmelsfunken) y tres de Richard Strauss (Schlechtes Wetter, Cäcilie y Zweignung) correspondieron a las ovaciones del público y culminaron el extraordinario recital, que resultó, además, particularmente significativo. Frente a algunas corrientes que patrocinan la necesidad de voces pequeñas, pálidas, raquíticas, linfáticas y exangües para el mundo del lied, Violeta Urmana demostró que, muy al contrario, con un material vocal opulento y bien timbrado, ortodoxamente emitido y perfectamente colocado, con la adecuada morbidez, control y flexibilidad, además de musicalidad y un arte de canto de gran clase, que permite los matices dinámicos y el juego de contrastes requeridos, se alcanza la magnificencia en este repertorio. Como en el pasado demostraron desde Alexander Kipnis a Christa Ludwig; desde Kirsten Flagstad y Hans Hotter a Jessye Norman.

   Experiencia, conocimiento, complicidad en el acompañamiento, así como un sonido limpio y bien calibrado por parte del pianista Helmut Deutsch, fueron el complemento adecuado e indispensable al magnífico recital, que sin temor a equivocarme, difícilmente será superado en todo este ciclo.

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