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Crítica: Alexander Melnikov en el Palau de la Música

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Autor: Xavier Borja Bucar
25 de junio de 2017

MELNIKOV ERIGE UN MONUMENTO MUSICAL

   Por Xavier Borja Bucar
Barcelona. 20-VI-2017. Palau de la Música Catalana. Ciclo Palau Piano. Integral de los Preludios y fugas op. 87 de Shostakóvich.

   Recordaba el programa de mano del concierto del pasado martes que la grabación que Alexander Melnikov llevara a cabo de la integral de los Preludios y fugas de Dmitri Shostakóvich, allá por 2010, fue uno de los discos seleccionados por la revista BBC Music Magazine como uno de los cincuenta mejores de todos los tiempos, y pese a que uno jamás haya otorgado demasiado o ningún valor a este tipo de listas que, a fin de cuentas, obedecen únicamente a un propósito comercial insoslayable dentro de una sociedad de consumo, lo cierto es que la tarea del pianista ruso para con el monumental ciclo de Shostakóvich es a todas luces una verdadera hazaña, y la interpretación íntegra que ofreció en el Palau de la Música, una maravillosa heroicidad.

   Pocos son, entre la pléyade de grandes pianistas, los que se han atrevido a programar los 24 Preludios y fugas de Shostakóvich en un solo concierto. Sus más de dos horas y media de música constituyen un privativo reto físico, antes incluso que musical, y aunque ciertamente no físico, también es para quien escribe estas líneas un reto el dar cuenta, dentro de los límites formales de una crítica, de un concierto de tal magnitud, puesto que la interpretación del ciclo de Shostakóvich a cargo de Melnikov bien merecería veinticuatro críticas respectivas por cada uno de los veinticuatro preludios y fugas, así que, como quiera que sea, trataré de ofrecer un relato fiel, si bien forzosamente parcial, de lo que ocurrió el pasado martes en el Palau.

   Lejos estuvo el público asistente de llenar la modernista sala barcelonesa, cuyo segundo piso permaneció completamente despoblado, lo que fue una circunstancia sintomática de la gran exigencia del programa también para con el espectador. Sin embargo, la discreta asistencia no evitó que, justo en el instante en que Melnikov salía, sonase un móvil, ante lo que no reprimió un discreto gesto de asombro, tras el cual el pianista ruso, partitura en mano y seguido de una pertinente pasapáginas, se dirigió al piano. Con absoluta serenidad, tomó asiento, dispuso la partitura en el atril y se tomó unos segundos de reflexión –ni pocos ni muchos– antes de emprender un largo camino solo de ida. Tras estos segundos, atacó en un etéreo pianísimo los acordes del primer preludio, en do mayor. Ya este primer preludio revela el carácter aglutinador de la escritura de Shostakóvich: el tema empieza con reminiscencias serenamente beethovenianas hasta que en el compás 12 la abrupta disonancia del acorde de blancas nos devuelve al siglo XX y da pie al desarrollo del tema con una armonía de filiación libremente impresionista, en el que Melnikov dio ya muestra de un absoluto dominio tímbrico del piano, con un sonido siempre recogido, de acuerdo con el carácter íntimo de este preludio primero.

   Poco después, Melnikov desgranó las endiabladas semicorcheas del preludio en la menor con una articulación absolutamente diáfana que el pianista ruso mantuvo en todo el concierto y que fue crucial, evidentemente, para reproducir la textura polifónica de las fugas, cuyas voces, en manos de Melnikov, se distinguieron con una claridad siempre asombrosa, como precisamente en la Fuga en la menor, en la que un sujeto indisimuladamente bachiano adquiere, a través del desarrollo contrapuntístico, el carácter estridente y punzante propio de Shostakóvich y que Melnikov supo reproducir con una ejecución incisiva.

   El prodigioso dechado de inspiración no ya melódica, armónica y rítmica, sino de texturas y caracteres que son los 24 Preludios y fugas de Shostakóvich hallaron en la interpretación de Melnikov la perfecta réplica. El absoluto dominio técnico del pianista –que con todo merecimiento recoge el testigo de figuras referenciales del pianismo ruso, como Sviatoslav Richter o Emil Gilels– le permitió amoldar su interpretación a las múltiples facetas de la partitura de Shostakóvich: del melancólico dramatismo del Preludio en mi menor al dinamismo rítmico desenfadado de la Fuga en re mayor; de la solemnidad grave de aires brahmsianos del Preludio en sol sostenido menor a la cromática y feroz deconstrucción tonal de la Fuga en re bemol; del galante arpeggiato obstinado del Preludio en re mayor a las irónicas melodías de reminiscencias folkóricas –tan recurrentes en Shostakóvich– del Preludio en fa sostenido menor o del Preludio en si bemol mayor. Todos y cada uno de los múltiples rostros de la obra de Shostakóvich encontraron su fiel retrato en una interpretación, la de Melnikov, reveladora de un conocimiento exhaustivo de los mil y un recovecos de la partitura que permitió al pianista ruso hilvanar un discurso siempre interesante, fresco, fascinante, lleno re relieves, en el que jamás compareció el tedio, al que son tan peligrosamente propicias las ejecuciones de ciclos tan extensos.

   Para ello, el pianista ruso desplegó una inagotable riqueza tímbrica y una variedad dinámica inusitada con la que extrajo del piano un sonido que transitó desde el pianísimo más delicadamente exquisito hasta fortísimos de sobrecogedora plenitud sonora (máximo ejemplo de ello fue el Preludio y fuga en re bemol mayor), sin perder nunca un ápice de claridad expositiva.

   Al terminar la última de las fugas, en re menor, el público estalló en una ovación entusiasta al saberse testigos de una proeza. Melnikov agradeció el aplauso con la misma serenidad monacal con la que casi tres horas antes había entrado en la sala, y con esto llega a su fin esta crítica que, como aventuró servidor de ustedes, apenas ha sido capaz de mostrar siquiera un vago detalle de lo que fue en verdad un formidable monumento musical.

Fotografía: Marco Borggreve.

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