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Crítica: Andrés Navarro Comas ofrece un recital para Aeterna Musica

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Autor: Mario Guada
11 de junio de 2018

Los cimientos de una carrera

   Por Álvaro Menéndez Granda | @amenendezgranda
Madrid. 09-VI-2018. Iglesia de El Salvador. Aeterna Musica. Obras de Bach, Haydn, Schumann, Granados, Casablancas y Albéniz. Andrés Navarro Comás, piano.

   Aunque la cantidad de músicos de talento que tratan de abrirse camino en el mercado es tan grande que resulta materialmente imposible prestar atención a todos los que la merecen —que son muchos—, es necesario hacer el esfuerzo de seguir a los que seamos capaces, puesto que la cantera de hoy será el panorama musical del futuro y es de vital importancia para el panorama musical español fomentar y potenciar el desarrollo de quienes serán representantes de nuestra vida cultural. En este sentido es de agradecer el esfuerzo y la dedicación que instituciones como Aeterna Musica —y tantas otras que funcionan como un incansable submundo bajo la parafernalia de los principales programadores de conciertos de nuestro país— demuestran en esta labor importantísima de promoción, a veces con tal escasez de medios humanos y económicos que la simple realización de un concierto raya en lo milagroso.

   Aeterna Musica fue, precisamente, la entidad responsable de organizar el recital que el joven pianista Andrés Navarro Comas ofreció el pasado sábado 9 de junio en la iglesia de El Salvador, en la céntrica calle Noviciado de Madrid. La primera vez que tuve noticia de este fantástico pianista fue en un curso de perfeccionamiento con la catedrática Ana Guijarro, al que ambos asistimos en el año 2010. Andrés y yo coincidimos como pianistas activos, él tendría por entonces unos dieciséis años, se encontraba realizando el cuarto curso del grado profesional de música —si mi memoria no me traiciona— con la profesora Mercedes Lecea e interpretó la Balada Op. 47 de Chopin con tal facilidad y coherencia que captó de inmediato mi atención. Es natural que, pasados unos cuantos años de aquello, haya aprovechado esta ocasión para escucharlo de nuevo, y puedo decir con satisfacción que el resultado ha sido igual de satisfactorio.

   El recital se abrió con la deliciosa Partita en si bemol mayor BWV 825 de Bach. Obra bien conocida por intérpretes y melómanos, es la más breve de las seis partitas surgidas de la pluma del Kantor de Leipzig. Muestra, no obstante, una estructura hábilmente proporcionada que la hace especialmente atractiva. De la impecable traducción que Navarro hizo de la partitura yo destacaría especialmente la Sarabande, en la que dejó volar la expresividad de forma algo más libre que en el resto de piezas. Brillante la Giga, en la que demostró un control excelente de los planos sonoros y una capacidad envidiable de mantener a raya la difícil acústica del recinto. Siguió el concierto con Haydn y su Sonata Hob. XVI/20 en do menor. Estructurada en tres movimientos que se suceden según la ordenación típica —rápido, lento, rápido— esta sonata es una prueba más de la grandeza de un compositor que, pese a que goza de un gran reconocimiento, parece encontrarse permanentemente a la sombra de Mozart, al que no tiene absolutamente nada que envidiar. Es más, en no pocas ocasiones Haydn demuestra una inventiva temática y una capacidad de desarrollo superiores a la del salzburgués. El pianista madrileño supo convencer con una interpretación bien equilibrada y vertida con elegancia, requisito indispensable para este repertorio.

   Después del breve intermedio llegó el turno de la Noveleta n.º 8, Op. 21, de Schumann, obra compleja y cambiante en la que nunca se acaba de encontrar un verdadero reposo y la ansiedad del autor se abre paso en secciones fuertemente contrastantes y cambios abruptos de atmósferas sonoras. Es innegable que son precisas madurez y seguridad para abordar este repertorio de forma adecuada, y también lo es que Navarro Comas posee, pese a su juventud, ambas cualidades. Las demostró asimismo en Quejas, o la maja y el ruiseñor, de Granados, que interpretó con delicadeza y buen hacer. Su cantabile, muy logrado, hizo que las líneas melódicas fueran nítidas y que los adornos se integrasen con ellas perfectamente sin perjudicar en ningún momento su desarrollo. No quiso Navarro dejar de rendir su particular homenaje a la música contemporánea, y lo hizo con la obra Three Haikus de Benet Casablancas. Escrita en 2008, esta obra se articula en tres secciones claramente diferenciadas y exhibe un atractivo carácter voluble y caprichoso. Su brevedad no impide, por otra parte, mostrar una variedad de recursos compositivos verdaderamente amplia. El programa concluía con El Albaicín, pieza emblemática de la suite Iberia de Albéniz. Al igual que con la pieza de Granados, el joven intérprete dejó claro que sabe cómo integrar en la línea melódica los numerosos adornos que la incansable búsqueda de colores sonoros llevó a Albéniz a incluir en la partitura. Destacó el carácter enigmático y altivo de los pasajes en los que ambas manos desgranan al unísono la melodía, pues las dinámicas estuvieron muy bien gestionadas. Los insistentes aplausos del público al término de la obra consiguieron que el pianista regalara el Nocturno n.º 2, Op. 15, de Chopin.

   Un recital que me permite comprobar lo que ya imaginaba: Andrés Navarro tiene mucho camino por delante, y todo apunta a que será un camino de éxito. A pesar de su juventud su técnica está bien asentada, y nos complace mucho comprobar que, al margen de su innegable destreza, no se zambulle prematura e irresponsablemente en repertorios mastodónticos, sino que sigue una línea de trabajo y de evolución gradual que le permitirán, sin duda, abordarlo con solidez más adelante, sobre las bases en las que hoy está cimentando su carrera. Le deseo —que nunca viene mal— mucha suerte, puesto que el talento y el esfuerzo ya los aporta él.

Fotografía: Kirill Bashkirov.

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