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CRÍTICA: 'BORIS GODUNOV' CON FERRUCCIO FURLANETTO, DIRIGIDO POR TUGAN SOKHIEV, EN OVIEDO

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Autor: Mario Guada
14 de febrero de 2014

BORIS ES FURLANETTO

Por Mario Guada.
Oviedo. Auditorio – Palacio de Congresos Príncipe Felipe. 10-II-2014, 20:00. Ferruccio Furlanetto, Svetlana Lifar, Anastasia Kalagina, Sarah Jouffroy, John Graham Hall, Garry Magee, Ain Anger, Marian Talaba, Alexander Teliga, Vasily Efimov, Helene Delalande, Stanislav Mostovoi, Pavel Chervinsky, Vladimir Kapshuk; Orfeón Donostiarra; Orchestre National du Capitole de Tolouse – Tugan Sokhiev. Programa: Boris Godunov, de Modest Musorgski.

   Último de los conciertos que ha llevado a este amplio y ambicioso plantel de artistas a mostrar la esencia de la Rusia más honda a través de la que es, sin duda, una de las óperas más representativas de siglo XIX ruso. Boris Godunov [1869], ópera en siete escenas, con libreto del propio compositor, Modest Musorgski, sobre un drama histórico de Aleksandr Pushkin [1826] y un libro de Kikolai Karamzín de 1829, se ha ganado, por méritos propios, el ocupar un lugar de privilegio entre las composiciones operísticas del todo el siglo XIX. Merced a un dominio orquestal apabullante, en el que el uso del color es fascinante, además de una continua y evocadora resonancia a lo popular –interesante el uso del leitmotiv con sonoridad tradicional–, que sirven de base para una historia de corte histórico, pero en el que la hondura psicológica es mucho más un mero trasfondo. Obra que sufrió diversos cambios a lo largo de los años –incluso con una  notable versión del colega y amigo del autor, el también ruso Nikolái Rimsky-Kórsakov, de principios del siglo XX–, mantiene una sonoridad postromántica fastuosa, pero con ese carácter siempre contenido e intimista que la música rusa sabe imprimir en sus composiciones. Se mire por donde se mire, estamos ante un ejemplo de la perfecta combinación de la tradición más profunda e inveterada, con el talento para ser capaz de convertir un drama nacional en algo absolutamente transcendente para cualquier otra persona, por muy lejana que se encuentre del país y las creencias de origen del mismo.

   A pesar de tratarse de una versión en concierto –es decir, no representada–, el nivel de dramatización de algunos personajes fue por momentos excelso. Si debe haber, por méritos propios, un protagonista en la velada del pasado lunes no puede ser otro que el bajo italiano Ferruccio Furlanetto. Sencillamente estuvo estratosférico. A pesar de sus 64 años, la técnica no pierde firmeza, ni carácter; su registro medio-grave es poderoso, asentado, sin aristas, y el agudo es sosegado, profundo y elegante. Pero donde estuvo absolutamente increíble fue en el aspecto dramático y expresivo. Parecía que Furlanetto se hubiese trasladado desde la Rusia de finales del XVI hasta nuestros días. Es realmente complejo encontrar hoy día un «animal de escena» tan demoledor, tan capaz de mimetizarse con el rol que encarna. Se desgarraba como el propio Boris; su angustia, ahogo y desolación eran las del propio Boris. En definitiva, fue el propio Boris.

   El resto del reparto lución a un nivel considerablemente alto, aunque la actuación del bajo italiano hizo palidecer a todo aquel que se puso a su lado. Destacaron especialmente el tenor ruso Stanislav Mostovoi, de hermosos timbre y un registro agudo ligero y delicado, con una línea de canto ondulante, que mostraba muchos colores. Encarnó de manera excepcional el personaje de «el inocente», resaltando el papel de inestabilidad mental del mismo de una manera absolutamente creíble. A este le siguió Alexander Teliga, bajo de carácter, que mostró una extraordinaria capacidad para encarnar el papel de Varlaam, de tono más jocoso e irónico, en el que nunca descuidó una emisión poderosa y muy homogénea en todos sus registros. Boris Godunov es una ópera considerablemente coral, en las que el drama se construye a base de algunos pilares fundamentales, pero que son construidos gracias al aporte de todos los personajes que se sitúan alrededor de estos. De esta manera, encontramos a Fiódor y Yenia, que a pesar de ser el hijo y la hija de Boris, no tienen un papel tan importante como cabría esperar, pero son indispensable para la creación del drama. Fiódor fue encarnado por Svetlana Lifar, mezzo de agudos dulce y un medio-grave muy bien trabajado, cumplió con evidente solvencia su breve personaje. Del mismo modo lo hizo la soprano Anastasia Kalagina, que supo sufrir de manera menos convincente su atormentado papel, a pesar de que su voz es precisa y destila elegancia. Ain Anger supo personificar bien el carácter sosegado del viejo y sabio monje Pimen, con un fabuloso color en el registro grave y una musicalidad considerable, para representar a un personaje que dice más de lo que aparentemente puede parecer. Otro bajo, Pavel Chervinsky, nos ofreció un a un Mitiushka de bella línea, con un sonido muy asentado a pesar de su juventud –un cantante a seguir de cerca.
   Desde este punto, el nivel vocal de los protagonistas comenzó a decaer en relación a sus compañeros. John Graham Hall encarnó un Príncipe Chuiski poco creíble en lo dramático y muy mejorable en lo vocal: registro agudo anguloso, con un vibrato exageradamente innecesario en muchos momentos y con un timbre poco agradable, le faltó ese carácter de desgarro interior, de esa doble direccionalidad moral que debe atormentar a un conspirador. En una línea similar se encuentra el tenor Marian Talaba, pero cuyo timbre resultó aún más desagradable que del su colega. El otro tenor que nos queda, Vasily Efimov, sufrió considerablemente para dotar a sus agudos de cuerpo y una emisión calmada, convirtiendo su personaje es una especie de sombra chinesca de lo que en realidad sugeriría el drama. Para terminar, la mezzosoprano Helene Delalande mostró una posadera que no destacó por su proyección –se vio superada por la orquesta de manera absoluta– y una expresividad poco natural para un papel liviano como ese.

   Para mí sorpresa –mis última experiencias no han sido positivas– me encontré con un Orfeón Donostiarra con una renovada plantilla –gente muy joven entre sus miembros–, con una sonoridad muy poderosa –los fortissimo impactaban–, matices bien trabajados, empaste y afinación muy considerables, un buen equilibrio y una capacidad de dicción interesante. Lástima la desigualdad entre las voces masculinas, con cantores muy seguros y otros no tanto, aunque algunas de las líneas destacó por su serenidad y firme actuación –mi enhorabuena a tenores I. Lo mejor fueron sin duda las voces femeninas, que acometieron sus partes –sobre todo las que carecían de acompañamiento instrumental o las que evocaban más a temas tradicionales y de tinte devocional– de una manera delicada, con un control técnico fabuloso y una feedback muy marcado con orquesta y director.

   La Orchestre National du Capitole de Tolouse, a la que escuchaba por primera vez, es un instrumento de primer nivel europeo en estos momentos. El trabajo que hay detrás es ingente, se nota, y los resultados obvios. Una orquesta riquísima en colores, con una sección de cuerda exquisita –facilidad expresiva y homogeneidad sonora fabulosas–, con unos vientos de precioso color –muy bien los oboes, clarinetes, flautas y trompas solistas. Quizá su punto más débil sea la ausencia constante de una gama dinámica que pueda mostrar en los momentos más necesarios. En algunos fue capaz de hacer contrastes fantásticos, pero en otros momentos desconcertó la ausencia evidente de los mismos. La elocuencia con la que fueron capaces de hacer suyos esos pasajes en los que Musorgski mezcla, de manera magistral, algunos momentos repletos de lirismo y evocación del pueblo, con otros sombríos por medio del uso del cromatismo y disonancias avanzadas, es digna de aplaudir.

   Todo este gran trabajo orquestal y también coral proviene, sin duda, de la batuta de Tugan Sokhiev. El joven y talentoso director osetio es un profundo conocedor de la música rusa, de la que ha bebido a lo largo de toda su vida. Brindó en Oviedo una versión cargada de fuerza y desgarradora hondura. No es un director manierista, ni de los que buscan la emoción por medio de los recursos más evidentes y sencillos. Todo en su lectura parecía fruto de una profunda reflexión –la obra no es para menos. Sorprende que alguien de su juventud pueda concebir una visión tan profunda y expresiva. El drama cobró toda su crudeza y significado en sus manos. Es un director que parece tener una gran conexión con sus músicos. Destacaría especialmente su trabajo con el coro, con el que se entendía a la perfección. No es habitual encontrar un director de orquesta tan sensible al trabajo coral, y los momentos en los que Sokhiev dejaba su batuta para dirigir «sencillamente» con las manos así lo demostraron. Un director que parece concebir bien la idea de que el detalle es lo que marca la diferencia, que el trabajo es la base del éxito.

   En definitiva, cabe celebrar la incursión de esta conjunción de artistas en la ciudad de Oviedo para ofrecer un espectáculo global de dimensiones muy considerables. Considero que a partir de este Boris Godunov habrá un antes y un después entre los espectadores, sobre todo por tener la constancia de haber presenciado un papel que pocas podrá repetirse en ese escenario. Una noche de afortunados, sin duda.

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